Cripta Matusalén (Nelba Jiménez )

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I. Susurros


Despiertas por la fría sensación del agua sobre tu rostro, mueves la cabeza para despabilarte e intentas sentir tus extremidades; algo impide que logres levantarte y tu mente aturdida no conecta los eventos anteriores.

¡Plic! ¡Plic!

El sonido hace eco en tu mente, el líquido sigue ahí: ahogando tus recuerdos.

Tus piernas comienzan a tener movimiento y notas las ataduras que te impiden ponerte de pie, estás tumbado boca arriba. Frente a ti un recipiente con un pequeño agujero de donde gota a gota el agua cae sobre tu cabeza es tu escenario, entonces lo sabes, ¿cómo no saberlo? Hace apenas una semana visitaste el museo de la tortura, eres fanático del terror, te pasas los fines de semana viendo anime gore y ahora, en una habitación metálica, tus pensamientos comienzan a llenarte el cuerpo de inseguridad.

¿Vas a morir? No, por supuesto que no, tú no eres de los que se dejan intimidar tan fácilmente. Sí acabas de despertar deduces que no hace mucho te colocaron ahí, giras la cabeza intentando encontrar cualquier cosa que te ayude a salir.

Con fuerza te mueves, tu cuerpo entero se convulsiona por el intento de zafarte de tus cadenas; repites el acto con ímpetu sintiendo dolor en cada hueso por el esfuerzo.

Gritas con toda tu energía, te encolerizas, estás ansioso al punto del llanto, pero lo retienes, eres más fuerte que tu desesperación. Das un alarido de frustración y le recuerdas a su progenitora a quien sea que te puso ahí.

Si, por supuesto, debió ser el tipo alto que te recibió con mala cara por la mañana, ni siquiera recuerdas su nombre y como si lo invocaras él se hace presente, a su lado tiene al chiquillo por el que sentiste lástima y asco por su enfermedad, pero ninguno de los dos es como los recuerdas.

El pequeño con trisomía se mantiene en el suelo con sus piernas inmóviles mientras que con ambas manos se arrastra, te observa con sus ojos bizcos y la lengua de fuera, se te acerca para beber el agua que sigue cayendo sobre tu frente, pero es detenido con brusquedad por la cadena que sujeta su cuello y, sin embargo, lo sigue intentando.

Lo intuyes de solo verlo, es obvio, percibiste su oscuridad en un principio. No hay dudas, sabes que en algún momento su alma se pudrió poco a poco y, una vez vacía de cualquier rastro de humanidad, el monstruo le ganó al hombre. Desde entonces, supo que el final de sus andanzas estaba lejos y prueba de ello es la sangre sobre el bate que carga con el que ahora pretende golpearte.

¡Plic! ¡Plic! Te sigues mojando.

En los labios del engendro se dibuja una sonrisa torcida y entonces el hombre levanta su arma, cierras los ojos implorando un ¡no!, pero nada lo detiene.

Respiras agitado, empapado de lágrimas.

La muerte no duele, piensas.

Abres los ojos, estás frente al refrigerado y escuchas el ¡plic! Del agua al caer del grifo.


II. Pasos


Te congelas en cuanto sientes los gélidos dedos recorrer tu cuello, te susurran palabras dulces y tú no entiendes nada, sin embargo, quieres responder, preguntar por qué no estás en la cama como deberías.

De tus ojos las lágrimas no dejan de caer, eres incapaz de moverte o articular sonidos. Sus manos recorren tu espalda provocando que tus músculos se tensen; las gotas del agua siguen taladrando tu cabeza. Tus ojos se mueven para ver quién te toca: se encuentra tan cerca, tan dentro de ti.

La hora del terror 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora