Hoy... siendo el último día de mes, en la última hora de día pero en la primera de la noche, decido escribirte.
En las hojas simples de un cuaderno a rayas, sin planeamiento alguno de lo que te escribo y al son de la mísera inspiración que me da una sonata de Beethoven.
Con todos los errores ortográficos y gramaticales que mi poco conocimiento desprenda, pero con todo el sentimiento de una poesía moderna.
Midiendo el cielo y contando estrellas, me descubrí formando tu silueta.
Ya cambió la sonata, 6 minutos, 9 líneas, siento que ya no es lo mismo, perdí mi toque ya no tengo inspiración.
La luna se ha cansado de escucharme, pues solo le hablo de ti. Ahora cubre su cara con el manto de la noche, se da la vuelta o simplemente se esconde.
También le conté a las nubes nuestros momentos vividos, recogieron mis lágrimas e hicieron crecer los ríos. Y en las madrugadas caen mis lágrimas amargas como un triste roció.
Dejaré de hablarle a las nubes, pues no a todos nos gusta el frío.
Así que hoy le hablo a las estrellas pues convierten todo en sonatas muy bellas.
Mis pesados suspiros hoy son e viento que eleva cometas en agosto.
Y las hermosas aves, transforman mis lamentos en hermosas entonaciones.
Un piano melancólico me acompaña tocando el son con el que mi inspiración fluye para escribirte esta carta bañada en sentimiento y soñando ser leída en braille.
Aquí, entre estas 4 paredes blancas y al son de otra sonata, primavera dice que se llama...
Decidí tomar fuerzas para derribar los muros de mundo y al final encontrarte a ti.
Siendo arrullada por la música clásica decido encontrar mi calma, mi serenidad, decido encontrarme con mi alma para así poder hablar y liberar cargas.
Decidí buscarte en mi mente, y descubrí que ya no estabas, te busqué en mi corazón, sí, en ese musculo que solo bombea sangre, pero que aun así el sentir se hace más grande.
Y te encontré, y solo pensé en estamparte todos esos besos que aún no he podido darte.