El lector leído

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Era un amanecer precioso y Henry se dispuso a levantarse en una mañana como cualquiera otra, de un sol como cualquier otro. Pero de repente escucho a lo lejos un sonido, el sonido de que algo malo había de pasar. Ese sonido aterrorizaba a todos desde hacía mucho ya que, indicaba que habría destrucción, muerte y dolor. El sonido paro y Henry se tranquilizó. Vió a lo lejos a la gente salir de sus casas. Al horizonte divisó tres aviones que cada vez se acercaban más hasta que pasaron por encima de la ciudad, donde dejaron caer un objeto extraño que no logro identificar.

El objeto caía muy rápido hasta que impactó a pocos sentimientos del suelo. Un destello que lo dejo aturdido un instante, luego entonces una nube de ceniza en forma de hongo, que se extendió a lo alto del cielo, mas grande que las nubes y mas lejo que las estrellas, que se extendía hasta los confines de la tierra y que cada vez se acercaba más a él. Ojos llorosos, piel de gallina y un corazón agitado es lo que sintió en ese momento. Aquella honda lo tiro con tal fuerza que quedo inconsciente por un tiempo. Cuando despertó se dirigió de inmediato a la ciudad a buscar a su familia. Cada paso que daba, cada mirada que echaba, solo había destrucción en desolación y muerte.

Gente con la piel colgando, llantos aterradores y innumerables. Y pese a esto solo tenía un objetivo, encontrar a sus familiares. Siguió caminando y allí estaba, el que había sido su hogar ahora solo era polvo, pero lo peor fue encontrar allí los cuerpos de sus hijos, calcinados. Henry rompió en llanto, con lamentos que se escucharon desde el mismísimo átomo. No pudo mantenerse si quiera en pie, por el dolor que recorría todo su cuerpo. A las horas o quizá más, volvió a su casa para escribir una carta y decirle a quien la encontrará, que no podía vivir con este sentimiento, se estaba por reunir con su árbol. No quería irse sin antes decirle al mundo que había estado en el mismo infierno y que fuese lo que había causado todo el caos, acabaría con la sociedad igual que había acabado con su vida.

Muchos lo explicaban todo con números, eran más precisos y más exactos pues, no se molestaba con palabras. No perdió el tiempo ya que, el secreto de la salvación se encontraba en la caja fuerte.
Al parecer el mundo podía ser explicado con ecuaciones, fórmulas, estadísticas y mecánicas que planteaban toda la fórmula y el desenlace. El origen y evolución del universo explicado en números. Y yo en la Iglesia. La justicia era el equilibrio. La radiación era el número más neutral; el número perfecto decían.

Tal vez por eso inventamos la teoría de la relatividad, base del tan querida artefacto. Al fin y al cabo todo se reducía a nada si eso, llegaba a reventar, pero así terminó siendo la finalidad humana. El núcleo explotó como solo saben hacer los bombarderos, dejando un rastro de cenizas. Ceniza y silencio hueco con un profundo vacío lleno de terror. Allí se encontraba Henry, rodeado de gritos y llantos desgarradores de ira, de odio, de impotencia y de desesperación silenciosa.

Entre los escombros se vislumbró un atisbo de esperanza que parecía falso. Ese silencio que anunciaba la destrucción, ese mismo silencio que rodeaba a la muerte, estaba leyendo dramas de la vida y versos de modernidad antigua. El silencio parecía no importarle a Henry, ya que en su antigua vida, era banquero y lector apasionado de todo tipo de obras; desde poesía, hasta cuentos y novelas. Henry estaba solo entre montones y millones de libros, que estaban en donde antes, parecía haber sido una biblioteca nacional.

Henry, en su anterior vida, nunca pudo leer en paz, su jefe y esposa lo tenían cortito con eso, no soportaban que él se la pasará perdiendo tiempo leyendo cursilerías románticas. Él, en un principio parecía algo perdido, sin saber que era lo mejor para futuro, si vivir aceptando a la suerte o morir y despreciar algo que muchos otros hubieran decorado. La verdad era que la larga esfera, se venía acercando cada vez más al suelo en los periódicos, el globo hizo que el vencedor del conflicto se quedara sin poder disfrutar su victoria, ya que se destruyó junto a su enemigo.

Henry intentó buscar ayuda, pero el cohete parecía haber destruido todo a miles de kilómetros a la redonda; los autos y cualquier tipo de comunicación con otro amante de la vida, se encontraba descompuesto y sin funcionamiento. Henry un día pareció cansado, de ver el mismo pensamiento una y otra vez, tenía comida y agua para años, junto con escritos que habia encontrado en las ruinas de una nación, para leer billones de veces; aunque bueno, para él parecía no ser suficiente.

Las demás personas ya no estaban y eran necesarias para que alguien no se volviera loco en un momento tan solitario de la humanidad. Henry tenía libros que nunca pensó tener, pero eso era lo de menos ya que, sus lentes un día terminaron rompiéndose en pedazos, al tirarlos accidentalmente cuando trataba de tomar un libro en el suelo. La desgracia y la suerte jugaban con él, ya que sin nadie más con vida, no había pena más con quién jugar al azar, por el resto de los días.

Fin

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