Capítulo 5

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Mientras conducía, Juliana intentó ocultar el bostezo que se le escapó, volteando disimuladamente hacia la ventanilla de la camioneta.

- ¿Podrías detenerte en la próxima calle? – le preguntó Valentina. Juliana la observó por el espejo retrovisor y asintió levemente con la cabeza. Eran las ocho de la mañana y tenían tiempo de sobra para llegar a las diez al lugar de la conferencia. – Necesito un café.

La joven escolta sonrió de medio lado. Ella también estaba desvelada porque al final resultó que no había podido dormir ni un minuto después de llegar a casa, así que sólo había podido bañarse y desayunar.

- ¡Aquí aquí! – Juliana observó por el espejo retrovisor a Valentina señalando una cafetería, así que redujo la velocidad hasta encontrar un lugar para estacionarse. – Te invito un café.

Valentina apenas había terminado la frase pero Juliana ya estaba negando con la cabeza.

- No, muchas gracias. – sentenció, apagando el motor de la camioneta y quitándose el cinturón de seguridad. Descendió del auto y caminó hasta el otro lado, donde Valentina ya estaba bajando.

- Ándale, acéptamelo, seguro casi no dormiste. – insistió Valentina, caminando a la entrada de la cafetería. Juliana le hubiera quitado el "casi".

- Gracias... pero ya desayuné.

- Es sólo un café.

Juliana soltó aire por la nariz y puso cara de resignación.

- Que sea sólo un espresso.

- Hecho. – le respondió Valentina con una sonrisa.

En cuanto Juliana abrió la puerta del local el aroma a café le llegó al olfato, y observó a su alrededor para inspeccionar el lugar. El lugar estaba más o menos concurrido, había salidas de emergencia, cámaras de seguridad, y no detectó personas sospechosas. Aquel no parecía un lugar peligroso, así que mantuvo un poco su distancia y dejó que Valentina hiciera lo suyo ordenando los cafés. Tras un par de minutos, la joven se alejó de la barra y caminó hasta ella con una sonrisa en el rostro y un vaso en cada mano. Juliana desvió la mirada porque necesitaba asegurarse que nadie sospechoso se le acercara.

- Relájate, aquí no pasa nada. – le dijo la chica de ojos azules, estirando el brazo con el vaso más pequeño (su espresso). – Nunca pasa nada, debes ser la escolta más aburrida del mundo.

Juliana apretó los labios y sonrió. Su trabajo era uno de esos en donde todo el tiempo estabas deseando que no pasara nada, así que aburrida no estaba.

- No me aburro para nada. – le respondió, dando un sorbo a su café. – Pero no me puedo relajar.

- Y si no estuvieras haciendo esto, ¿qué estarías haciendo?

Juliana se encogió de hombros.

- Me gusta lo que hago.

- ¿Ahora me vas a decir que lo haces por amor al arte?

Juliana sonrió mientras negaba con la cabeza. No es que amara los riesgos de su trabajo, pero había algo satisfactorio en significar la seguridad de alguien más.

- Si no estuviera haciendo esto... me gustan mucho las técnicas de defensa personal, tal vez tendría una escuela o algo así.

- Supongo que serías excelente instructora.

- Se hace lo que se puede.

- Pues si es lo que te gusta, deberías empezar a planearlo. A largo plazo, claro.

CentinelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora