047:"La pregunta"

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Al día siguiente, traté por todos los medios de simular que continuaba dormido cuando ____ salió del baño, envuelta en una minúscula toalla blanca, el pelo mojado y su perfume concentrado llenando toda la habitación desde el momento en que la puerta a un lado de la cama se había abierto. Rebuscó entre su ropa hasta hallar su uniforme y, aunque deseaba que no se cubriera ya que se veía mejor vistiendo nada más que su ropa interior, la observé en silencio con un ojo abierto entre el edredón.
Se veía hermosa incluso con el uniforme de enfermera blanco y usualmente poco favorable, y el pelo a medio secar que caía por su espalda, pronto se lo recogió en una prolija coleta en la parte posterior de su cabeza mientras veía su reflejo en el espejo pegado del lado de adentro de la puerta del clóset.
La vi garabatear un papel que dejó sobre la mesita de luz de mi lado y se acercó a mí para darme un beso en la mejilla. Estuve a punto de dejarlo todo para otro día cuando la escuché pronunciar un ‘Te amo’ de su boca, que por alguna razón me sonó más sensual que de costumbre, tal vez porque las imágenes de la noche anterior aún estaban frescas en mi mente.
Escuché que la puerta del cuarto se cerraba, luego los pasos en las escaleras que se desvanecían hasta que todo se convirtió en un silencio coreado sólo por los pájaros mañaneros que decían que era hora de levantarme.
Abandoné la cama con entusiasmo. Ése podía ser un gran día, el principio de algo nuevo.
Tomé el papelito doblado en dos e identifiqué la clara caligrafía de mi novia.
Buenos días, señor Bieber: espero recuerde que tenía turno en el hospital. Vuelvo al mediodía.
Lo amo.
Firma: señorita Hadgen
Claro que lo recordaba, ésa era la base de mi plan.
Guardé la notita en el primer cajón del buró y me adentré al baño tarareando una canción que vaya a saber Dios de dónde la había sacado.
La temperatura afuera ya no era del todo baja y los primeros vestigios de la primavera iban apareciendo por lo que debí rebuscar en el clóset por algo más liviano que lo que llevaba el día anterior. Me decidí por una camisa celeste, la favorita de ____, jeans de oscuro azul, zapatillas negras y, sobre la camisa, un chaleco de hilo, también oscuro. Me calcé una de mis gorras de lana al tiempo que echaba un vistazo a la ropa de ____.
Se trataban de filas de perchas apretadas a tal punto que me pregunté cómo hacía para sacar una prenda de allí sin que las otras le saltaran encima. Encontré un par de vestidos que no podía esperar para verlos puestos en su cuerpo. Ella no se vería bonita con los vestidos, los vestidos serían bonitos por vestirla.
Antes de bajar, rebusqué en el cajón de mi ropa interior ése calcetín que tenía mis ahorros para momentos de emergencia. No era precisamente una emergencia, pero la ocasión lo ameritaba. De hecho, sólo podía intentar lograr acercarme a la mejor de las escenas. Lo vacié en mi billetera y bajé a tomar un desayuno ligero que no me supo ni la mitad de dulce que si hubiera estado en compañía. En su compañía. El café parecía incluso más amargo.
Luego de darme cuenta de que iba a darme algo como siguiera echándole azúcar a mi infusión, decidí que lo mejor era partir de una vez para luego no andar a las corridas.
Cuando salí de casa, me regalé dos segundos para quedarme mirando el cielo en todo su magnificente azul y con sus remolinos escasos de nubes blancas. Las hojas comenzaban a crecer en las ramas secas de los árboles, pequeñas y tímidas dándole un toque de verdor brillante al dorado apagado del invierno.
Tomé un taxi justo en la esquina con destino a la joyería, allí comenzaba el plan que venía ilusionándome hacía días, por no decir semanas.
El viaje me pareció demasiado corto como para reencontrarme con todos los matices de grises que me mostraban los edificios de la ciudad. Todo llamaba mi atención, cada detalle captado por mis ojos tenía el doble de importancia de lo que habían tenido alguna vez. 
Me sentía extasiado y a la vez, de lo más agradecido por haber recibido una nueva oportunidad. Como dice el dicho: uno no sabe lo que tiene, hasta que lo pierde, y yo había perdido la capacidad de apreciar las cosas simples de la vida y recién cuando me di cuenta de ello fui consciente de lo mal que había actuado antes y de todo lo que me perdía.
Le pagué al taxista con una sonrisa que no me devolvieron, al parecer el hombre tenía un mal día y mi felicidad —la misma que sentía emanar por cada poro— no había sido suficiente como para convencerlo de que era un bonito día.
Cuando entré a la joyería empecé a buscar ese anillo que se vería perfecto en manos de _______, uno que representara la propuesta que quería hacerle, uno que gritara ‘Te amo’ de sólo verlo.
Recorrí los escaparates de cristal con ojo crítico, podía sentir la mirada del empleado más cercano clavada en mi nuca, hasta hallar algo lo suficientemente cerca de la perfección que buscaba. Lo encontré, y me robó una sonrisa de aprobación.
