Estábamos atrapados y solos en nuestro reino de Valencia. El Cid mandó inmediatamente mensajeros a los posibles aliados pero encontró muy pocos. El reino cristiano de Aragón estaba demasiado lejos y el rey Alfonso de Castilla no parecía tener prisa en acudir en defensa del Cid. Ni siquiera podía contar con Mutamid el moro, su antiguo aliado. Yusuf lo había exiliado al Desierto del Sahara, donde paso el resto de sus tristes días escribiendo poemas. Durante diez días y diez noches, los bereberes cabalgaron alrededor de la ciudad, gritando y golpeando los escudos de piel de hipopótamo con sus armas. El Cid arengó a sus tropas, rezó y planeo un contraataque. Entonces ocurrió lo impensable. Durante un genial ataque sorpresa para arrebatarles oro y caballos a los bereberes, Rodrigo Díaz, mío Cid, fue abatido por una flecha perdida. El ataque sorpresa se convirtió en una fuga desordenada y los soldados del Cid regresaron a duras penas al castillo con su cuerpo herido. Rodrigo y yo sabíamos que no sobreviviríamos a la noche. Pero también sabíamos que sin su Cid para dirigirlos, los soldados de Valencia no se sentirían lo bastante fuertes como para enfrentarse a los bereberes. Por ello, aunque acababa de morir, até a mi marido sobre Bavieca y le puse la espada Tizona en la mano. Bavieca era bien visible, en lo alto de la ciudad de Valencia. Mi única esperanza era que los hombres no se dieran cuenta del engaño; que no se enteraran que El Cid estaba ya muerto.
Fue el crepúsculo de la España mora. El ejército berebere fue derrotado y Valencia resistió el cerco. El rey Alfonso no nos permitió enterrar al Cid hasta que pudiera asistir personalmente a su funeral. Cuando llegó, no quiso que lo enterráramos. En su lugar, el cuerpo del Cid fue embalsamado y colocado cerca del altar de la iglesia, sentado en un taburete de marfil que había arrebatado a los moros, cubierto de lujosa seda y sujetando en la mano izquierda su espada Tizona. ¿Y quién quedó gobernando Valencia?¿El rey Alfonso o el Conde Berenguer de Barcelona? No, Valencia es mía. Soy yo, Jimena Díaz, quién reclama el trono del reino de mi marido fallecido. Y si los bereberes regresan a Valencia, es a mí a quien encontrarán, bajo el mando de los soldados de Rodrigo Díaz, ¡El Cid Campeador!
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El Cid
Historical FictionLa historia de El Cid. Narrada por Jimena de Asturias, quien fue esposa del Cid.