36 horas.
Dos mil tres cientos treinta y dos kilómetros y una simple mochila en mano.
Cuando dijeron mi nombre en aquel antiguo teatro de la ciudad en la que vivía, no podía creermelo, me puse a llorar y no tenía idea alguna de que hacer. Tardé un par de días en asimilar la felicidad que acababa de entrar a mi vida y la gran puerta que se me había abierto. Todavía cuando ya las maletas estaban dentro de la vieja camioneta ochentera que mi padre aún conservaba, seguía sin ver la realidad. Me iba a la gran manzana.
Me bajo del autobús. Miro hacia todos lados y tras barajar opciones varias, decido que mi mejor decisión para poder aguantar todo lo que me queda, es tomar un café bien cargado.
Nueva York.
Dos palabras y una ciudad, pero joder, como asusta.
Me pongo a andar entre los grandes y característicos edificios, subo la música de mis audífonos y me dispongo a andar en busca de una cafetería tranquila. Ando un buen rato sin saber ni a donde mirar, hasta que al doblar una esquina me encuentro con un ''Café Grumpy''. Me quedo unos segundos mirando. La puerta y todo el marco que sobresale es de madera que, en lo personal, tiene un toque antiguo que me encanta. Hay un cristal que ocupa casi por completo la puerta y veo que no hay demasiada gente, así que decido entrar. Un pequeño retintineo suena cuando la puerta se cierra y me acerco al mostrador.
- ¡Buenos días! - La dependienta me sonríe de oreja a oreja y siendo sinceros, transmite incluso alegría.
- Buenos días. - Sonrío con una amabilidad que espero dejar ver. - Un simple café pero bien cargado, por favor.
- De acuerdo.
La camarera se da la vuelta, yo me voy al final de la cafetería y me siento en el sillón de un pequeño rincón realmente acogedor. Cruzo las piernas y me apoyo en el respaldo, cojo el libro de mi mochila y agradezco el momento en el que se me ocurrió la brillante idea de meterlo en ella. Lo coloco encima de la mesa y rebusco en el pequeño bolsillo mi cartera, la sostengo y cojo un par de dólares mientras abro el libro por donde me había quedado. Me envuelvo tan sumamente demasiado en cada palabra de el, que no tengo idea de cuantos minutos pasan cuando escucho una voz grave carraspear delante mía. Levanto la mirada y veo a un chico rubio y con el pelo revoltoso, los ojos azul celeste y una leve sonrisa como si la fingiera, para nada comparada con la alegría que desprendía la chica con la que había hablado hacía unos diez minutos.
Coloca el vaso encima de la mesa y delante de mi, mientras la, ya de por sí, pequeña y falsa sonrisa se borraba por completo.
- Gracias. - Sonrío un poco.
- Gracias. - Dice en un tono de voz seco y casi inaludible cuando le entrego el dinero.
Da media vuelta y se echa a andar hacia la barra para dejar la bandeja de mala manera e introducirse en lo que supongo que será la cocina o la oficina, no estoy segura. La chica que me atendió la primera vez, hace una mueca de entre enfado y tristeza y se queda mirando unos segundos a la puerta en la que él se había adentrado. Cuando sale de el trance en el que parece estar metida, coge un trapo y se acerca a la mesa que esta a mi lado para limpiarla.
Intento disimular que mi atención está completamente centrada en el libro y no en sus movimientos pero creo que se da cuenta cuando me dice:
- Lo siento. - Levanto la cabeza del libro y la miro. - No siempre es así de borde, no estoy segura de lo que le pasa pero no ha debido pagarlas con una clienta, aunque supongo, que yo tampoco he debido obligarlo a atender a alguien.
- No pasa absolutamente nada. Considero que todos podemos tener un mal día, pero, ¿obligarlo? - Ella asiente levemente y yo no entiendo nada. - ¿No es su trabajo?
- Es mi hermano. - Suspira mientras levanta levemente las comisuras de su boca. - Y esto, es un negocio familiar, así que...
- Lo entiendo. - La corto antes de que termine la frase y sonrío.
- No eres neoyorkina, ¿verdad? - Realmente no me esperaba esa respuesta y mucho menos esa pregunta.
- No... - A puesto a que mi cara transmite lo confusa que estoy. - ¿Cómo lo has sabido?
- Pues, no paras de mirar a todos los lados comos extrañada, has mirado la puerta y examinado la entrada como si se tratara de un experimento de ciencias y por la cara que has puesto cuando mi hermano te ha atendido, es evidente que no estas acostumbrada a la gente antipática. Así que además de no ser de Nueva York, pongo la mano en el fuego, a que es tu primer día en la gran manzana. - Soltamos una carcajada a la vez y pienso en el hecho de que menos mal que ella no es como su hermano, porque si toda su familia fuera así... Estoy al cien por cien segura de que esta cafetería ya no estaría en pie.
- Eres observadora y atenta eh... - Asiente con orgullo.
- Bueno, también digamos que el acento sureño que me llevas me a dado un par de pistas... - Pongo la cara de ofendida más cómica que puedo imaginar y ella se ríe.
- Arizona.
- Lo suponía. - Afirma sobre lo que he dicho y extiende su mano. - Maddie, ¿encantada?
- Aria. - Sonrío y tomo su mano. - Encantada.
Antes de que a ninguna de las dos nos diese tiempo a decir algo más, el retintineo de la puerta da lugar a que alguien a entrado en la cafetería y Maddie pone los ojos en blanco.
- El deber me llama. - Resopla desganada. - Y a puesto a que mi querido hermanito no va a atender a nadie y yo tampoco deseo que lo haga, es lo que me toca.
Se me escapa una pequeña risa y ella da media vuelta para atender con una la brillante alegría al par de chicos que acababan de entrar.
Me volví a centrar en mi café y mi libro.
No estoy segura de si pasaron horas o minutos, porque para cuando logré levantar la vista de las páginas de un mundo como el que Gustave Flaubert había conseguido describir con palabras, ya se había hecho de noche y era la única que quedaba en la cafetería. Recojo mis cosas con tranquilidad y siendo sinceros, quería despedirme de Maddie, pero dado que la había perdido de vista y el único que estaba en la barra era su antipático hermano, con una sudadera gris y una cara de amargado más grande que Central Park, decidí que mañana volvería a esta cafetería en algún momento.
- Cuando la gente se va de un sitio se suele decir hasta luego eh. - Escucho una voz grave justo antes de salir del local y cuando me giro veo que quien lo ha dicho es el hermano de Maddie. Tiene la vista completamente fijada en su móvil y no se molesta ni en mirarme cuando me doy la vuelta.
- Hasta luego. - Digo con un tono de voz seco, él sonríe de manera hipócrita y salgo de ese sitio.
Los grandes edificios me hacen sentirme demasiado pequeña y encamino mi cuerpo hacia el apartamento, que cabe decir, que no chicos, no tengo idea alguna de donde queda exactamente. Tan solo tengo una ubicación y no estoy segura de que eso sea suficiente.
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Aquí estoy con otro capítulo. Perdón por haber tardado tanto en actualizar de nuevo pero a partir de ahora está en mis planes subir más a menudo :)
XOXO
forever_imagin
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Lies of Blood // (PRÓXIMAMENTE)
RomanceBailar. Bailar siempre había sido la mayor prioridad de mi vida y la razón de mi día a día. No sabía en qué momento había pasado, no tenía idea en qué momento me había dado cuenta de que quería que esa fuera mi vida, pero así es. Desde que toque un...