Enseguida, el muchacho que vigilaba que no robara nada, se acercó a asistirme aún con gesto receloso.
—¿En qué puedo ayudarlo? —me preguntó con tono eficiente el joven de impecable uniforme verde botella, cuyo gafete rezaba ‘Thomas’.
—Ese anillo —apunté hacia abajo con un dedo, sin llegar a tocar el vidrio que lo protegía—, ¿puedo verlo?
—Por supuesto —dijo el muchacho, lo sacó de su delicada presentación rodeada de terciopelo azul y lo colocó sobre otro trozo más pequeño de tela para que pudiera observarlo.
Era precioso, de banda fina de plata y una elegante piedra blanca en forma de corazón. No era ostentoso ni tampoco insulso. Era perfecto.
No vi el precio que colgaba de un lado, pues no me importaba. No se pedía la mano de mujeres como mi _______ todos los días.
—Me lo llevo —aseguré luego de probármelo en mi dedo meñique, lo que calculé era el tamaño del dedo anular de mi novia. Asentí una vez para mí mismo.
Thomas lo colocó en una cajita cuadrada, forrada por fuera con terciopelo negro y por dentro con raso azul, un nudo con cinta blanca se ceñía en la parte superior dándole un toque tierno. Esta a su vez fue dentro de una bolsa de papel con el nombre de la joyería y me lo entregó finalmente con una sonrisa. Le pagué en efectivo, no había resultado tan caro como parecía.
—Que tenga un buen día, señor —me deseó Thomas, le devolví el saludo antes de partir hacia mi siguiente destino: la florería.
Esta vez, fui caminando para apreciar el paisaje que más de uno estaría aburrido de observar al ser predominantemente monocromático. Pero a mí me parecía de lo más maravilloso. Los edificios de gris cemento con ventanas tintadas de color negro y las aceras de un color que, en sus inicios, debió de ser blanco.
La contrariedad fue al llegar a mi segunda parada, tan colorida que resultaba difícil decidir qué flores irían mejor con la ocasión. Si las clásicas rosas o los poco comunes lirios.
Busqué, entre los pasillos y masetas, lo que más representara a ____. Dulce y delicada, tierna y pura, suave y sensual a la vez. Era casi imposible encontrar cualquier objeto que la representara completamente, en su lugar debía limitarme a tratar de hallar lo más parecido posible.
Después de media hora de búsqueda me decidí por una docena de rosas blancas que reprodujeran a la ____ que todos conocían, la sencilla e inocente, y, sólo una rosa roja que simbolizaría a mi _______, la mujer de la noche anterior, la que era capaz de volverme loco, bajarme el cielo y entregarse en cuerpo y alma a este pobre don nadie que no podía hacer más que amarla.
Cuidé que las rosas se mantuvieran en buen estado mientras me dirigía por lo último que necesitaba. Velas. Sólo ellas faltaban para recrear la escena de mi mente, una que emulaba a una noche oscura cuya tenue luz era procedente de sus llamas.
Llegué a casa cuando el reloj del celular que mamá me había regalado en Navidad —que volviera a ver no significaba que no lo continuaría usando y me diera el lujo de comprarme otro por el simple hecho de que ése estuviera adaptado a mi antigua posición — daba las diez y media de la mañana. Aún tenía tiempo por lo que eché manos a la obra.
Coloqué las flores en agua y azúcar mientras preparaba unos cartelitos con instrucciones que guiaran a ________ desde la puerta de entrada hasta nuestro cuarto. Y tomé una por una de las rosas blancas, les até un cartel con un trozo de cinta roja y las coloqué en lugares estratégicos de la casa.
Una pegada a la puerta, a un lado del pomo para que estuviera a la vista. Su cartelito decía: ‘Bienvenida, señorita Hadgen, le espera una sorpresa al subir las escaleras’.
Me divertí regando las rosas por el lugar. Dejé una sobre la mesita al lado de la puerta, con un papel que al que escribí ‘Siga las rosas’, ____ la encontraría al dejar las llaves. Y una en cada uno de las barras de la baranda de las escaleras, todas con trozos de poemas del mismo libro que ella me había obsequiado cuando su turno como mi cuidadora había terminado hacía ya bastante tiempo. ¡Quién hubiera sabido que meses después estaría proponiéndole matrimonio!
Dejé la última de las doce rosas blancas colgando del pomo de la puerta que daba a nuestro cuarto con un pedazo cuadrado de papel que rezaba: ‘Puede pasar’.
La rosa roja la dejé en un florero con agua en la mesa de luz junto a la lámpara y a la cajita que contenía el anillo de compromiso, a la espera de la llegada de la invitada principal.
Volví a bajar y comencé a cerrar todas las cortinas de la casa, hasta que el lugar quedó a oscuras, como si fuera de noche.
El siguiente paso era encender las velas, colocando una en cada superficie plana que encontrara. Tampoco era la intención provocar un incendio por lograr un entorno romántico, debía ser cauteloso y controlar los temblores de mis manos que amenazaban por echarlo todo a perder por culpa de mi nerviosismo.

Midnight Light.|Justin Bieber| {adaptada}TerminadaWhere stories live. Discover now