Capítulo cuatro

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Ambos viajeros se sintieron incómodos al ver cómo la gente del pueblo se arrodillaba frente a ellos dándoles las gracias.

—No tienen porqué agradecer, lo hicimos por cuenta propia.— llevó una de sus manos a su nuca mientras reía de manera nerviosa.

—¿Qué podemos hacer para agradecerles?— preguntó alguien del pueblo, y todos miraron expectantes a ambos viajeros.

La mayor suspiro. No parecían que los aldeanos desistieran en su decisión de agradecerles.

—Bien, ustedes ganan, les pediré una cosa a cambio.— los rostros de las personas del pueblo se iluminaron y el rubio la vio como si se hubiese vuelto loca.

Todos esperaban con atención las palabras de la peli-roja.

—Vivan.—

Aquella única palabra desconcertó a todos.

—Bien, nosotros nos vamos, ¿verdad, kitsune-chan?— Se dio la vuelta.

El manor sonrío y asintió, saliendo de su confusión. Comenzaron a caminar, antes de ser detenidos por la voz de la señora que les había dado hospedaje.

—¿Cuáles son sus nombres?—

La mayor se detuvo, pero no miró hacia atrás.

—Kira, solo Kira.—

Enviaron sus miradas al menor, esperando una respuesta y poniéndolo nervioso.

¿Qué iba a decirles si ni siquiera sabía su nombre?

—¿Qué tal Kin?— Le pregunto en voz baja la mayor.

—¿Kin? ¿Por qué Kin?— susurro de igual manera.

—Significa “dorado”. Estoy segura de que brillaras como ese color.— Le guiñó el ojo.

El menor rodó los ojos, sin poder evitar la pequeña sonrisa que estiró sus labios.

Kindijo finalmente hacia el pueblo —, solo Kin.—

La mayor le había dicho su apellido a él, pero debía de haber una razón por el cual no lo decía a los demás. Puede que los Uzumaki fueran personas buscadas o con un poder demasiado temido.

En cualquier caso, si decía su apellido, si es que ese era, sólo empeoraría su viaje.

Kira asistió, como si hubiese leído sus pensamientos.

—Vámonos— se dio la vuelta y ambos comenzaron a caminar, escuchando las despedidas de las personas del pueblo. Luego de un rato caminando y ya lejos del pueblo, la mayor habló —, y no sé leer tus pensamientos.—

Se adelantó.

El menor parpadeo.

¿Cómo sabia que había pensado eso?

Cuando volvió a la realidad, la mayor ya iba más adelantada y lo dejaba atrás.

—¡Oe!— gritó, corriendo para alcanzarla.

[...]

Había un basto bosque, mientras una pequeña niña caminaba por éste. Sus cabellos eran de un color rojizo, mientras que sus ojos de un color violeta.

Se estaba abrazando a sí misma ante el miedo que le producía aquel bosque.

¿Por qué siempre tendía a alejarse de sus hermanos para investigar?

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