15 de agosto de 2019

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Parece no quedar nadie de aquellos que fueron un día parte del círculo más cercano a mi vida.

Ha pasado tanto desde que intenté encontrarme entre el corazón y el estómago de la ciudad que no recuerdo el olor de los tubos de escape que la silencian. Hay vidas que se han tornado silencio emocional cuando una vez hacían correr la felicidad por unas venas encharcadas en un bourbon consumido a sorbos y a escondidas; un Jack Daniels que atrajo la mirada de unos ojos sinceros.

El tiempo pasa con la celeridad de las primeras canas que aparecen en mi cabello, que casi tiene olvidado el tacto de la melena que empaparon muchas de las letras que pude vomitar.

Ha pasado la vida como una brisa que no da tiempo a vislumbrar, la felicidad se llegó a tornar soledad, un abismo profundo de sogas impacientes, de palpitaciones nerviosas ante un final premeditado. Pero siguen aquí estas voces en letras que podría definir como propias, aunque pueda sentirlas ajenas a mi garganta; a todo aquello que un día fue pasión, y está en el baúl que mi padre y yo fabricamos codo con codo a mis siete años. El baúl del que me despedí viéndolo junto al container. ¿Es todavía mi voz la que llega de madrugada a escribirme lo que querría gritar?

Ojalá tuviera una respuesta, pero estoy pendiente del hilo que ahorca mi lengua entre las libretas que jamás podré emborronar.

La vida pasa, pasa tan rápido como el pestañeo de aquella que se detuvo a observarme más allá de una descuidada barba, una camiseta agujereada y el heavy metal arrancándome tras los tímpanos la profundidad de unas palabras jamás pronunciadas.

Estoy temblando tumbado frente al ventilador porque me gusta sentir que quizá en algún momento pueda controlara brisa, por supuesto metafórica e incontrolable, de una vida que envejece mi mirada, la misma que llegó a llorar mientras describía en el archivo de texto la muerte de Buzz en aquel relato del que no logro recordar el título.

Supongo que nadie llegará a leer éste pensamiento, pero quizá sí la única persona que ha llegado a conocer mi yo primitivo y aún no ha huido. Me encantaría describir un caligrama con mi voz y que lograse tener la apariencia de la esperanza. Pero a veces resulta tan inalcanzable como Ítaca y resulta más sencillo dejar que se hunda está barcaza que un día llamé poesía.

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⏰ Última actualización: Aug 15, 2019 ⏰

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