Amargo...

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Emilia era una camarera en un restaurante barato al que frecuentaban vagos y borrachos. Siempre trataba de hacer su trabajo lo mejor que podía, pero el ambiente en el que se encontraba le bajaba la moral e incluso la exasperaba. Hablo de 5 horas diarias cocinando y sirviéndole a vagos vulgares, además del estrés relacionado con las quejas falsas para no pagar la comida, como "hay un pelo en la sopa" o "tengo una mosca en el café". Odiaba su trabajo, pero no le quedaba otra opción ya que no podía encontrar otro empleo que le pagara el mismo sueldo.

Un día llegó bastante cansada por la jornada anterior; empezó como siempre, abrió el restaurante, limpió las mesas y luego de ponerse el uniforme giró el cartelito a >>abierto<<.

En el transcurso del día la pobre Emilia sollozaba en silencio mientras cortaba los vegetales, tratando de que sus compañeras no la vieran. Se tropezó un par de veces, una por su culpa y la otra porque un cliente le metió una zancadilla, provocando que la sopa que llevaba en la mano cayera encima de él. Para enmendar su error su jefe le ofreció otro plato gratis, y a ella la censuró diciéndole que tendría que quedarse cubriendo el segundo turno también. Eran las 20:11 y aun le faltaban 3 horas para salir de ahí. Estaba demasiado cansada, mental y físicamente. No sabía cuánto más podría aguantar.

Se dirigió a la mesa de un hombre y le colocó allí su pedido. Él tomó una cucharada y empezó a gritar, lo suficientemente alto como para que todo el recinto le escuchara, vociferando: "¡Eres una maldita idiota! ¡Sirves para lo mismo que la gonorrea!" Emilia, con los ojos llenos de lágrimas, entró corriendo a la cocina y estuvo pensando sobre lo que debía hacer. Momentos después apareció con una cara nueva y llevando un humeante plato de arroz blanco, que colocó amablemente frente al señor. Le pidió disculpas y le ofreció ese nuevo plato, que ella misma pagaría. El barrigudo sujeto se lo quito de golpe, profiriendo en un tono ininteligible que se fuera de su vista. El hombre comió la comida, pero como aún tenía el sabor salado en la boca y la rabia del momento, no se dio cuenta del sabor amargo del cianuro.

Cuentos trágicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora