Después de toda la mañana con el sobrinito, y parte de la tarde organizando el plan, aunque habían quedado muchos flecos, no me terminaban de convencer ciertas cosas. Sin embargo, como profesional le pormetí a Leo que se me ocurriría algo para el día siguiente y sin falta se lo diría, así quedó acordada una próxima vista. Teníamos una semana para torturar a nuestra víctima.
Ahora de noche me tocaba volver a mi trabajo. Enfundarme en mis minifaldas, mis camisetas de lentejuelas o corsés, mostrar mi pecho, mis muslos, maquillarme... vamos, convertirme en la reina de la calle. O más bien, en la diosa de la cama.
-¿A cuanto cobras la hora?-preguntaba otro de tantos hombres ricos, de esposas frígidas que venían a contratar mis servicios.
-Bueno, depende de los servicios que desees...-le contesté.-Puedo ofrecerte desde el más gustoso polvo sin más utensilio que nuestros propios cuerpos, como también puedo mostrarte lo ardiente que es el bdsm...-le dije mirándolo de forma fogosa.
-¿Bdsm?-preguntó intrigado, le gustaba la idea.-¿Eres dómina o sumisa?-preguntó, y podía ver que su miembro se había empalmado por encima del pantalón.
-Soy switch...-contesté.-Así que puedes decidirlo tú...
-Me ponen las dóminas...-me dijo, yo sonreí ampliamente. Me encanta repartir latigazos.
-Perfecto, pasemos a mi mazmorra de tortura...-le dije riendo y lo lleve a mi cuarto.
Miré a mi cliente intesamente, lo tiré en la cama me puse encima suya como una bestia que va a deborar a su presa, comencé a quitarle la ropa, mientras lamía su pecho y rozaba con mis pechos su vientre... Escuchaba como gemía, entonces, con sus manos tocó mi cuerpo, pero yo le aparté los brazos.
-¿Te he dicho que puedas tocarme?-lo miré fijamente.-Ahora eres mi sumiso...-reí sádicamente, le encadené los brazos al cabecero.-Tocarás a tu ama cuando ella quiera.
-Me pones mucho, ama...-me dijo y entonces con mis manos empecé a acariciar su vientre hasta toparme con la entrepierna. Había un bulto muy duro y caliente.
-Lo se... eres un cerdo sumiso...-le susurré al oido.-Te gusta que una mujer te ate a su cama, ¿verdad?-comencé a quitarle los pantalones y la ropa interior. Su pene era bastante grande, estaba totalmente erecto, parecía suplicar ser desahogado, pero como buena dómina, no lo haría hasta que a mí me diera la gana.-El perrito tiene una cola muy grande...-dije riendo y le di un pequeño lametón a la punta.-Veamos...-dije acariciando con la yema de mis dedos su pene, de forma muy lenta y suave, podía ver como se estremecía solo con tocarlo así. Me reía sádicamente.-Quieres metérmela, ¿verdad?
-Sí por favor, mi ama...-decía muy cachondo.
-De acuerdo...-dije, poniendole una correa en el cuello y quitándole los grilletes de las muñecas y poniéndole una correa de perro en el cuello.-gánatelo.
-¿Cómo, mi ama?-preguntó.
-Bajate de la cama, chucho sarnoso...-le dije.-y ponte a cuatro patas...-el me obedeció a todas mis órdenes, me encantan esos hombres que de día son importantes ejecutivos con tanto mando y poder que manejan tanto dinero, y luego disfrutan siendo meros esclavos de una simple prostituta.-Me encanta que seas tan obediente...-me quité la falda y las bragas, sin quitarme las medias con liguero y los tacones, dejé expuesta mi vagina y lo miré fijamente.-Chúpalo bien perrito...-le dije y con la correa tiré de él hacia mi entrepierna. Su lengua se movía bien en mi interior, jugueteaba con mi clítoris a la vez que metía y sacaba los dedos en mi interior. Muy placentero, pero era lento, necesitaba más intensidad, así que cogí mi fusta y empecé a azotarle.-Más rápido perro salido... -suspiré, notaba como aumentaba la intensidad, como me hacía gemir de placer. Lo estaba disfrutnado.-Oh... si... lo haces genial... ahh...-gritaba de placer, mi vagina ya estaba lo suficientemente húmeda. Lo miré a los ojos.-Lo haces muy bien, pequeño esclavo... te lo has ganado... sube a la cama...-le dije suspirando y con una mirada lasciva.-Pero antes... quítame el corsé con la boca.-Le sonreí, y me tumbé en la cama, mientras el se ponía encima mía y con sus dientes de forma torpe me quitaba los lazos del corsé. Cuando me hubo dejado mi pecho descubierto me abrí de piernas.-Muy bueno... casi no tengo que azotarte...-reí lascivamente.-Ahora mete tu enorme rabo en mi vagina...
-Como desee mi ama...-dijo y la metió, creo que demasiado fuerte, lo que le costó un azote.
-¡Perro bruto!-lo continué azotando con la fusta hasta que aminoró un poco su ímpetu, moví mis caderas, dándole placer, podía ver como gemía. Comenzó a acariciar mis pechos y mi cintura, yo me dejé esta vez, no parábamos de mover las caderas, las embestidas cada vez eran más fuertes. Nos movíamos frenéticamente, y al final, el perrito se corrió dentro de mí. y se tiró al lado mía.
-¡Joder que bien follas zorra!-dijo jadeando al acabar.
-Por algo soy tan cara, le sonreí. Continuamos haciéndolo varias horas más. Gracias a este cliente cobraría bastante. casi mil euros. Muchos no cobran eso ni de coña en el mundo actual.
Después de que se hubiera ido mi cliente, me tiré en mi cama y me encendí un cigarro... me puse a pensar en cómo aquella crisis en la década del 2000/2010, empezó la decadencia del ser humano... Los que tenían dinero eludían la justicia, los que no, la justicia se cebaba sobre ellos. Habíamos vuelto atrás en muchos aspectos... la sociedad ya no tenía una fe que seguir como podía ser el cristianismo, o el islam, o el judaismo, u otras religiones del pasado... la sociedad solo creía en una cosa ahora mismo, el dinero.
Los que tenían dinero estudiaban, iban a grandes colegios, tenían la mejor sanidad, estaban mimados y accedían a importantes puestos de empleo. Los que no, como era mi caso, vivían sin derechos para servir a los más ricos. Éramos esclavos... si no de algún multimillonario, de algun mafioso, y si no, del Estado, que desde hacía años estaba gobernado por corruptos, a los que el pueblo nunca supo enfrentarse. Los humanos éramos básicamente los esclavos sumisos de unos sádicos corruptos dominantes.
Reflexionaba en mi cama sobre esto, cuando vi mis cosas de sadomaso regadas por la habitación, me percaté de que había por ahí un antifaz... pensé en mi misión de torturar, extorsionar y tal vez matar a aquel cabrón que nos habían encomendado a Leo y a mí. Ya tenía el plan perfecto. Y no había hecho falta pensar mucho. Es que soy genial. Fui a por un poco de Martini para celebrarlo.