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Renjun y Jaemin ya eran unos jóvenes de veintidós años, ambos estudiaban en la universidad y trabajaban a la vez

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Renjun y Jaemin ya eran unos jóvenes de veintidós años, ambos estudiaban en la universidad y trabajaban a la vez.

Desde que decidieron irse a vivir juntos en un pequeño departamento cerca del centro de la ciudad las cosas solo parecieron mejorar.

El mayor estudiaba diseño industrial y trabajaba en una florería los fines de semana. Cuando juntó el dinero suficiente pudo pagarse su curso de pintura, al cual asiste todas las tardes sin falta.

Mientras tanto Jaemin estudiaba fotografía, siendo esta su pasión y hobby desde pequeño. Trabajaba en un restaurante como mesero.

Ambos habían pasado demasiadas cosas juntos. Se hicieron pareja a los dieciséis años, siendo juntados por su gran amigo Jeno. Desde ahí no había día en el que no hicieran algo juntos. Eran como uña y mugre.

Pero sin duda lo que más les gustaba eran esas pequeñas charlas que tenían en medio de la noche, con todas las luces apagadas y siendo solo ellos.

Una de esas tan amadas noches, Renjun preguntó.

—Jaeminnie...

—Dime

—¿Cuál es tu mayor miedo?

El menor se quedó mirando al techo pensando en alguna respuesta.

—¿La muerte? —respondió dubitativo —Realmente no lo sé ¿Cuál es el tuyo, Junnie?

El mayor suspiró y se sentó, haciendo que Jaemin lo imitara y quedaran frente a frente.

—Creo que perder la memoria. Leí que las personas somos las historias que vivimos, y cuanta razón tiene. Los recuerdos e historias vividas nos hacen ser nosotros, sin ellos somos nada. Todos los momentos que pasamos fueron construyendo nuestra vida, nuestra personalidad y nuestras capacidades. Definitivamente lo peor sería perder todo ese progreso, no poder conocerte a tí mismo —explicó el castaño oscuro mirando fijo a los ojos de su novio —Además, no podría vivir no conociéndote.

El castaño claro sonrió enternecido y se lanzó hacia el más bajo, repartiendo besos por toda su cara. Cuando dieron casi las dos de la madrugada, ambos se alistaron para irse a dormir.

Dos semanas pasaron desde aquella charla en medio de la oscuridad.

Renjun iba saliendo de su universidad para dirigirse al restaurante donde su novio trabajaba. Era casi pasado el mediodía, lo cual significaba que el turno del castaño claro ya iba a terminar.

Con su carpeta grande en su brazo y su mochila colgada en sus pequeños hombros, emprendió el camino en busca de su novio.

No fueron hasta dos cuadras más adelante que se detuvo en un semáforo.

Miró su celular fijándose la hora, con suerte llegaría unos minutos después de que Jaemin saliera del trabajo. Guardó el móvil y al asegurarse que el semáforo estuviera en rojo para los automóviles se dispuso a cruzar.

Lástima que no haya visto aquel auto avanzando a gran velocidad, recibiendo bocinazos de parte de otros autos.

Un golpe casi en seco se escuchó y un pequeño cuerpo impactó contra la acera, donde la gente ya se empezaba a acumular.

Las sirenas de policía sonaban tan lejanas al igual que el murmullo que se había creado.

—¡Renjun! —escuchó a lo lejos antes de que sus ojos se cierren y pierda totalmente el conocimiento.

—¡Renjun! —escuchó a lo lejos antes de que sus ojos se cierren y pierda totalmente el conocimiento

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Jaemin esperaba ansiosamente a que su pequeño novio entrara por las puertas de aquel restaurante.

No veía la hora de lanzarse hacia él y llenarlo de besos, olvidar ese horrible día con clientes totalmente irrespetuosos y groseros.

Pero parecía que el mayor no iba a llegar nunca. Le dijo que esperara en el restaurante y eso hizo el menor, esperar.

Cinco minutos, diez, quince. Pasaron hasta veinte minutos en los que el castaño claro ya se empezó a preocupar.

Su novio no era de llegar tarde, es más, le molestaba demasiado esas personas y siempre le recrimina que tenía que llegar a tiempo.

Tomó su teléfono dispuesto a llamarle cuando una llamada entrante capta su atención. Jeno le estaba llamando.

De inmediato recibió la llamada y puso el móvil en su oreja.

—¿Jeno?

—Jae... —dijo Jeno con la voz llena de pánico. Su respiración era agitada y eso logró inquietarlo.

—Jeno, tranquilo, ¿qué sucede? —preguntó tratando que su amigo respirara como normalmente lo hacía y se tranquilizara.

—Es Renjun, él... está en el hospital, ven rápido —dijo Jeno y siguió hablando, pero Jaemin ya no lo escuchaba.

Dejó caer su celular al suelo y sintió como las lágrimas se precipitaban en sus ojos.

Yeri, otra de las empleadas, tocó su hombro preocupada por el chico.

Jaemin se sobresaltó y empezó a llorar mientras tomaba de vuelta el teléfono que la castaña le tendía.

—D-dime la dirección.

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Memories | JaejunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora