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Cole tenía la mirada fija hacia el frente mientras hacía sonar constantemente el talón del pie contra el suelo de cerámica. A su lado,  Kj estaba sentado, quien se entretenía leyendo un folleto de la clínica.

- Mira esto.- dijo Kj. Cole se volteó para mirarlo.- aquí dice que le pagan más a quienes tienen sangre O positivo. ¡Joder, yo soy O positivo!

- Que bien.

- ¿Tú qué tipo de sangre eres?

- A positivo, creo.- respondió. Miró a las personas ubicadas en los otros asientos a su alrededor, cada uno esperando su llamado para que los atendieran. Él había llegado hace media hora a la clínica junto a Kj y han estado esperando pacientemente su turno sentados. En el fondo, seguía con la duda si sería mejor llamar a sus padres para que los sacara de todo este embrollo.- ¿Y si simplemente llamamos a nuestros padres y les decimos que paguen la renta del departamento?

- No, Cole. Sabes que se enojarán. Venga… la enfermera que nos atendió dijo que regresará en unos minutos.

- ¿Y si el dinero no nos alcanza?

- Sí nos va a alcanzar, ya vas a ver que incluso nos sobrará. Sólo necesitamos unos cuantos dólares más y ya.

- ¿Cuánto dinero nos pagarán?

- No lo sé, pero supongo que mientras más sangre donemos, más dinero nos van a dar. ¿Qué te parece si donamos un litro?

- ¿Un litro de sangre? Joder, ¿Estás loco? Terminaríamos desmayándonos si nos sacan esa cantidad de sangre.

- Vale, vale.- refunfuñó.

Suspirando, Cole volvió la vista hacia el frente. Durante toda la semana se había visto tentado varias veces en llamar a su padre, pero finalmente era  Kj quien se encargaba de cambiar su opinión. Sus padres se enojarían si descubrían la fiesta que hizo el sábado por la noche con  Kj, sin sus permisos y sin sus consentimientos. La fiesta había sido estupenda, con mujeres buenísimas que le hicieron compañía el resto de la noche y varios tragos de cerveza. Pero las consecuencias se presentaron al día siguiente, cuando los dos amigos se despertaron y vieron el departamento con la luz del día; las paredes manchadas con lo que parecía ser cerveza, jarrones quebrados en el suelo… todo eso se transformó en un verdadero dolor de cabeza para ambos. El dueño del departamento se presentó en la puerta temprano por la mañana al recibir las quejas que los vecinos presentaron por el ruido que hicieron durante toda la noche, y de paso, para cobrar la renta del mes. Su sorpresa fue grande cuando vio lo sucio y feo que lucía el departamento por dentro, lo que despertó su ira y los amenazó con llamar a sus padres para informarles de la situación. Pero Cole y Kj fueron más rápidos y supieron manejar el problema, convenciéndolo con que conseguirían suficiente dinero para pagar la renta del mes y los daños que ocasionaron con la fiesta. Al fin de cuentas el dueño del departamento terminó cediendo, pero les dio una fecha límite para pagar, una sola semana, ni más ni menos. Los dos amigos después de asistir a la universidad tuvieron que quedarse horas extras a trabajar en el local de comida rápida para conseguir un poco más de dinero que les dejaban los clientes… pero todo eso no fue suficiente. Por última opción vieron la donación de sangre, y aunque desde pequeño Cole siempre le tuvo terror a las agujas, tuvo que aceptarlo.

En su mente,  Cole relató una escena de la reacción que tomarían sus padres al saber del lío en que estaba metido. Se enojarían, eso estaba más que dicho. El acuerdo que tomó con sus padres hace un año fue simple; ellos pagarían la universidad mientras que él se encargaba de pagar la renta del mes con el dinero que ganaba en el trabajo junto a  Kj.  Cole juró portarse bien todo el tiempo que estuviera estudiando en Los Ángeles, y finalmente, había logrado convencer a sus padres para que le compraran un nuevo Ferrari. Ahora temía que sus padres le prohibieran usarlo, o peor aún, que se lo quitaran y lo vendieran para pagar la renta del departamento. El simple pensamiento le ponía los pelos de punta. Ese auto era todo para él, lo había querido desde que tenía dieciocho años y por nada del mundo permitiría que se lo quitaran.

Por otro lado, estaba Kj, quien a la misma vez no podía permitir que sus padres se enteraran del problema. Sus padres vivían ahora en Londres junto con sus hermanos, se mudaron a Londres para tener un poco mas de dinero y eran gente sencilla y con pocos recursos. Kj sabía que pedirles dinero –un dinero que no tenían- para pagar la renta sería decepcionarlos, y lo que menos quería era ocasionarles más problemas, por lo que decidió junto a Cole que conseguirían todo el dinero que debían y saldrían de este problema ellos dos solos, cueste lo que cueste.

- ¿Podrías dejar de hacer eso?- dijo  Kj, irritado por el sonido que seguía haciendo  Cole con el talón. Cole paró y arqueó una ceja.- me pones nervioso.

   Cole bufó y se puso de pie. Kj lo miró con el ceño fruncido.

- ¿A dónde vas?

- Voy a comprar un sándwich, me muero de hambre.

- Hombre, no puedes comer nada. Sabes que para donar sangre tenemos que venir en ayuno.

- Entonces tomaré una gaseosa o algo, joder, tengo que hacer algo o me volveré loco aquí sin hacer nada.

  Cole giró y caminó por el pasillo de la clínica, doblando en la siguiente esquina. Buscó con la mirada alguna máquina de comida, pero no vio ninguna, por lo que tuvo que seguir adentrándose en los demás pasillos. Divisó una que estaba pegada a la pared y al quedar frente a ella, sacó un billete de dólar del bolsillo de su pantalón. Lo deslizó por la máquina y apretó un botón para escoger una bebida en lata de coca-cola. Cuando la tuvo en su mano y quiso abrirla, de pronto, una voz detrás de él se oyó.

- Disculpe, señor…

Al girarse, casi botó la lata al piso y su boca casi se abrió en una “o”, pero supo disimular su sorpresa. Tenía frente a sus ojos la chica más caliente que haya visto jamás, o tal vez él exageraba, pero maldición, estaba buenísima. Y más encima, era enfermera… joder, joder… ese uniforme blanco que traía se ajustaba a todas sus curvas. Traía el pelo recogido en una coleta y tenía unos ojos verdes tan profundos y hermosos, que lo seducían cada vez que ella lo veía a los ojos. Era guapísima, en verdad lo era.

Al paso de unos segundos,  Cole sacudió la cabeza y la miró a los ojos, empeñándose en la idea que debía pensar en otra cosa que no fuese follársela.

- ¿Sí?

- ¿Está usted aquí por algún paciente, o necesita que lo atiendan?

- Estaba esperando en otra sala a que me atendieran.

- Lamento la demora, pero últimamente hemos tenido más pacientes de lo habitual… ¿En qué necesita que lo ayude?

- Soy donador, y bueno pues… vine a…

- ¡A donar!- completó la frase, con una sonrisa maliciosa en los labios. El entusiasmo que demostró a Cole le sorprendió.- por aquí, por favor, sígame. Lo llevaré a una sala para hacerle una entrevista antes de comenzar con la donación.

La enfermera se giró y caminó por el pasillo, sin siquiera voltearse para comprobar que Cole la siguiera. Él se mantuvo clavado en su sitio, preguntándose si debía buscar a  Kj. Luego miró a la enfermera, y el movimiento que hacía con las caderas al caminar y la forma en que su trasero se movía lo distrajo suficiente como para que se olvidara de  Kj y la siguiera por detrás.

Al diablo con  Kj, pensó. Él podrá ser atendido por otra enfermera, pero ésta es mía.

Donador➵ 『 sᴘʀᴏᴜsᴇʜᴀʀᴛ 』《O.S》ᴀᴅᴀᴘᴛᴀᴅᴀ TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora