#2: Empezamos la idiotez

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Se levantaron muy pronto en la mañana, pues tenían mucho trabajo que hacer. Como escribí anteriormente, esa casa era un desastre total. Se pusieron la ropa más vieja que tuviesen, aunque las del español eran todas muy antiguas, y empezaron a trabajar. El norcoreano se ocupaba de la maleza de alrededor del pequeño edificio, pues era lo suficientemente fuerte para aguantarlo, mientras los otros dos estaban dentro.

El inglés llevaba unos guantes y una mascarilla puestos, para evitar la suciedad, según él. Solo le faltaba ir con ropa anti-radiación. Sí, iba como un idiota. El otro, sin embargo, no era mucho mejor, que digamos. Con un moño muy mal hecho en la cabeza, un delantal semi-roto que ponía algo ilegible y con las manos llenas de la suciedad que tenía ese lugar. Si el otro era un idiota, este era un pordiosero. Aunque hacía bien su trabajo, la verdad.

La casa era pequeña, no demasiado, pero era suficiente. Tanto para que puedan vivir, al menos, cuatro personas, como para poder limpiarla fácilmente sin problemas. El anglosajón se quejaba continuamente. Tanto por el aspecto de su compañero como por el ambiente que le rodeaba. Un pijo en potencia, decía el español entre risas. Las cuales no podían ser ocultadas por las quejas de el de guantes y mascarilla.

- Ah, nunca cambias, mi pequeño niño inglés -decía el español mientras recogía unos trozos de madera.
- ¡¿Cuántas veces tengo que decirte que no me llames así?! -gritaba el de cruz blanca y roja, un poco sonrojado. España le llamaba así desde que eran pequeños, pues el inglés era muy bajito en el pasado. Era, porque ahora es un poste de luz.
- ¡Dejad de gritar ahí dentro! -se escuchó la voz del asiático desde el exterior de la casa, alertando a ambos.

Pasaron unas largas, para el inglés, cortas para el español, horas hasta que el de fuera decidió hacer una parada para comer. El de moño cocinaba, mientras los otros dos observaban el trabajo del norcoreano. Nada mal, la verdad. Toda la maleza estaba apartada en un lado, y solo las plantas más bonitas y sanas se habían quedado donde estaban. En cuanto les llamaron, se lavaron las manos y empezaron a comer. Era una sopa de fideos cortos, con garbanzos. La verdad, parecía más un buen cocido a una simple sopa.

Tras terminar, ambos volvieron al trabajo. Y sí, solo digo a dos porque el de habla hispana se había echado la siesta. Como la parte del exterior ya estaba arreglada, decidieron continuar con el interior. Aunque la planta baja estaba casi terminada de apañar. Cuando el español se despertó, ya habían empezado con la planta de arriba. Tres habitaciones, una de matrimonio, y dos baños. Unos a los que el inglés juró no acercarse hasta que estuviesen totalmente limpios.

Simplemente rieron, y continuaron con el trabajo. Una cosa era cierta, la planta de arriba no estaba tan desastrosa como la otra. Un alivio para Reino Unido. Aunque el olfato de un español ya le estaba matando por dentro. Le decía que saliese de allí inmediatamente, pero, como buen cabezón que es, se quedó hasta terminar de sacar toda la mierda de aquella casa.

Dejaron la última bolsa de basura afuera, preparada para ser tirada, y miraron a su obra. Lo habían conseguido, aquel desastre se había transformado en una muy mona casa. Todo lo roto ya estaba fuera, nada de maderas ni telarañas. Limpio como nunca lo estuvo, literalmente. El hispano cogió aire, y soltó algo que impresionó a sus compañeros.

- La habitación de matrimonio es mía en su totalidad, con el baño incluido -le miraron muy mal al tener la osadía de coger la mejor habitación -. ¿Qué? ¿Acaso no tengo derecho a escoger donde dormir?
- No, si tú tampoco cambias, España. No lo haces -le sonrió el inglés.
- ¡Claro! Si no lo hiciese, ¿qué sería del mundo que conocemos? -dijo burlón-. Bueno, Norte no cambiaría mucho, la verdad.
- A mí, no me metas -dijo sonriente.

Colocaron sus cosas en sus respectivas habitaciones, y se sentaron en el sofá exhaustos. El norcoreano se durmió, y España le sacó una foto la cual mandó por Whatsapp a su hermano, Sur. Mandó un montón de mensajes de risa, y le dijo que se lo había puesto de fondo de pantalla. Rió suavemente al leer el mensaje de su amigo, y miró la hora. Las ocho de la noche. Dios, eso era tarde para ambos. Porque sí, tanto Corea del Norte como Reino Unido estaban dormidos. Solo que el asiático estaba dormido sobre el respaldo, mientras que el inglés tenía su cabeza puesta en su hombro.

¿Qué podría salir mal?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora