Capítulo 3: Te ayudaré

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No puedo creer que esté haciendo esto. Yo, Charlotte Mathews, luego de años he vuelto a tocar a un caballo, y no a cualquier caballo, sino a Pilgrim, a mi caballo, a quién le di la espalda todo este tiempo. No puedo creerlo.

Su hocico estaba cubierto de pelos -debido al extenso laxo de tiempo que estuvo viviendo en el campo y no fue rasurado-, el pelo del cuerpo también estaba largo y cuando pase mi otra mano sobre su cuello alguno pelitos sueltos se me quedaron en la mano, al igual que una gran parte de la tierra que había sobre este.

No pude evitar soltar una risita, estaba feliz, estaba ganándole a uno de mis demonios, lo estaba logrando. El caballo estornudó e, instintivamente, me alejé de prisa hacia atrás. Mis pies se enredaron y caí al suelo, o mejor dicho casi, porque en el momento en el que estaba por tocar el piso dos brazos me tomaron por los sobacos, evitando que me diera duramente contra el piso. Debía saber que esto no sería tan fácil, que los demonios no se irían tan fácil, si fuera así, no serían demonios, solo serian criaturitas molestas, miedos efímeros.

Solté un suspiro, cansada, esto no podía ser tan fácil y yo ya lo sabía, pero había tenido esa esperanza de ya haber superado mi miedo hacia Pilgrim, pero no era así. Aún no.

Alcé la mirada para ver quién me había atrapado e, increíblemente, me encontré con los ojos de ese muchacho, el que había visto montando en la pista, ¿Cuál era su nombre? ¿Michael? ¿Marcos?

Esperaba encontrarme con la mirada de mi madre o de mi abuelo, pero, ni en un millón de años, se me hubiese ocurrido que él, el asombroso jinete de salto, fuera quien me sostenía. Su mirada era divertida, su ojos eran de un tono grisáceo y su cabello era de un castaño claro o un rubio oscuro -no lo sé, para ser sincera, nunca pude distinguir entre uno y otro-.

Él me apoyó lentamente en el suelo, sentí el tacto del pasto en mis manos. Lo miré por un momento, nuestras mirada se cruzaron; el muchacho era alto, me llevaría unos cuantos centímetros -teniendo en cuenta que yo era algo parecido a un hobbit-, y también delgado, pero con cierta forma, se lo veía un muchacho deportista. Me sonrió abiertamente.

Di algo, idiota.

-Que fuerte eres-Oh, Dios mío, por favor díganme que no acabo de decir semejante estupidez. Sentí como me sonrojaba. Mierda. Trágame tierra, trágame.

Me sonrió mostrando unos relucientes dientes blancos y río un poco por lo bajo.

-Boxeo-explico él con un leve encogimiento de hombros. Dios mío, este era el primer chico que yo conocía que montaba y, a demás, estaba bueno y yo como gran idiota que soy ya lo estaba arruinando todo.

Di otra cosa, arréglalo.

-Oye, lo... lo lamento, en serio, no quería decir eso...-me disculpé, ¡maldita costumbre de tartamudear cuando me pongo nerviosa!

El joven me volvió a sonreír, no voy a mentir, tenía una sonrisa hermosa.

-Soy Mike-se presentó tendiéndome una mano, yo la tomé y él me levanto en un rápido movimiento, tenía bastante fuerza.

-Charlotte, dime Charlie-me presenté con una sonrisa tímida. Extrañaba esa época donde no tenía ninguna clase de vergüenza, donde hacíamos toda clase de estupideces con Kate y Jade, donde podíamos ser verdaderas amigas que compartían un deporte, una pasión... pero esos días ya habían quedado muy atrás, y ya no los recuperaría jamás.

-Charlie-repitió él, sonreí. El rostro de Mike se separó del mío y se dirigió al caballo, Pilgrim, que estaba rascando con su mano la tierra para que le diéramos comida o algo. Él siempre había tenido ese vicio, recuerdo que siempre que terminábamos de montar él comenzaba a rascar el pavimento de los boxes y no se detenía hasta haber comido una zanahoria o un terrón de azúcar.

Volteo © (Disponible en Argentina)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora