1. Frida

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Coloqué mi hombro en la puerta y empujé haciendo que se abriera con un chirrido irritante

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Coloqué mi hombro en la puerta y empujé haciendo que se abriera con un chirrido irritante. Rápidamente el aire fresco del interior llegó a mí como una brisa, fruncí el ceño y con pasos veloces llegué a la sala donde tres pares de ojos me observaron al mismo tiempo calmando el alboroto que traían.

—¿Por qué está encendido el aire acondicionado si aún no son las seis? —inquirí cruzándome de brazos.

—Noel se estaba fastidiando —dijo Tomás sin mirarme sentado en el suelo jugando con unos carritos de plástico, señaló a mi otro hermano en su pequeña cuna, quien tenía su boquita abierta y sus grandes ojos cerrados. El único rubio de la familia, sin duda genes del padre que ningún otro compartía.

—Claro, échenle la culpa al que no puede hablar.

Los gemelos rieron haciendo que mi atención ahora estuviera en ellos, ocupaban la mayor parte del sillón, su cabello lacio y castaño caía rozando sus cejas haciendo que casi al mismo tiempo se lo apartaran. La única y vieja consola de videojuegos que habíamos sido capaces de adquirir estaba encendida y no despegaban la vista de la televisión mientras movían los controles, no llevaban camisa y sus movimientos eran tan iguales que parecía un espejo; sin embargo, llevaba diecisiete años aprendiendo a distinguirlos.

—Rafael, César, espero que hayan terminado sus tareas, recuerden que necesitan mantener su promedio para seguir recibiendo las becas. —Crucé mis brazos y me detuve delante de ellos para que me hicieran caso y dejaran de jugar, ambos gritaron un "no" antes de que sus ojos miel se fijaran en mí.

—Relájate Mina, ya terminamos todo, ayudamos a Tomás con su tarea de matemáticas y le dimos su biberón a Noel.

Cerré los ojos y suspiré pasando una mano por mi cabello, todos los días era agotador pero a pesar de ser jóvenes, los gemelos en serio intentaban ayudar, lo único que no hacían era trabajar pues yo no quería que descuidaran la escuela. Abrí los ojos volteando a todos lados contando a mis hermanos..., cuatro.

—¿Dónde está Ángel?

—Bueno, ahora solo tardaste cinco minutos en darte cuenta de que faltaba. —Rió César, aplané mis labios, adoraba a todos mis hermanos junto a sus diferentes y peculiares personalidades, sin embargo Ángel siempre era el más callado y tímido por lo que fácilmente pasaba desapercibido, la mayor parte del tiempo no sabía dónde se metía—. Dijo que estaría haciendo su tarea en el cuarto.

Asentí.

—No hagan tanto ruido, dejen que Noel descanse. Ahorita vengo a preparar la cena.

Entré a la habitación, era de un color verde claro con un par de literas que ocupaban la mayor parte del lugar, había un espacio donde se encontraban puestas dos barras con ropa colgada, la diferencia de tamaños era lo único que impedía que uno usara la ropa del otro.

Inefable © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora