Los doscientos barcosluengos que los habían seguido desde las Islas del Verano habían rodeado Rocadragón con la velocidad de los cuatro vientos que soplaban a su favor, mientras la Aerys atracaba en las aguas poco profundas del puerto sin que nadie los recibiera.
Habían llegado al despuntar el alba y desde la cubierta, Pipra veía como Axys Targaryen sonreía al deducir que el castillo ancestral del dragón tricéfalo se encontraba poco menos que abandonado, cuestión que no era extraña, porque Axys la había instruido muy bien en las cuestiones de su familia, y Rocadragón no había sido utilizada desde el nacimiento del rey.
La Ascensión y la Luna Negra habían atracado también a sus costados, capitaneadas por el estirado de Faun y por Daren, el asshaíta, quienes eran de los hombres de confianza de Axys, a quienes Axys había confiado el vuelo del cuervo.
Faun era tan bueno y tan medido en su razón y en su picardía, que Pipra desconfiaba de él casi tanto como en el oscuro corazón del sacerdote y hechicero negro de Daren, que con sus ojos y sus labios manchados de tinta oscura causaba un terror frío y bestial en cualquiera que tuviera la sensatez de reconocer que era un hombre peligroso.
Sin embargo, cuando hubo que descender a tierra firme, tan sólo ella y Axys bajaron, con sus espadas en el cinto y el paso seguro. Aquella isla era la isla del dragón y Axys Targaryen era un dragón. Era su dragón y ella confiaba en su valor tanto como en su determinación. Si él no sentía miedo, ella jamás tenía por qué temer tampoco.
Los pocos pescadores en los muelles y en las playas habían amarrado sus botes a la orilla y habían huido a sus chozas nada más verlos. Y Pipra los comprendía. La Flota de Hierro había causado miedo durante generaciones en sus días de gloria al otro lado del mar y Poniente, desde aquel día, tampoco iba a ser la excepción. Así que Pipra decidió respirar del olor a miedo que los isleños habían dejado tras de sí al partir a esconderse donde Axys no pudiera encontrolarlos, y decirse a sí misma que hacía lo correcto.
Veinte minutos les tocó caminar, serpenteando entre los primeros muros de piedra, casas de piedra y puentes de piedra hasta las puertas principales del castillo. Dos inmensas cabezas de dragón custodiaban las altas puertas de piedra caliza que había sido tallada con glifos valyrios de tal antigüedad que Pipra no tuvo ninguna oportunidad en reconocer su significado, por más que hubiera estado practicando el idioma por más de dos años con los hombres de Axys en la Aerys.
Los primeros guardias con los que se encontraron al abrirse las puertas, parecieron no reconocerlo, pero el cabello platino dorado de Axys, sus extraños ojos rojizo crepúsculo y las velas del dragón en los barcos, los hicieron confiar y no cuestionar su altivo ingreso mientras sus pies daban pasos seguros, conociendo a la perfección el castillo.
Pipra había visto cosas aterradoras en sus viajes por el filo del mundo, pero todas aquellas gárgolas, monstruos marinos, monstruos de lava, grifos y arpías la hacían sentir incómoda, con el olor pesado a humo y azufre haciéndole picar la nariz, y las bocanadas sofocantes de aire caliente haciendo presión en su cuerpo, desde sus pies hasta el techo, la hicieron pensar por un minuto que aquel castillo de roca de dragón podía perfectamente ser una tumba de oscuridad de la que jamás volvería a salir.
<Es la montaña>, se dijo, bien lo recordaba <Rocadragón está asentada en las faldas de una montaña. En las faldas de un volcán>, pensaba, mientras el repiqueteo de los tacones del que se acercaba a pasos rápidos por la amplia y baja galería de piedra se extendía ante ellos en una cueva oscura y terrorífica.
El maestre era un hombre común y corriente, todavía en edad viril, pero feo, que vestía de gris y que llevaba en el cuello una doble cadena con más eslabones de los que Pipra podía contar. Axys le había dicho alguna vez que todas las ratas de Antigua eran traicioneras, pero que cumplían un servicio a la altura de las ratas que eran, de modo que en su nuevo mundo les permitiría conservar sus puestos y su tradición, no sin antes colgar por el cuello, con sus mismas cadenas, a todos los que le apeteciera, desde las altas torres de los castillos en los que se encontraran, por haber vuelto a destruir las evidencias de la Última Larga Noche.
ESTÁS LEYENDO
PONIENTE II: Aullido de Dragones
FanfictionEn la capital, Devendra Connington mantiene la regencia de Poniente tras la posible guerra civil con la que Vassillissa Targaryen pretende responder en lucha por el Trono de Hierro con sus amigos en el Sur. En el Norte, Fonz Tyrell ha descubierto co...