Capítulo dos.

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Comenzó a abrir los ojos, notando un techo de madera encima suyo. La falta de luz le indicaba que, o estaba en una habitación sin ventanas o era de noche.

Miró hacia un lado para comprobarlo, viendo las estrellas detrás de la ventana que había.

Vale, eso significaba que no lo habían secuestrado, o que sus secuestradores eran increíblemente tontos.

Se sentó en la cama, adolorido. Se sentía como si alguien lo hubiese golpeado casi hasta la muerte.

La puerta se abrió, dejando ver a una chica de cabellera roja hasta los hombros con las puntas moradas. Llevaba ropa shinobi, así que no era alguien a quien hubiese que tomar a la ligera. Llevaba en sus manos un plato con algo delicioso y humeante, además de lo que parecía ser agua de limón y un par de vendas a un lado. Llevaba los ojos cerrados, pero parecía saber en donde había cada cosa, ya que pudo llegar hasta donde se encontraba él sin ningún tipo de problema, depositando la bandeja en la mesa de noche aun lado de su cama.

—Por un momento llegue a pensar que nunca despertarias, kitsune.— habló, dejándose caer en la silla que tuvo que evitar segundos antes para poder dejar la bandeja.

—¿Quién eres?—

La adolescente abrió los ojos, mostrando un azul eléctrico en ellos. Eran inusualmente llamativos y parecían ver tu alma.

—Es un poco descortés hablarle así a la persona que te salvo, ¿no crees?— sonrió, dejando ver el par de colmillos que tenía.

—Tu...¿me salvaste?—

—No, te secuestre y fue lo suficientemente idiota para dejar tu habitación sin llave y con una ventana aun lado tuyo— comentó de manera sarcástica —¡Claro que te salve!—

El menor se quedó callado, sin saber exactamente que decir.

—¿Cuál es tu nombre?— habló la mayor, cruzándose de brazos.

—Mi...¿nombre?— miró hacia el techo, tratando de recordar.

Su mente estaba en blanco, no podía recordar nada a parte de haber despertado en aquel lugar.

¿Por qué no recordaba nada?

Su cabeza comenzó a doler, pero no le importó e intento encontrar cualquier recuerdo dentro de su mente.

El dolor desapareció y volvió a la realidad. Una luz verde rodeaba su cabeza y calmaba el dolor, hasta que ya había desaparecido por completo.

Miró hacia arriba, encontrándose con la chica peli-roja, con su mano extendida hacia su cabeza y con una suave luz verde que salia de la palma de su mano.

—No te fuerces, aun no te has recuperado— se alejó, volviendo a sentarse en la silla —. Tienes una conmoción cerebral, me hubiese sorprendió si hubieras despertado sin daños colaterales, pero al parecer perdiste la memoria.—

Sus ojos se abrieron como platos.

¿Había perdido la memoria? ¿Como era eso posible?

Y, ¿por qué él?

—Tu...¿me conoces? ¿sabes algo acerca de mi?—

—No— respondió con sinceridad —, no te conozco.—

—Entonces, ¿por qué me ayudaste?—

La mayor sonrió, dejando ver de nuevo sus colmillos.

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