CAPÍTULO 3

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Por desgracia para mí, dormí del tirón. Miré la hora en la pantalla de mi móvil y me sobresalté al ver que eran las siete de la mañana. Abrí la maleta que descansaba sobre la casta mesa del salón. Gruñí porque toda mi ropa estaba agurrada. Sin embargo, no tenía tiempo de planchar mis numerosas camisas que parecían pasas. Aunque si gozara de tiempo, tampoco podría. No tenía plancha.

Pasé mi camisa blanca a rayas por mi cabeza seguida por unos pantalones vaqueros. Seguidamente, calcé las sandalias con las que había pasado el día anterior por lo cómodas que eran y me lancé a la puerta principal para salir dirección a la universidad antes de que se me hiciera más tarde. Casi me di de bruces contra una chica que pasaba justo en ese instante por delante de mi rellano.

-Disculpa -cerré los ojos con fuerza para concentrarme. Oh, vamos, Valeria. Estabas en otro país. Lo más normal era comunicarte con la lengua nacional, no en tu propio idioma- Mi scusi -recordé de milagro la traducción al italiano de lo que acababa de expresar.

-¿Española? -una extensa sonrisa se fue dibujando en su rostro antes de que respondiera a su pregunta.

-Si -me límite a decir. Casi me caí de culo cuando esa desconocida se tiró encima de mí y me envolvió en sus extremadamente delgados brazos.

-Ay, no sabes qué alegría me acabas de dar -sollozó en mi oreja- Creía que iba a tener que estar comunicandome mediante de lengua de signos estos próximos meses -se sorbió la nariz. Caray. Era la primera vez que hacía llorar a alguien apenas dos segundos después de conocernos.

Observé con atención a la morena que tenía enfrente. Lucía un vestido fino y blanco, idóneo para el calor que inundaba ese día la cuidad de Roma. Me fijé en que llevaba unas sandalias muy similares a las mías. Supuse que teníamos un gusto muy similar de la moda. A pesar de parecerme extraña su forma de presentarse a los desconocidos, no dudé en que lograríamos entablar una bonita amistad si nos lo proponíamos.

-¿De qué parte eres de España? -se montó en el ascensor junto a mí con determinación, como si no quisiese separarse de mí por miedo a no volver a encontrar algún compatriota. Aunque lo veía difícil, ya que, según había leído en internet, Italia se encontraba plagada de españoles. Al ser el clima y cultura tan semejantes a los de España, convertía a nuestro país vecino en uno más hogareño.

-De la capi. O sea, de Madrid -di en el clavo. Ese perfecto acento me recordaba a mi madre, la cual era madrileña de nacimiento- ¿Y tú?... ¡Espera! -gritó justo cuando abría la boca- Déjame adivinar -se colocó el mentón sobre la barbilla y no pude evitar soltar una risilla ante su postura tan cómica- Eres… ¿del sur?

-¿De forma más específica? -le reté al tiempo que bajamos del ascensor no sin antes apartarnos para dejar paso a una anciana con un andador que a duras penas avanzaba.

-¿Andalucía?

-Si -aplaudió como si acabase de ganar el gordo de Navidad. Tal vez esa chiquilla celebrara cosas insignificantes a lo grande- Soy de Granada -alcé la mano una vez en la calle a la espera de atraer la atención de algún taxi.

-¿En serio? ¡Qué guay! Mi abuela vive allí. Bajamos de vez en cuando… -eché un vistazo a la hora en mi reloj de pulsera- … Hace tiempo que no vamos a verla, pero es que hay mucha distancia entre Madrid y…

-Perdona -le interrumpí al percatarme de lo tarde que era- Debo llegar cuanto antes a la universidad. Es mi primer día y… Bueno, no me gustaría llegar tarde -se llevó las manos a la boca.

-¿A qué universidad vas? -esperó impaciente a mi contestación. Daba repetidos saltitos. Por un momento creí que se iba a mear encima.

-A la universidad de Roma III -un chillido procedente de su boca me confirmó que esta chica no estaba bien de la cabeza. En el buen sentido, me refiero.

-¡Yo también! ¡Qué ilusión! Ven conmigo -me cogió de la mano y me arrastró calle abajo.

-¿Adónde me llevas? -o me deshacía de mi vecina impertinente o ese día se convertiría en el peor de mi vida.

-Tengo el coche justo ahí -señaló un escarabajo de color verde pistacho- Podemos ir juntas -me rasqué la cabeza ante la indecisión de qué hacer- Venga. Así no llegarás tarde y te ahorrarás trayecto -tenía razón. Tan sólo tenía que aguantar sus gritos que te paraban el corazón por un par de segundos y, de tal manera, conseguiría un medio de transporte más rápido y eficaz que el autobús.

-Me parece una idea estupenda -monté en el asiento del copiloto.

Metió primera marcha y salió de milagro del estrecho sitio donde había aparcado su diminuto vehículo.

-Por cierto, ¿cómo te llamas? -caí en la cuenta de que no nos habíamos presentado como era debido.

-¡Es verdad! Me llamo Almudena -pitó con fuerza a un coche que paró en seco. Gozaba de la misma locura al volante que tratando con seres humanos- ¿Y tú?

-Valeria -la pantalla de mi móvil se iluminó. Era un whatsapp de mi abuela dándome los buenos días.

-Tú y yo vamos a ser buenas amigas, Valeria -me guiñó un ojo y pisó el acelerador.

LO QUE QUEDA DE MÍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora