CAPÍTULO 2

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El traqueteo de las ruedas del avión chocando contra el asfalto me despertaron del profundo sueño en el que había caído lo que parecía días. Me quité los auriculares con los que había pasado todo el trayecto, más que nada para evadirme del ambiente tan bullicioso del avión. La gente comenzó a desabrocharse los cinturones nada más dar el permiso para ello las pantallas que colgaban del techo.

Tardé más de veinte minutos en salir de allí. Gran parte de los pasajeros habían optado por no facturar, por lo que tuve que aguantar a estos bajando las maletas que habían descansado durante todo el trayecto en los compartimentos sobre sus cabezas. Incliné levemente la cabeza en señal de “adiós" al piloto que se encargó de desearnos una buena estancia.

Una sensación de agobio me invadió al caer en la cuenta de que me hallaba en un país extranjero, el cual no había visitado nunca y en el cual iba a pasar los próximos 9 meses de mi vida. Respiré hondo y obligué a mis pies a moverse y seguir a la marabunta de gente que pasaba por mi lado. A pesar de ser un aeropuerto mucho más amplio y extenso que el de Alicante, no era imposible de cruzar. Gracias a la buena señalización y al personal tan atento, era difícil perderse.

Tras diez minutos sin quitar los ojos de encima de la cinta para no perder de vista a mi maleta, conseguí recogerla y emprender mi camino a la salida del aeropuerto donde supuestamente debería estar esperándome un taxi. El conductor del mismo me saludó con la mayor sonrisa que he visto en mi vida e insistió en meter mis maletas él mismo en el maletero. Cuando finalmente estaba sentada en la parte de atrás del coche, marqué el número de mi abuela y esperé a que descolgara. No se demoró. Al segundo toque escuché su voz chillona.

-¡Has llegado! -recalcó una obviedad.

-Si, abuela. Estoy sana y salva -escuché a mi abuelo celebrar mi buen viaje desde el fondo.

-No te imaginas cuánto me alegro, mi vida -menos de cuatro horas separada de mis yayos y ya estaba llorando. Esos meses iban a ser más duros de lo que había creído hacía un tiempo.

-Puedo hacerme una idea -reí para disimular mi tono de voz, el cual reflejaba mi nostalgia- Debo dejarte.

-Claro, cariño. Tú ahora descansa del viaje y cuando estés instalada, nos llamas -acepté y colgamos. Me quedé un rato con el móvil pegado al pecho, como si de alguna manera fuera a sentir a mis abuelos más cerca de mí.

Levanté la vista para contemplar el paisaje que me estaba perdiendo y lo vi. Un gran cartel que se alzaba por encima de los coches, indicaba en letras grandes cuánto quedaba para mi destino: Roma.

Una hora después, el taxi estacionó de mala manera enfrente de lo que iba a ser mi hogar. Miedo me daba verlo en la realidad. Por las fotos que ví en internet hacía unas semanas, tenía buena pinta. Aunque muchas veces podían resultar bastantes engañosas con tal de captar personas dispuestas a alquilar. Subí en el ascensor con los dedos cruzados, como si eso fuese a darme la suerte suficiente que necesitaba. De momento, la cosa empezaba realmente mal. La caja metálica que subía al cuarto piso hacía unos ruidos no muy tranquilizadores, a parte del hecho de que traqueteaba.

Encontré a mi inquilino apoyado en el marco de la puerta girando las llaves alrededor de sus dedos índice y corazón. Como pude, arrastré mi enorme maleta junto con mis otros bártulos hasta la entrada. Saqué el móvil y comencé a escribir en el traductor lo que quería transmitirle:

-“Ci scusiamo per il ritardo, c'è stato un ritardo…”*- habló la voz del pésimo traductor de Google. Ojalá tuviera algo de sentido la forma en que había traducido mi mensaje, porque si no no tenía ni idea cómo iba a comunicarme con el dueño del piso que había alquilado.

-No se preocupe, signorina. Sé hablar spagnolo -suspiré de alivio.

-No sabe cuánto me alegra saberlo -éste abrió la puerta y, sin esperarlo, cogió uno de mis macutos y lo metió en la casa- Gracias -le agradecí su inesperada ayuda.

-Bien. Firmemos cuanto antes el contrato -pasamos a lo que era la cocina. La observé impresionada, ya que era incluso mejor que las fotos de la misma colgadas en internet- Ponga su firma aquí, prego -y eso mismo hice.

Nada más haber hecho el lío del papeleo, me tendió las llaves. Tras darme un par de instrucciones en caso de que hubiese algún problema con la caldera, salió de allí dejándome en la más absoluta libertad.

Dejé caer mi cansado cuerpo sobre el mullido sofá de la sala de estar. Desde allí, se veía perfectamente la cocina. Fue echarle un vistazo a la nevera desde mi posición y mis tripas rugieron. Suspiré, frustrada porque no tenía ni un trozo de pan que llevarme a la boca, lo que significaba que debía ir a un supermercado a comprar comida. No obstante, en ese momento opté por echarme un rápido selfie simulando que daba un beso al aire para mandarle la foto a mis abuelos y acto seguido echar una cabezadita.

*Siento la tardanza, ha habido un retraso…*

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He decidido subir el segundo capítulo de esta novela, ya que con sólo el primero se quedaba muy escueto.

LO QUE QUEDA DE MÍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora