Hebras de estambre

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—Oye Joaco–llamó Emilio, quitándose con una mano mojada el pelo largo de la frente, Joaquín volteó a verlo mientras cortaba las ramas del arbusto frente a él —¿y esos ángeles están muy lejos?– preguntó, Joaquín soltó una carcajada, haciendo que Emilio se sintiera confundido.

—No son ángeles, Mailo– contestó Joaquín, regresando a su tarea de cortar ramas, espinándose un dedo y frunciendo el ceño, llevándoselo a la boca después para chupar la sangre —mi mamá dice que se llama Los Ángeles– dijo con el dedo aún entre los labios —y lo veimos en el mapa de mi papá– explicó, examinando su dedo sucio —y dice que son como cinco horas arriba de un avión– Emilio giró los ojos.

—Cinco horas es muchísisimo tiempo, Joaco– gritó, Joaquín se encogió de hombros, Emilio caminó hacia su amigo y lo rodeó con un brazo por encima de los hombros, aprovechándose de su diferencia de altura —voy a extrañar jugar contigo– le dijo, Joaquín le miró, Emilio sintió su panza revolverse cuando los ojos de su amigo se posaron con los suyos pero su mente de seis años no supo identificar el sentimiento.

Joaquín le abrazó por debajo de los hombros, respirando de su cuello el detergente de la ropa de Emilio y un poco de sudor del niño.

—Yo también, Mailo– le dijo, sintiendo sus ojos arder y su garganta doler —cuidas la casa del árbol ¿si?– le pidió, sin dejar de abrazarle —y cuidas a Pucho– pidió también —acuérdate que namás se come una taza de comida– le recordó, teniendo la imagen de su madre indicándole la ración de comida del perro muy clara en su mente.

Los niños escucharon el grito de Niurka, llamándoles desde dentro de la casa, se soltaron con una sonrisa, el primero en correr hacia dentro fue Emilio, Joaquín se quedó por un momento de pié en medio del jardín de la casa de su mejor amigo de todo el mundo, viendo los arbustos, las flores, los columpios que usaban todos los días y la casa del árbol que el papá de Emilio les había construido hacía muchos años, cuando aún no se iba a vivir a otra casa.

Entró del jardín y vio a su mamá platicando con la mamá de Emilio, su mamá sostenía la mano de su hermana Renata, que a su vez se despedía de Pucho, la conversación de las mujeres hablaba sobre teléfonos, mensajes y horas, así que Joaquín no puso atención, Emilio bajó corriendo las escaleras sosteniendo dos hebras largas de estambre rojo en la mano, se acercó a Joaquín y le pidió su mano, el niño extendió su mano izquierda.

—¿Qué es, Mailo?– preguntó el niño, Emilio le sonrió.

—¿Te acuerdas del libro que nos enseñó mi hermana Romi?– le dijo —el de los mejores amigos y las alamas que son iguales– Joaquín asintió —me dijo Romi que las gentes que tenían hilos rojos en las manos se iban a volver a juntar– explicó, a Joaquín le hizo mucho sentido que entonces, si querían volver a estar juntos y a jugar juntos en la casa del árbol, debían amarrarse hilos rojos en las muñecas.

Emilio le extendió el otro pedazo de hilo a Joaquín después de haber amarrado uno a la muñeca del niño, Joaquín hizo lo mismo y ató tres nudos.

—Tres para que no se te vaiga a caer– dijo, Emilio asintió y le sonrió a su amigo.

—Joaquín– llamó su mamá, los dos niños voltearon a ver a la mujer —despídete de Emilio, ya nos tenemos que ir– le dijo con la voz suave, entonces Joaquín volteó a ver a su mejor amigo de toda el mundo y lo abrazó muy fuerte, sintiendo sus mejillas mojadas y su nariz caliente.

—No llores, amigo– le dijo Emilio, apretando más fuerte

—No estoy llorando, tonto– le dijo Joaquín entre sollozos.

-

Joaquín bajó del auto, miró la casa y sintió una calidez en el pecho enorme.

—Es más pequeña de lo que recordaba– le comentó a su madre, Renata se rió.

Memorias de mis Vidas Alternas (Emiliaco)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora