Capítulo 3 - Revelaciones

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Resumen: para Jin Guangyao es bueno finalmente tener a alguien en quien confiar.

Notas: holaaaa, cómo están, gente bonita. Llego con una nueva actualización. Espero que les guste.

Day 3: Domestic life together.

Inefable Destino

Revelaciones

Se lo contó todo.

Abrumado, con las emociones a flor de piel, un caudal de lágrimas silenciosas se derramó sobre sus mejillas. Meng Shi, anonadada, lo abrazó cuando lo vio desmoronarse en medio de la cocina. Lo condujo al mueble, dejándolo unos segundos mientras le preparaba un té cargado de hierbas que desconocía, y a su juicio, no sabía del todo bien como los naturales, pero no se quejó, y lo bebió, mientras le decía toda su vida, exponiendo su alma pútrida y proterva, pidiéndole perdón por haber usurpado el lugar de su hija.

No había sido su intención, él sólo quería vivir, vivir finalmente sin pensar en qué inevitable y cruento destino le depararía.

Meng Shi, la madre de aquella mujer que ahora es él, escuchó. En silencio, atendió a los inconexos sollozos de Jin Guangyao.

Él le contó todo. Desde su infancia viviendo en un burdel, aprendiendo a sobrevivir, valiéndose ambos con lo poco que ella obtenía de su deleznable labor; el duro transcurso que padeció desde su reconocimiento como hijo de Jin Guangshan hasta su muerte; la guerra que se llevó a cabo debido a sus ambiciones, sus pecados. Incluso del inevitable final de su desgraciada hermana, Qin Su. No sabía si Meng Shi estaba comprendiendo algo de lo que le decía, pero se sintió bien cuando por fin pudo vomitar aquello que le envenenaba el estómago, asesinándole los sentidos, dejándole endeble, indispuesto.

Cuando terminó, su cara estaba roja y sus ojos hinchados. Se veía horrible, pero se sentía relajado. Desde que llegó a ese mundo, finalmente sintió que pudo respirar correctamente. No sabía cuánto tiempo pasó, pero debió haber sido prolongado cuando la imagen de Rusong se exhibió en la entrada del pasillo.

—Mamá, tengo ham-

Lo que iba a decir al final, quedó en sus labios cuando vio los ojos llorosos de Jin Guangyao y a su abuela a un lado, consolándole. Con el rostro inexpresivo se dio la vuelta, retornando por el mismo lugar donde había venido. Eso le valió un suspiro por parte de Meng Shi. De soslayo, Jin Guangyao la vio sacar del interior de su ropaje el mismo objeto que utilizó Nie Mingjue para comunicarse, prendiendo el espejo de este. Ahí Jin Guangyao entendió por qué su esposo maldijo: estaba viendo la hora.

—Bueno, ya pasó la hora del almuerzo, tenemos que apurarnos —dijo Meng Shi, incorporándose del sofá.

Así era como se llamaba ese gran cojín: sofá. O mueble.

Jin Guangyao asintió con incertidumbre, un poco apesadumbrado por los pensamientos de Meng Shi sobre su persona. ¿Ya no lo vería como un hijo? Terminó de incorporarse, y en ese momento Meng Shi se situó a su frente, sujetándole los hombros con su mano mientras le observaba con fuego en sus ojos, entonando con fuerza:

—¿Eres Meng Yao? —inquirió, su voz sonando demandante. Aturdido, asintió. Meng Shi le regaló una hermosa sonrisa maternal—. Entonces eres mi hija... Bueno, hijo, ¿no?

Un nuevo caudal de lágrimas se asomó por la comisura de los ojos de Jin Guangyao. Hipó varias veces mientras su madre lo abrazaba con fuerza.

—Odio este cuerpo, llora mucho —sollozó con voz nasal, y Meng Shi se rió, apretujándole en un abrazo que sólo las madres sabían dar.

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