"Cuervos"

620 32 2
                                    

Durante varios días, Jon fue de acá para allá. Revisaba las reparaciones en el Muro, charlaba con Tormund, salía a caminar con Fantasma, y, al final del día, cenaba estofado en el Gran Salón y se iba a dormir. Siempre la misma rutina, una a la que ya estaba acostumbrado, una rutina liviana que le evitaba pensar en Dany.

Sí, cuando se tumbaba en la cama, los recuerdos de la chica afloraban, pero, durante el día, nada. O más bien, poco.

Tormund se lo había repetido ya un par de veces. "El Norte te sienta bien, Nieve". Cada vez que el pelirrojo se lo decía, Jon asentía y sonreía, convenciéndose de que al fin se sentía menos culpable. Aunque eso siempre lo hallaba en sí mismo, la culpabilidad. Cada vez que se veía reflejado en el hielo del Muro, cuando despertaba sobresaltado de un sueño, cuando miraba a Fantasma, la veía. Veía a Dany en el pelo blanco de su lobo huargo, en el fuego del Gran Salón y en las cenizas. Aquellas cenizas que recogía cada mañana de su habitación... le recordaban en sobremanera a la destrucción que causó Daenerys en Desembarco. Era extraño, pero cada vez que las observaba notaba un tirón dentro de su pecho. Como un latigazo que le impedía dormir, porque, al fin y al cabo, todo era un lazo que lo unía a algo imposible de descifrar.

Por la mañana, Jon despertó con Fantasma a su lado como era habitual. Se lavó la cara en un barreño de agua caliente que le llevó el mayordomo, y se vistió especialmente elegante, preparado para el recibimiento de Ser Davos. Llevaba puesta la armadura y una túnica negra por encima junto con sus botas de montar.

De buenas a primeras, escuchó el estruendo de un cuerno. Un solo pitido, lo que significaba que se aproximaban varios jinetes, tal y como comprobó Jon al acercarse a la ventana.

Tocaron a la puerta. Nieve ya sabía quién era.

-Tormund- dijo al abrir.

-Jon- contestó el pelirrojo. Iba muy arreglado: su ya típico abrigo de pieles, con un pantalón que le quedaba algo estrecho (también de pieles) y su larga barba peinada y lavada.

-No te veo muy entusiasmado, Nieve. ¿No has dormido bien?

-Sí, supongo. Será eso.

La verdad era que Jon sí que había descansado, pero tener a Ser Davos rondando en su cabeza le recordaba demasiado a su estancia en Rocadragón y a la Batalla de Invernalia.

-Jon, sabes que puedes contarme lo que sea- le confió Tormund.

-No hay tiempo para demoras, Tormund. Debemos salir a recibir a Ser Davos.

Jon cerró la puerta tras de sí, y se unió a Tormund y algunos hermanos más en la entrada del Castillo Negro. Le hizo gracia el hecho de que cada uno de ellos se hubiese puesto sus mejores galas para la ocasión.

Dos jinetes se acercaron despacio: uno de ellos era Davos, que iba acompañado por un hombre corpulento de pelo corto y oscuro. Ser Davos bajó del caballo y se aproximó a ellos. Los jinetes que venían con él también desmontaron y los hermanos de la Guardia les acompañaron a los establos junto a sus caballos. En dos pasos, aquel viejo amigo estaba a su lado. Primero, abrazó a Tormund, y seguidamente, hizo lo mismo con Jon.

-¡Jon!- exclamó con jolgorio. Le dio varias palmadas en la espalda cuando rompieron el abrazo-. ¿Qué tal estás?

No muy bien, pensó Jon, pero no dijo nada al respecto.

Culpable. Culpable. Culpable, decía su subconsciente. Sin embargo, le regaló una falsa sonrisa a Davos y dijo:

-Eso estaba preguntándome yo sobre ti. Vienes muy bien acompañado.

"La Muerte del Deber" Donde viven las historias. Descúbrelo ahora