La Guardia Negra

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El rey Alfonso observaba alarmado cómo las fuerzas combinadas de moros y de cristianos bajo el mando del Cid ganaban poder y prestigio. Finalmente, cuando ya no lo pudo soportar más, envió a su propio ejército a Zaragoza para luchar contra los moros de Mutamid. Por mucho que le hubiera gustado ir en ayuda de su amigo, El Cid no podía desenvainar la espada contra el rey Alfonso, ya que éste seguía siendo su legítimo señor. Como El Cid no podía ayudarlo, Mutamid se vio obligado a buscar ayuda en otra parte. Contactó con los bereberes que vivían mas allá del Mar de Gibraltar. Pero recibió más de lo que había pedido. Estos religiosos fanáticos de rostro cubierto libraban una guerra santa continua sobre las estériles dunas del Sahara. Su líder, el fanático Yusuf, que nunca mostraba su rostro, se preparó inmediatamente para cruzar el mar hasta España con miles de hombres y camellos. El ejército del rey Alfonso sucumbiría esta duda ante esta nueva oleada de invasores.

Alfonso solo hubiera necesitado mencionar que España estaba en peligro ¡y El Cid hubiera respondido! Cuando acudió finalmente en ayuda de su rey, aplastó a los bereberes y obligó a su líder Yusuf a escapar a África. El Cid se inclinó ante Alfonso, listo para volver a su legítima posición como campeón del Rey. Pero Alfonso, enfadado por la tardanza del Cid en acudir en su ayuda, lo mandó de nuevo al exilio. Esta vez se llevó consigo a su mujer y a sus hijas. Ya me había consumido demasiados años en las mazmorras de Castilla

El CidWhere stories live. Discover now