CAPÍTULO 1

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Cada célula de mi rostro trataba de quedarse con los rayos del sol que me daban de frente. Hacía un día maravilloso y decidí aprovechar ese momento de tranquilidad para absorber el calor del astro que se encontraba en lo alto del ancho cielo.

-Como sigas ahí parada al sol, te vas a ir con quemaduras de segundo grado -llamó mi atención mi abuela que me iluminó con una gran sonrisa.

La observé. Cuanto iba a echarla de menos… En menos de una hora, iba a tener que despedirme de aquella mujer que había dado su vida por mí. Bueno, no literalmente. Aunque sin ninguna duda, si se diese la ocasión, seguro que le haría frente a cualquier peligro con tal de mantenerme sana y salva. Al igual que haría yo por ella, miles de veces si hiciese falta.

-Sólo quiero disfrutar del calorcito que desprende… -respondí con tristeza en la voz cogiendo de nuevo las maletas que descansaban al lado del banco donde me encontraba sentada.

-Ni que a donde fueras no fuera a salir nunca el sol -se ofreció a ayudarme, pero rechacé de inmediato su oferta. Yo tenía 20 años y ella me sacaba 50, por lo que yo era más capaz de aguantar el peso de las maletas que ella.

-No va a ser lo mismo -suspiré entrando al descomunal edificio que se abría ante nuestros ojos.

La otra persona a la que quería también con toda mi alma no tardó en llegar a donde nos hallábamos mi abuela y yo: mi abuelo. Con esa felicidad radiante que siempre reflejaba su rostro, dejó las pocas cosas que habían quedado en mi coche y que ni mi abuela ni yo podíamos haber cargado.

-¿Preparada? -mis ojos se dirigieron a donde decenas de personas iban en ese preciso momento. Agaché la cabeza arrepintiéndome de la decisión que había tomado hacía un par de meses- Cariño, todo va a ir bien… -sonreí levemente a las dos personas que estaban delante de mí.

-¿Qué voy a hacer sin vosotros? -me enfadé conmigo misma por no mantener las lágrimas a raya.

-Escúchame -las manos de mi abuela me cogieron la cara que tantas veces había besado en los momentos en los que me derrumbaba, justo como en ese- Vas a entrar ahí, montarte en ese avión y vivir la mayor experiencia de tu vida. Y ¿sabes por qué? Porque te lo mereces -le rodeé con mis brazos como agradecimiento a sus palabras.

-Está bien -decidí que la mejor manera de que mis abuelos no se fueran con un mal sabor en la boca, era fingir un poco de ilusión en vez de mostrar toda la rabia que tenía en mi interior- Os llamaré todos los días.

-Eso espero -intervino mi abuelo- Si no tendré que ir a regañarte por no hacerlo -me reí y me alegré de que mi abuelo siempre lograra arrancarme unas risas.

Pulsé el botón que encendió la pantalla de mi móvil. Mierda, las 11:15 h. Le quité al vuelo las otras bolsas que llevaba mi abuelo colgado en ambos hombros. Las deposité en el suelo para poder estrechar a ambos antes de salir disparada a la zona de facturación, tras la cual me esperaba la larga cola del control de metales.  

-Gracias por todo. De verdad -si hubiese sido por mí, los hubiera metido a cada uno en una maleta y los hubiera llevado conmigo.

-Mándame un whatsapp en cuanto llegues. Por favor -me rogó mi abuela. Había estado repitiéndome lo mismo desde que habíamos salido unas horas antes de casa rumbo al aeropuerto. Asentí una vez más y le aseguré que no se me iba a pasar hacerlo.

Como pude, me dirigí a la zona de facturación y esperé impaciente a que llegara mi turno. Lamentablemente, mis abuelos no pudieron acompañarme a facturar, ya que habían aparcado en doble fila debido al no haber encontrado sitios para aparcar. Se ve que ese día había sido elegido por todos los españoles para salir del país.

Mientras que tamborileaba mis dedos sobre la pantalla de mi móvil, observé como las figuras de mis abuelos, cada vez más difusas, desaparecían tras los grandes ventanales que separaban el interior de la gran nave con el exterior. Un dedo tocándome insistentemente en el hombro me sacó de mi ensoñación:

-Le toca ya. ¿Podría darse prisa? Embarco en media hora -comentó molesto el hombre que se encontraba detrás de mí. Me disculpé de inmediato por no haber estado pendiente de mi turno e hice lo que me pidió.

La mujer que se encargó de comprobar los datos necesarios para facturar la maleta me sonrió forzadamente. Respondí igual por mera educación. En menos de dos minutos me dirigía a la cola donde tendría que pasar el control de metales. Observé como una madre intentaba con toda la paciencia del mundo mantener a sus dos hijos junto a ella. Eran unas pequeñas fieras corriendo de un lado a otro. Sonreí ante esa bonita estampa. Una que nunca había podido vivir en mis carnes.

Me llegó el turno y agradecí que no tuvieran que manosearme tras pasar la máquina que pitaba en caso de que se llevara algo sospechoso encima. Pasé por una enorme tienda en la que se vendía una gran variedad de productos cosméticos. No tuve otra opción, ya que era el único camino para llegar a la sala de espera que daba la continuación a la sala de embarque. Opté por aprovechar y comprar un paquete de chicles con el fin de comerme uno mientras que sufría la agonía del despegue del avión. Leí en internet que, si se mascaba un chicle mientras que el avión iba tomando altura, la presión en los oídos sería menos. Recé por que así fuera.

Aproveché la media hora que me quedaba para pasar a la sala de embarque para tomarme un café con leche. El estómago no me daba para tomar algo sólido de los nervios que me carcomían por dentro. Hundida en mis pensamientos, los treinta minutos de espera se me pasaron volando. Respiré hondo y emprendí mi camino al avión que me llevaría al que se convertiría mi hogar durante un año.

Tuve que pasar de nuevo por otro control, esta vez para comprobar la identidad de cada uno de los pasajeros que subirían a ese aparato volador que tanto miedo me daba. Reí ante la gracia de la situación una vez que caminaba por el tubo que desembocaba directamente en mi medio de transporte. La primera vez que montaba en avión y lo hacía sola.

No tardé en sentarme, ya que fui una de las primeras en entrar. Presté con suma atención las indicaciones de la azafata en caso de accidente, aunque me obligué a pensar en que eso no ocurriría. Nada más avisar los pilotos que tendría lugar el arranque del avión, me metí el chicle en la boca dispuesta a comprobar si de verdad servía para impedir tener la sensación de que los oídos explotaran ante el cambio de presión atmosférica. Mandé un whatsapp rápido al grupo que compartía con mis abuelos, informándoles de que iba a poner el móvil en modo avión y que nada más llegar, les llamaría para que pudiesen respirar tranquilos.

Para ser sincera, no fue tan desagradable como me había imaginado. Por un momento, no estaba decidida a mirar por la ventana por miedo a la altura que me separaría de morir estrellada contra tierra, pero he de admitir que las vistas eran impresionantes. Observé con atención las nubes con las que se fundía el avión. Pasé los dedos por el cristal como si de esa manera pudiese entrar en contacto con cada una de ellas.

Una lágrima recorrió mi rostro al darme cuenta de que después de seis años, me sentía cerca de ellos. Cerca de aquellas personas que me habían dado la vida y también las que me la habían quitado cuando se fueron, porque sabía que en algún lugar de ese extenso manto azul, se encontraban mis padres.

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Aquí tenéis el primer capítulo de mi primera novela.

LO QUE QUEDA DE MÍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora