AU. Midoriya no debería hacer caso de las absurdas ideas de su mejor amiga. En especial si esas incluyen pintarte una serie de extraños símbolos mágicos que, aparentemente, conseguirán hacerle soñar con los anhelos más profundos de su corazón.
Porqu...
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—Y por vigésima tercera vez, Ochako —declaró Midoriya, con un dedo apuntando hacia su mejor amiga—. ¡No pienso dibujarme unos símbolos satánicos en el brazo para tu propia diversión! ¡No seré tu conejillo de indias!
Okay, Midoriya Izuku lo sabía: ser amigo de Uraraka Ochako no era un paseo por el carrusel, ni tampoco un tranquilo picnic en el parque bajo los radiantes rayos de sol y un sándwich de queso en la mano.
Él sabía perfectamente a qué clase de ser humano se enfrentaba en cuanto decidieron hacer buenas migas en la universidad —ambos fueron compañeros durante casi toda la vida, pero no fue hasta el primer día de clases en la misma carrera, ya siendo adultos, que decidieron aliarse para sobrevivir la soledad.
¡Pero, aun así, Midoriya no esperaba que ella pretendiera que le siguiera en todas sus locas ideas! La gran mayoría acababa con ellos borrachos, presos, con una deuda más grande que la de Argentina, a punto de ser golpeados, o en riesgo abismal de muerte.
¡O todas ellas juntas!
—Tú lo que pasa es que eres gallina —contestó la muchacha, acomodándose un mechón de cabello tras la oreja, y rodando sobre la cama para apoyar el mercador sobre la mesita—. ¡Un cobarde de primera categoría!
—¡Eso no es cierto! —Midoriya chilló con voz aguda—. ¡Una vez pelee con Kacchan!
—¡Sí, y después me contaste que tuviste pesadillas durante un año! —contraatacó—. ¡Y mojaste la cama!
—¡Eso fue una vez...!
—Tampoco tuviste el valor para perrear con ese chicos brasileros de intercambio que nos cruzamos en la discoteca. ¡Demasiado puritano!
—¡Querían llevarme con ellos al hotel! —masculló Midoriya, todavía horrorizado por la implicación de lo que su amiga le decía—. ¡Querían hacer un trío conmigo!
—¡Y hubiésemos tenido tragos y una cena gratis durante el trimestre que estuvieron aquí! —chilló ella.
—¡Tú solo me quieres prostituir!
Uraraka agitó las manos en el aire. Midoriya dio un pisotón, casi como si lo suyo fuese un berrinche por no poder conservar un honor que llevaba rato sin estar allí.
La chica rodó por la cama. Alcanzó una vez más su marcador de tinta negra indeleble, y lo destapó con la boca para así calzarlo del otro lado del objeto.
—Eres cobarde, y la selección natural vendrá a por ti —Le amenazó—. Y por selección natural, me refiero a mí misma.
—¡Gracias, me haces cuestionarme mi capacidad para hacer amistades!
—Solo digo, Deku —Uraraka empezó a sonreír—. Es solo un juego. Una cosita de nada. Si los islandeses hubiesen tenido razón con sus símbolos mágicos, entonces ya algún ambicioso ya patentaría la idea y la vendería por eBay.