Prologo.

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3 de noviembre de 2001

Hola. Soy Helena, hoy cumplo once años, y este es mi diario. Cuando sea grande, quiero ser bailarina. Mi hermana Lavinia me viste para que baile y me dice que bailo muy bien. No sé qué más contar, no soy muy buena escribiendo, así que dejaré muchas hojas en blanco. Chau.

25 de diciembre de 2001

Anoche mamá trajo un novio nuevo a casa, se llama Josué. Lo demás no lo recuerdo, el segundo nombre es muy raro. Ella siempre anda con algún hombre, pero me parece que este se piensa quedar mucho rato. No sé por qué, pero sentí la necesidad de escribirlo. De paso ocupo hojas para que no queden vacías.

2 de abril de 2002

No creo que vuelva a escribir más. Lo que pasó anoche me dio miedo, mucho miedo, y no quiero que me pase nunca.

Yo estaba dormida. Juro que cuando me desperté, ya era muy tarde. Creo que lo que vi una vez cuando espié en la habitación de mamá, casi se hizo realidad de nuevo, pero en Lavinia. Fue Josué. Cuando abrí los ojos, uno de sus amigos me cubría la boca y él le quería hacer algo a mi hermana. Yo no podía respirar. Sentía tanto miedo que pensé que me iba a hacer pis en la cama. Me costó pero pude girar la cabeza hacia donde estaba Lavinia y entonces vi que Josué se le sentaba encima de las piernas y se le acercaba como si quisiera olería. Mi hermana temblaba. A mí me parecía que iba a llorar, pero no la pude seguir mirando a la cara porque Josué le levantó el camisón y yo cerré los ojos. Para mí Lavinia era valiente, pero me mintió. Me mintió porque no se movía. Josué le dijo que le iba a hacer algo a mamá, y Lavinia se calló. ¿Por qué se quedó callada? Yo no podía gritar porque me estaban tapando la boca, pero Lavinia siempre fue más fuerte que yo, y es más grande, y puede con todo. Entonces, ¿por qué no gritó? ¿Por qué no se defendió? Cuando volví a mirar pude ver que Josué se había bajado los pantalones y le arrancaba la ropa interior. ¿Cómo Lavinia permitió eso? Si ella no hacía nada, tenía que hacer algo yo, por eso me retorcí. Yo quería defenderle, pero no me dejaron. Vino otro grandote y me apretó contra la cama. Giré la cabeza porque pensaba pedirles que me soltaran, quería gritarles que los odiaba y que se fueran. Pero cuando los vi... cuando los vi yo también me quedé callada. Los dos me miraban y yo sentí miedo. En esos ojos había algo raro, me di cuenta de que me querían lastimar a mí también. En ese momento, escuché que Josué insultaba: —¡Carajo! Lo que dijo hizo que sus amigos me soltaran. Josué se alejó de Lavinia y dio unos pasos atrás sin hacer bien el equilibrio. Yo me senté en la cama temblando, todavía no terminaba de entender qué pasaba. Los tres se fueron saltando por la ventana. Entonces miré a Lavinia y la vi en la cama, quietita; le temblaban las manos y los párpados. ¡Pensé que mi hermana se estaba muriendo! Salté de la cama y la sacudí, pero no reaccionaba. —¡Lavinia! —le grité—. ¡Lavinia! Y de pronto abrió los ojos, y yo los vi llenos de miedo, y entonces me largué a llorar. 

El frío del piso me hacía mal a los pies, se me congelaban los dedos. Sentí que Lavinia me acariciaba el pelo y yo me escondí en su hombro y me abracé a ella. No me gustaba que la gente me viera llorar. De lo que más me acuerdo es del silencio, de que solo se escuchaba mi llanto. Fue horrible. Lavinia no se defendió. ¿Por qué no dijo nada si la estaban maltratando? No la entiendo. No entiendo por qué se quedó ahí, callada, como muerta. Tuve tanto miedo que la odié. La abracé cuando se despertó, pero no la pienso abrazar nunca más. Ella era mi mejor amiga, y yo la admiraba, pero ahora ya no la quiero. ¿Qué hago ahora sin ella? ¿Qué hago ahora tan sola?

4 de diciembre de 2006

Hijo de puta. Parece que hubiera esperado a que tuviera dieciséis, como mi hermana, para empezar. ¿Pero qué le pasa? ¿Por qué lo excitan las niñas? Hoy me rozó la mano. El día de mi cumpleaños sentí que me miraba así como miran en la tele los de las novelas, con esa mezcla de lujuria y de asquerosidad, como si yo fuera un pedazo de carne en una góndola. Así como me miraban sus amigos la noche que él quiso abusar de Lavinia. Pero yo no lo voy a dejar, no. Conmigo no va a poder.

13 de mayo de 2007

Al fin pude vencerlo, y se lo grité a la cara. Anoche me fui con Diego a la bailada —le pusieron así por Maradona, ¿no es lindo?—, y me lo apreté como nunca. Él estaba loco, me miraba como a un pedazo de oro, y a mí me encantaba, porque me hacía sentir mejor, me hacía sentir deseada. Yo sabía que lo estaba haciendo sufrir, y me gustaba. Al fin yo era algo que alguien quería: tenía el control sobre un hombre y así no sentía miedo, porque eso me hacía poderosa. Fue asombroso. Nunca pensé que se sentía semejante dolor y después algo tan raro, esa sensación de que te desarmas por dentro. La verdad, no me arrepiento. Lo pasé bien y encima me di el gusto de llegar a casa, reírmele a Josué en la cara y decirle: «Perdiste, guacho. Ya no soy más virgen». Jajaja, ¡la cara que puso el borracho! Se quiso matar. Bien hecho. No me va a tocar nunca.

3 de enero de 2008

Es irónico porque de chica yo quería ser bailarina, y ahora bailo. En el caño, pero bailo. Creo que ya soy oficialmente prostituta. Es un trabajo duro, pero se aprende rápido y se gana bastante. Por lo menos estoy mejor que antes y mientras sea la fantasía de otros, sé que el drogadicto de Josué no me toca. Ay, el señor las quiere limpias. ¡Qué ironía, porque él tiene una roña! Hay dos principios básicos que una prostituta tiene que recordar: penetración rápida y gemidos. A los hombres les gusta entrar rápido en una, no extenderse en jugueteos innecesarios, salvo que el cliente lo pida. Y cuanto más una grita, más grande sienten que es su pene. Esto me lo explicó Rubí, que es transexual y sabe tanto de hombres como de mujeres. Me deja asombrada con sus conocimientos. Este es un trabajo pesado, pero te abre la cabeza. Rubí es una buena compañera que me defendió cuando dos chicas querían pegarme por usurparles la zona. La quiero. Es mi única amiga.

8 de febrero de 2009

Estoy muy triste, quiero abandonar este trabajo. Rubí se volvió a Paraguay y me siento muy sola.

22 de octubre de 2011

No quiero hacer más este trabajo, me siento sucia, me siento desolada. Y aunque sé que es tarde, porque ya estoy rota como persona, no quiero que lo que me pasó hoy vuelva a pasarme nunca. Ornar, el viejo asqueroso que siempre pagaba extra, me puso en cuatro patas, me pegó como ni siquiera lo hizo alguna vez mi madre y me forzó diciéndome que yo era una puta. Yo no soy una puta. Yo me siento una niña que no pudo hacerse mujer.

Una noche con ellaWhere stories live. Discover now