Enterrado vivo

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Al abrir los ojos me quedé estupefacto por toda esa oscuridad

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Al abrir los ojos me quedé estupefacto por toda esa oscuridad. Estiré los brazos y las piernas, intentando ubicarme en el espacio, y descubrí con espanto que me encontraba enterrado entre 4 paredes de tierra. Acostado boca arriba, intenté arañar el techo que me cubría, pero no logré llegar a ninguna parte. Mi oxígeno empezaba a ceder, sudaba frio y mi corazón latía acelerado, convirtiéndose éste en el único sonido que escuchara. Intenté gritar por si Dios se apiadaba de mí y enviaba a alguien que me salvase. Lo único que logré de todo eso fue llenarme la boca de tierra rocosa, y pensé: "Hay piedras mezcladas aquí, Diablos, debo estar 3 metros por debajo". Llegué a la conclusión de que cuando alguien lograra llegar a donde estaba- si había alguien, por supuesto- ya estaría muerto. No dejaba de sacudirme intentando abrir algún agujero para seguir cavando. El calor era insoportable, y eso que mi asesino había tenido la gentileza de despojarme de mi ropa exterior. El tiempo pasaba demasiado lento, los minutos se convertían para mí en horas interminables.

Luego de un rato, no puedo asegurar cuanto duró, logré hacer un hoyo con el brazo hacia arriba, y de él me aferré, cavando desesperado y aguantando la respiración para ahorrar oxígeno. El detector de calor de la policía no podría encontrarme allí, así que me pregunté, "¿Cómo pudo mi anónimo asesino tomarse el tiempo necesario para cavar a tanta profundidad?'' Luego otra pregunta ladeó mi mente: ¿Y si había alguien más conmigo allí abajo? No quise averiguar la respuesta, solo pensarlo me aterrorizaba.

Después de un rato abriéndome camino entre tierra, arena, rocas y huesos, pude empezar a sentir la humedad proveniente de la añorada superficie, y pensé: "¡No te rindas, ya falta poco!". Pensando eso, empecé a cavar con incluso más violencia que la de antes; en ese momento mi único miedo era quedarme sin oxígeno faltando centímetros para llegar. La humedad aumentaba, y creo que fue la primera vez en toda mi vida que me emocioné tanto por sentir la tierra fría y la nieve. En ese momento de euforia algo impidió que mi pie avanzara, y entré en pánico: me sacudía, me retorcía intentando soltarme de aquello que me impedía liberarme. Me empecé a asfixiar e hice un último intento desesperado por sobrevivir: empujé con violencia mi pierna presa hacia abajo y, tomando impulso, levanté el brazo lo más alto que pude.

Así me encontraron, bueno, nos encontraron, horas después. Mi mano fue la única que logró salir de la tierra; los policías la encontraron congelada en la superficie con los dedos extendidos. Lo que me mantenía cautivo era mi esposa, que había sido enterrada cerca de mí y que trataba de seguirme en aquel laberinto de tierra. 

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