Manizales- Colombia.
Hacienda la Momposina. Años antes.
Miguel Ángel Duque observaba con melancolía las grandes hectáreas de cafetales que rodeaban su casa. Liberó un largo suspiro rememorando la celebración que realizaba su esposa antes de empezar la cosecha, sin embargo, desde que ella falleció todo cambió.
Miró su reloj de muñeca con impaciencia esperando ver llegar a su hijo menor de Estados Unidos, sin embargo, el jeep que fue por el joven al aeropuerto no aparecía. Presionó sus labios y bajó al gran salón de la casa y cuando se dirigía a la cocina el sonido del motor de un automóvil detuvo su paso. Se acercó a los ventanales de la sala y miró a su primogénito aparecer.
Minutos después el gran portón se abrió, y Carlos Duque entró, observó aquella fría y solitaria casa que se asemejaba a su alma atormentaba, inhaló profundo y caminó hasta donde su padre permanecía de pie.
—Buenas tardes —saludó.
Don Miguel esperó que se acercara a abrazarlo, pero el joven ni siquiera extendió su mano a él.
—Hola, mijo, ¿Cómo estuvo el viaje?
—Dejé de asistir a un seminario importante por venir a tu famosa reunión —espetó resoplando—, por cierto... ¿Tu hijo favorito, ya llegó? —averiguó inclinando su cuello de un lado a otro, cansado.
Don Miguel lo avistó con seriedad, negó con la cabeza.
—Es el aniversario de la muerte de Luisa Fernanda —comentó con la voz fragmentada, y la mirada llena de tristeza.
—Me hiciste venir de Boston, para una misa —rebatió. —¿Pensás que va a revivir? —bufó.
—¡Basta! —Gritó Miguel—. Estoy cansado de tu insolencia —reclamó—, te hice venir porque Luisa Fernanda siempre te brindó cariño, espero que eso no lo hayas olvidado, y respetes su memoria —enfatizó agitado, dio vuelta y se dirigió a la cocina.
La mirada de Carlos se nubló de tristeza, observó sobre el buró del comedor las fotografías de aquella dulce mujer, entonces su garganta se secó. Tomó su equipaje, y cuando giró se turbó al no saber a dónde dirigirse, no deseaba ir a la casa de su madre, pero tampoco quería permanecer en la Momposina, se meció el cabello contrariado.
****
—¿Alguien sabe por qué Jairo no viene con Joaquín del aeropuerto? —investigó Miguel al entrar a la cocina.
Carmenza dejó de mecer el sancocho que estaba preparando para recibir al joven Duque, y dirigió su rostro a su patrón.
—Están en la ciudad, pero el niño Joaquín le pidió a mi hijo llevarlo a otro lugar. —Suspiró con tristeza.
Don Miguel pasó con dificultad la saliva, cogió un vaso y vertió un poco de agua, bebió un sorbo del líquido intentando pasar aquel nudo que se quedó en su garganta.
****
«Jaime Molina by Rafael Escalona» sonaba a todo volumen en las bocinas del jeep que Jairo conducía a través de las calles de Manizales.
—«... Recuerdo que Jaime Molina. Cuando estaba borracho, ponía esta condición. Que, si yo moría primero me hacía un retrato. O, si él se moría primero le sacaba un son» —Entonó Jairo cantando con sentimiento mientras Joaquín miraba a través de la ventana del auto la ciudad y mecía sus manos al ritmo de la melodía.
—«Que, si yo moría primero me hacía un retrato. O, si él se moría primero le sacaba un son...» —prosiguió el joven Duque haciendo dúo con su amigo, entonces ambos muchachos entonaron la melodía.
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UN CAFÉ PARA EL DUQUE: Libro 1 (Saga familia Duque) (Completa en Buenovela)
ChickLitJoaquín Duque vive sumido entre sombras y remordimientos. Su existencia se resume a: mujeres, licor, fiestas y derroche. María Paz Vidal es luz, alegría, seguridad, apareció para pintar de colores la vida gris de él; sin embargo él cree que ella es...