10. Héctor

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Tras la luz roja de un semáforo pude observarla nuevamente, la coleta baja de su cabello hacía que pequeños mechones volaran por sobre su rostro debido al aire acondicionado, seguramente causándole cosquilleos en donde pegaban

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Tras la luz roja de un semáforo pude observarla nuevamente, la coleta baja de su cabello hacía que pequeños mechones volaran por sobre su rostro debido al aire acondicionado, seguramente causándole cosquilleos en donde pegaban. La posición en el asiento podía jurar le haría doler el cuello, y a mi parecer era lo más incómodo pues el cinturón de seguridad no le daba opción de algo más. Sin embargo, su respiración era acompasada, ajena al tráfico de la ciudad en hora pico y el sol que daba de lleno en su rostro; con rapidez bajé la visera de su lugar para intentar cubrirle. Sin moverse si quiera por el ruido de los bocinazos a nuestras espaldas comenzó a dar pequeños suspiros que la hacían ver tan tierna y adorable. Solté una risa baja cayendo en cuenta de lo contradictorio de aquello; podía ser el ángel más bello e inocente mientras dormía, pero también la más aguerrida con una mirada intensa e imperturbable cuando se encontraba despierta. Tuve que pasar las manos por mi rostro repetidas veces para dejar de parecer tan hipnotizado al mirarla y concentrarme en volver al camino.

No obstante, saberla ahí, tan pacífica como nunca había estado a mi lado, me hizo tener una sensación cálida expandiéndose en el centro de mi pecho, además de un cosquilleo en la punta de mis dedos que nunca había experimentado; no había alguien que se hubiera quedado lo suficiente para crearlo. Ese día había reído, sonrió sin esfuerzo y parecía que cada vez que nos topábamos, me dejaba ver una faceta suya no tan a la defensiva. Confianza, ¿podía decir que comenzaba a lograr tenerla de su parte?

Estacioné frente a la que sabía era su casa y con delicadeza moví su hombro.

—Frida, llegamos. —No había indicio de que lograra despertarse por lo que dejé de susurrar quitando su cinturón y agitándola con un poco más de fuerza—. Despierta, ya estás en casa.

Creí haberlo logrado cuando se movió, sin embargo solo subió sus piernas acomodándose en el asiento hecha un ovillo con su rostro en mi dirección. Suspiré antes de notar que tras una cantidad de maquillaje considerable, comenzaba a verse una sombra bajo sus larguísimas pestañas denotando su cansancio arrollador. Me pregunté si era tiempo de entender que no había insistencia o promesa suficiente, que no se trataba de ella ni de mí, era algo más grande y difícil lo que le frenaba, ¿estaba listo para compartir sus preocupaciones?

Fue entonces que una frase en un idioma que solo alguien dormido podría pronunciar salió de sus labios involuntariamente; sonreí ante ello negando con mi cabeza, no, no me iría, no cuando tenía la imperiosa necesidad de ver sus ojos brillantes y burlescos, sus expresiones serias y comentarios ingeniosos, de saberla bien en todos los aspectos, cuidarla y velar por ella como sabía que merecía. A menos que conmigo no hubiera sonrisas de su parte y me pidiera alejarme honestamente, estaría ahí.

Un movimiento en la puerta me hizo salir de mis pensamientos, observando nuevamente a la gran cantidad de hermanos que esa mujer tan intrigante y confusa tenía. Los mayores que aún no lograba diferenciar se cruzaron de brazos al mismo tiempo caminando en dirección al auto.

Inefable © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora