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Emilio Marcos amaba las paletas sabor piña. Le encantaba mordisquear los trozos de fruta y comerlos primero, a pesar de que la paleta esté derritiéndose en sus manos. Especialmente, le encanta masticar el palo cuando terminaba de comer. Todas esas acciones son mucho más sexys de lo que parecen. 

—Me estás ensuciando —Joaquín se quejó cuando el helado derretido cayó sobre su hombro desnudo.

Emilio dejó escapar una risa musical  y presionó la paleta contra su espalda.

—Emilio.

—Joaquín.

Algo cambió en los ojos de Joaquín y de repente ya no jugaba a las luchas con un chico que se reía melodiosamente. Ambos están muy cerca, pero no lo suficiente para besarse. Tuvo la sensación de añoranza que pensó que siempre supo cómo se sentía, pero nunca lo sintió hasta este momento.

Emilio le hizo pensar filosóficamente. En la escuela había tomado clases de filosofía con la esperanza de aprender sobre los procesos de pensamientos que enterramos y escondemos, pero en cambio, aprendió las funciones del lóbulo occipital. Y Emilio, él era todo lo que había querido aprender y ahora se da cuenta de que no puede. No puede aprender a descifrarlo, pero sí a sentirlo.

Así que tomó su cuello para guiarlo hacia sus labios. Si alguien le hubiera dicho que estaría allí acostado con un chico sobre el césped y sus labios sabor a piña, le hubiera creído. 

Es simple, dulce y tranquilo, como regresar a casa luego de unas vacaciones e inhalar el aroma familiar. Enamorarse de Emilio es así. 




—Es un placer conocerte —sonrió Emilio después que la madre de Joaquín lo abrazo —. Soy Emilio, amigo de Joaquín, vivo al lado.

Desde el pasillo Joaquín vio a Daniel abrir mucho los ojos. 

—¿Cómo está mi niño? —ella se dirigió a Joaquín.

Joaquín podía sentir que Emilio contuvo la risa, de repente, se sintió mal porque su madre hizo todo para aceptarlo mientras Emilio tuvo otro tipo de familia. Su corazón se apretó y quiso sostener su mano, pero no pudo, porque aparentemente son amigos.

Cuando era pequeño Joaquín buscaba a Dios en la oscuridad y en las estrellas. Conectaba las constelaciones para encontrar una nariz, una boca  o una razón: ¿Por qué crear a un niño que le gusten otros niños? Un Dios no era tanto un Dios, sino un demonio. El cielo y el infierno no estaban tan lejos después de todo. 

Ahora la biblia solo era un libro y Dios solo un nombre, ya no creía en nada que no estuviera frente a él, pero creía en Emilio. Quizá fue su culpa, a menudo borraba líneas entre el romance y el romanticismo. Tal vez esto era algo corto o tal vez nunca terminaría.

—Esa es mi madre —le dijo a Emilio. Es medianoche y ambos están sentados en el techo.

—Es muy agradable.

—No, Emilio. Esa es mi madre, esa es la persona a la que le pase ocultando quien verdaderamente soy y lo mucho que me costo salir del armario y ahora siento que me empujaste de nuevo.

El color desapareció de su rostro e inmediatamente quiso retroceder el tiempo. Quería sentarse junto al estanque con un chico hermoso y una atmósfera de incertidumbre y esperanza. Quería volver cuando solo eran ellos dos.

—Lo siento —se mordió el labio —. Lo siento, Joaquín. Creí ser un chico seguro y valiente, pero no lo soy.

—Espero que puedas superar esto y ser feliz, mereces ser feliz.

—Estoy feliz. Me haces feliz.

—Tú también me haces feliz. Desearía que esto no fuera el final, pero no puedo volver a la vergüenza y a los secretos. Ahora estoy en lugar mejor y sano y quiero que tú también llegues allí.

Un Dios es un demonio y una persona es ambos.

—Joaquín...

—Comienzo la universidad en dos semanas y voy a trabajar en mi futuro. Quiero que lo sepas. 

Emilio exhaló y lo besó.

—Eres mi cometa —Joaquín le recordó.

—Y los cometas siempre regresan.

Entonces, ¿Por qué aquellas palabras parecían ser sacadas de un libro con un final triste?



cometa marco's || emiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora