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Después del beso todo cambió, todavía eran amigos, pero amigos que se besaban y abrazaban y se decían cosas que la mayoría de los amigos no se dicen.

Hoy están de vuelta en el estanque, acostados sobre la hierba la cabeza de Emilio descansa sobre el estómago de Joaquín. El sol brilla a su alrededor y Emilio brilla con el. Joaquín no cree haber visto algo tan hermoso.

—Podría acostarme así siempre —murmuró y Joaquín asintió.

—¿No te aburrirías? —preguntó, porque, bueno, él es Emilio Marcos; le gustaba la acción y la aventura. Le gustaba sumergirse en lo desconocido con los ojos cerrados. 

—Contigo nunca —él se levantó y presionó sus labios contra su frente. Sus labios se deslizaron hasta llegar a su nariz y finalmente a sus labios —. ¿Sabes qué es gracioso? Pasé toda mi vida esperando salir de este pueblo y ver el mundo, pero ahora, podría quedarme aquí siempre.

—¿Qué quieres conocer?

—Todo. La torre Eiffel, el museo Van Gogh, las Cataratas del Niágara.  

—Algún día.

De repente Emilio se puso de pie —¿Quieres nadar?

—¿Qué paso con querer quedarse aquí siempre?

Emilio rodó los ojos y se quitó la camiseta y sus pantalones. Caminó al borde de una roca y saltó.

—¡Estás loco!

—Lo sé —gritó Emilio tomando aire —. Ven y enloquece conmigo.

Abrió la boca para negarse, pero luego se dio cuenta de que no quería hacerlo. Así que se quitó la ropa y acompañó a Emilio en el agua.

—Casi se me olvida decírtelo —dijo Emilio —. Vamos a tener una cita esta noche.

—¿Una cita?

—Sí, una cita —sacó la lengua —. Los novios hacen eso.

—Novios, ¿Eh?

—Eso espero —sonrió —. Porque de lo contrario esto sería incómodo.

Había algo diferente en el aire esa noche. Era la misma sensación cuando pasas de la infancia a la adolescencia, intercambiando palitos de helado por cigarros o latas de cerveza. Emilio apareció en su puerta con un traje formal, cuando entraron al taxi, Joaquín lo supo. Esto no era como compartir una cerveza en el techo por horas con miradas persistentes y sutiles pistas. Esto era más real.

Joaquín no cree que alguna vez se sintió tan nervioso. Nunca se ha sentido tan vivo.

Emilio miraba por la ventana cuando entraron a la ciudad. Miraba asombrado las luces, mientras Joaquín solo puede mirarlo a él.

Emilio logró convencer al camarero que les trajera champán. Ahora ellos están compartiendo fresas con chocolate.

—Sabes —dijo Joaquín —, estoy seguro de que las fresas con chocolate no cuentan como cena.

—¿Cómo cuentan entonces?

—Postre.

—No —respondió con una sonrisa —, ese eres tú.

El camarero apareció en su mesa con la cuenta, antes de que pudiera decir algo, Joaquín buscó en sus pantalones.

—Te invité a salir, así que yo pago —insistió Emilio, pero su confianza vacila mientras busca en su camisa.

—No te preocupes, yo tengo dinero.

—Juro que esto no debía suceder, debí olvidar el dinero en mi cuarto.

Joaquín sonrió, pero se fue borrando cuando vio el costo total.

—Apenas puedo pagar las bebidas con esto, ¿Qué hacemos?

—Correr.

—¿Qué? Emilio no podemos comer y correr.

—Mira —suspiró —, sé que no es correcto, pero mira este lugar, dudo que necesiten el dinero.

—Voy a ir al infierno.

—Eres ateo.

—Aun así, ¿Cómo lo hacemos? ¿Contar hasta tres y correr?

—Sólo escucha... 1... 2... 3....

Los dos se levantaron bruscamente de la mesa, aunque Emilio parecía mucho más tranquilo. Podía sentir su corazón latir en sus oídos, mientras llegaban a la salida. Para su alivio la encargada del lugar apenas levantó la mirada cuando pasaron por su lado y ya estaban afuera y lejos.

De repente comenzaron a reír histéricamente. No estaban seguros si por el champán o la situación en la que se encontraban. Y pronto se reían en la boca del otro, chocando bocas y golpeando dientes, los dos estaban ahogados en su propia risa.

Entonces Joaquín supo que este no era un verano cualquiera y que Emilio no era solo una historia que algún día contaría. Cuando Emilio empezó a bajar los besos por su cuello, notó como las estrellas se extendían como una manta en el cielo.

—Mira —murmuró Joaquín —. Mejor llamemos un taxi para poder llegar a tu techo rápido.

Emilio negó volviendo a besarlo.

—El techo puede esperar, no estoy listo para que este momento acabe. 




cometa marco's || emiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora