La chica temblaba como un cachorrito asustado, el color de sus mejillas se había esfumado, Sebastián la veía más pequeña y frágil, parecía que en cualquier momento se rompería, era diminuta y muy delgada. La vio apoyar la mejilla en el frío cristal del coche y cerrar los ojos, buscando un atisbo de cordura en todo lo que sucedía.
Era muy buena actriz, pensó Sebastián, estuvo a punto de alzarla en brazos y pedirle a chofer que los llevara al hospital, pero se contuvo. Su madrastra había atrapado a su padre de la misma manera, mostrándose frágil y delicada para luego mostrarse mordaz y olvidar que él existía. Las facciones de su rostro se tensaron en recordar como la noche después de que su padre muriera ella se había colado en su habitación desnuda y dispuesta. Arpías, todas lo eran, incluida la mujer que tenía al lado. Entonces recordó que no sabía su nombre, no sabía nada de la mujer que le había puesto en ese aprieto. Aunque no se le había ocurrido nada mejor, su plan ya se estaba efectuando y para cuando terminara, no necesitaría ni recordar su nombre.
-¿Cómo te llamas?- dijo en un tono bajo, intentando sonar lo más tranquilo y relajado que podía. La observó mientras suspiraba y abría lentamente sus ojos, unos ojos hechiceros de color violeta que lo marearon, pero ella no lo estaba mirando, parecía mareada y miraba por la ventana junto a él.
Celeste...- Susurró muy bajito. – Celeste Hart. – Y volvió a cerrar sus ojos, su rostro empezó a tornarse verde y Sebastian comprendió que no era ninguna actuación, ¡esa mujer estaba a punto de vomitar en su coche!
-¡Pare el coche! – Bramó al chófer, este se asustó ante su orden y tardó un minuto en estacionar en un desvió de la carretera. Sebastián bajo de prisa del coche, dio la vuelta y abrió la puerta de la chica. La ayudó a salir del coche y ella mantenía los ojos cerrados por culpa del sol cegador. Ella se aferró a sus hombros y estaba tiesa.
-Respira, mujer ¡Por Dios! – Ella abrió su pequeña boca y tomó aire para luego soltarlo lentamente. Apoyó su cabeza contra su pecho y Sebastián inspiro todo el delicioso olor a frutas del bosque que desprendía su cabello, y disfrutó del calor que desprendía ese cuerpecito contra el suyo y como este encajaba perfectamente. Entonces ella se alejó y apoyó sus manos en el techo del coche y se deslizó con cuidado en el asiento de nuevo.
-Yo no he hecho nada malo... déjeme ir, por favor.- Su voz sonaba casi rota, herida, lo miraba con los ojos repletos de lágrimas que al parecer por orgullo se negaba a soltar y él se lo agradecía, odiaba a las mujeres lloronas. Apreciaba que se lo pidiera e intentara arreglar el lío en que lo había metido, pero era demasiado tarde, no podía dejarla ir.
-Te propongo un trato que nos beneficiara a los dos. – Ella lo escuchó atentamente. – Serás mi prometida el próximo mes, harás lo que yo te diga sin rechistar y luego te podrás ir, no sabrás nada más sobre lo ocurrido y tú vida estará completamente alejada a lo que ocurra después respecto a mí. – la joven frunció el señor y lo miró irónica.-Solo parecen beneficios para usted.
-Oh, ya lo entiendo, quieres dinero. Pues lo siento bonita, ya lo has estropeado mucho, no tocaras ni un centavo, no te saldrás con la tuya. – Ella apretó con fuerza sus manos en puño y los levanto no sin esfuerzo ya que se veía agotada, sus mejillas estaban rojas y tenía la frente perlada de sudor, aun así Sebastián la encontró fascinante.
- Es usted un cretino y un ególatra. No me interesa su dinero, ¡Por mi si se lo puede meter por...!- Masculló por lo bajo y respiró profundo.- Solo digo que no creo que usted me deje ir tan fácil.
¿Cuál es el truco?
- No hay truco.
-No me lo creo. – Replicó y Sebastián se exasperó. Nunca, ninguna mujer o persona le había hablado de esa manera. La gente acataba sus órdenes y si no lo hacían aceptaban sus consecuencias, y ahora una chiquilla que hacía un rato parecía romperse le reprochaba como si no supiera quién era el, o lo peligroso que podía llegar a ser.
Cree lo que prefieras, ese es el trato, lo tomas o lo dejas. No pienso perder el tiempo hablando contigo en mitad de la nada, al final vas a terminar haciendo lo que yo te diga.-¿podré marcharme como si nada después de que se acabe el mes? – preguntó con su voz de nuevo baja y apoyándose en el coche. Sebastián cerró la puerta del coche y volvió a su asiento.
-Solo si cumples mis normas. – Respondió él.-Como no.- bufó ella.
- ¿Cuáles son?-Tienes que actuar más que bien, el mínimo fallo y tú estarás jodida. No quiero que me repliques o retes cuando estemos con mi familia, harás el papel de dulce prometida perdidamente enamorada y compartirás mi cama.
-¿Qué?- Casi gritó ella.
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Alma Inocente
RomanceCeleste Reynolds era un ratoncito de biblioteca que deseaba terminar sus estudios y viajar por el mundo. El problema fue cuando la sorprendieron en medio de la graduación besando al magnate más ricos de Grecia. intentando escapar decidió marcharse l...