El mundo había olvidado que lo que una vez fue. El caos evolucionó y todo se redujo a tres clases sociales: soldados, quienen contenían todo su poder en sus manos; plebeyos, gente que vivia tolerando el régimen militar y hippies, algo así como rebeldes los cuales eran perseguidos y, en muchos casos, asesinados. Mi vida desde que nací estaba marcada por las huidas constantes por culpa de los soldados. Ser una hippie era agotador.
La historia de nuestro nombre, al igual que muchos otros apodos, se originó por la burla constante hacia nuestra forma de vivir: tan básica y sencilla. Algo que a muchos de la ciudad hasta sorprendía.
- La misión de hoy es sencilla - exclamó con poco énfasis Jota - iremos a por medicinas y volveremos antes de que oscurezca.
Dentro del campamento teníamos una jerarquía. Jota era algo así como el jefe en temas de seguridad y esas cosas. En temas de sostenibilidad se encargaba Daniela y en medicina Josef. Aquel trio de oro mantenía a raya todo lo que ocurría en el campamento y permitían que el orden se mantuviese.
- ¿Nerviosa pequeña? - oí la voz de Millers tras mi oreja.
- ¿Nerviosa? - bufé - no soy novata en esto idiota.
Millers había sido un amor odio en mi vida. Es cierto que tuvimos algo raro cuando aún era una adolescente hormonada. Con el tiempo y una madurez tardía entendí que aquello no tenía solución y no me aportaba nada. Resumiendo: rompí pero el chaval aún piensa que entre nosotros hay algo.
- Bien muchachos - entró a la conversación esta vez Sandra - vayamos a aportar algo.
Sandra, junto a Millers, compartía la misma edad que yo. Era una buena amiga, bastante graciosa y espontánea aunque guardaba una pizca de madurez en cada acción que cometía.
Jota pronto nos abrió paso. El campamento estaba oculto entre unas montañas y su única entrada era por una ranura, ancha y humeda, que estaba oculta por maleza de árboles caídos. Era como un mundo escondido de todo y de todos. La ciudad estaba a cuatro horas de allí y el viaje era pesado y horrible. Las piernas a veces decidían parar, pero no podían, a mis brazos se le hacía tan repetitivo el tener que apartar ramas que mis codos sentían punzadas por incomodidad. Era primavera y aunque pronto el verano haría su aparición estelar, la humedad era mas que notoria y las flores aguantaban con firmeza y hermosura. Los animales sonaban de fondo, en especial pequeños insectos que a veces provocaban chillidos a las personas mas aprensivas.
Mi mente me pedía un descanso tras cuatro horas sin parar por un terreno que cambiaba de suelo cada dos por tres, cuando por fin, mis ojos vieron los muros que resguardaban la ciudad.
- Nos reuniremos dentro de seis horas aquí. Mucha suerte muchachos - nos deseó Jota.
Nuestras expediciones a la ciudad eran largas pero pocas al mes. Allí no solo comprábamos sino que también analizábamos la situación. Si podíamos averiguar algo, lo hacíamos.
A causa del cansancio lo primero que deseaba era sentarme y tomar algo de agua o parecido. Gracias a una fuerza divina superior a mí, en cuanto giré a un pequeño callejón vi una ornamentada fuente la cual no paraba de dejar fluir agua. Gracias a la sombra y el aire frio el líquido salía frio y perfecto para beber.
Aparté la seda de mi boca (la cual me tapaba la boca y evitaba que el humo de la ciudad me ahogara) y bebí como si llevara años sin dejar pasar liquidos a mi cuerpo.
- Y me regañó - dijo una voz masculina acercándose a mi - el sargento tenía hasta la vena en la frente.
- El sargento Rodgers es cabezota - argumentó otra voz.
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Paz armada
Teen FictionNadie sabe como ocurrió pero, el mundo se dividió en tres bandos: los soldados, personas preparadas para matar no como los que conocemos; los subyugados, personas que aceptaron la opresión militar y los hippies, nada que ver con los de los sesenta...