El último atardecer, Carta número 8

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Tras un largo y degustado pestañeo, aquel súbito atardecer rugió desde las entrañas del horizonte ,yo atónito permanecí inmóvil durante unos segundos, hasta que algo lo arrastró de nuevo hacia el abismo de donde había salido. Después de aquel trágico suceso quedé profundamente aquejado, ya que aquellas sutiles franjas de color en la intersección de las intersecciones habían robado mi corazón.
Volví caminando a casa, pensando en lo que había perdido, ya que yo amaba a aquel atardecer, me había dejado seducir por sus bellos colores, por los olores del prado y por las caricias de la brisa.
Ya era tarde para mi, ya que aquel horizonte del que yo había quedado prendado, había nacido y muerto delante de mi, súbitamente comencé a llorara y a pensar en lo mucho que le había amado y en la inutilidad de la existencia sin el, sin aquellos instantes, que sin duda habian sido los mejores de mi vida y llegue a la conclusión de que esta era una vida que no quería vivir, no podría soportar perder mi amor por la fragancia de un instante concreto tantísimas veces , así que, en cuanto llegué a mi piso, abrí el grifo y deje correr el agua hasta llenar la bañera, después me sumergí en las frías aguas con mi traje negro y lentamente rajé mis venas, quedé prendado del rojo de aquella sangre y de los humeantes bailes con los que regó mi vista, que acompañados de la melodía de mi respiracíon, me dieron la tranquilidad suficiente para disfrutar de aquel momento eternamente.

Cartas a la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora