Joaquín no creía en las almas gemelas.
No creía en el cuento de que existía un hilo rojo que unía tu meñique con el de otra persona y que en el final del hilo estaba el amor de tu vida y el alma que suponía era idéntica a la tuya.
No le gustaba el cuento de que existía otra persona en tu mismo tiempo, en algún lugar del mundo que sería quien sucumbiera ante ti y te haría sucumbir ante ella.
Y es que nunca lo había visto, y Joaquín creía en lo que veía.
Creía en el viento porque veía mover los árboles y las hojas en el suelo.
Creía en el cielo porque veía todos sus colores al amanecer, atardecer y anochecer.
Creía en el dolor porque veía su cuerpo sentirlo.
Creía en las naturaleza porque se veía disfrutarla.
Creía en su poder porque se veía usarlo.
Pero no creía en las almas gemelas.
Se volteó en la cama apretando el agarre en su mano, tratando de conciliar el sueño de nuevo y dejar de pensar en tonterías.
Adoraba el silencio que le rodeaba, un silencio donde sólo podía escuchar su respiración, los latidos de su corazón y el flujo de su sangre.
Se había acostumbrado ya al silencio de no estar rodeado de nadie.
Y le gustaba.
Se resignó a que no volvería a dormir y soltó el reloj que sostenía en la mano, reanudando el tiempo.
Los sonidos de la vida cotidiana que entraban por su ventana abierta comenzaron a escucharse mientras se levantaba de la cama y comenzaba a vestirse para ir a la escuela.
También amaba los sonidos de la calle, los cláxons, las aves, los gritos de la gente.
Pero amaba más el silencio, y si por él fuera, detendría el tiempo para siempre.
—Amor, ¿ya estás listo?– tocó la puerta su madre, hablando del otro lado, Joaquín tomó su mochila y abrió la puerta, del otro lado su madre le recibió con una sonrisa —excelente– le dijo cuando le vio cambiado, notó el reloj que tenía abrochado al rededor de la palma de su mano en vez de en su muñeca y lo miró a los ojos —¿otra vez?– le preguntó, Joaquín miró su mano y se golpeó el rostro mentalmente. A su madre no le gustaba que usara su poder, o como ella lo llamaba, su habilidad —Joaquín tienes que ser más cuidadoso– le regañó, el solo asintió.
Lo sabía.
Era una rareza genética y si alguien descubría lo que podía hacer no quería pensar qué podrían hacerle.
No se permitió pensar en ello, salió de su habitación detrás de su madre acomodando el reloj en su muñeca.
—¿Qué vamos a desayunar?– preguntó, sentándose en la mesa frente a su hermana medio dormida, dio un golpe fuerte en la madera, asustando a su hermana.
—No hagas eso– murmuró la chica y continuó desayunando, su madre le dio un plato con hot cakes y Joaquín los engulló —me cae mal tu cara descansada– murmuró la chica de nuevo —me cae mal que tu puedas dormir hasta que se te de la gana y yo no– reprochó, tomando de su vaso de jugo, Joaquín sonrió satisfecho. Era para lo que más usaba su poder, para dormir hasta que ya no tuviera más sueño.
—Renata, por favor deja a tu hermano– retó su madre —vamos a desayunar en paz– dijo, sentándose a la cabecera de la mesa, Joaquín la miró, su madre comía y con su mano libre jugueteaba con la argolla que colgaba de su cuello en una simple cadena de oro, su madre siempre jugueteaba con la argolla de su padre.
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Memorias de mis Vidas Alternas (Emiliaco)
FanficLibro de One Shots Emiliaco. "y es que en cada mundo, en cada universo, en cada realidad, siempre Emilio Marcos se enamora de su Joaquín Bondoni"