Capítulo 24.

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Emily

¿Quién dijo que después de la muerte no puede haber un baile?
Magnus ha aceptado los acuerdos de paz. Ya no habrá más diálogos, ya no habrá más reuniones. La paz está firmada después de tantos años. Por fin. Y los Wifantere pensaron que no había mejor manera de celebrarlo que con una cena. Nada de máscaras esta vez y con Aldous fuera de línea, todo indica que marchará bien.

Ya usé un vestido rojo, ya usé vestidos con corsé, pero hasta el momento no he usado un vestido rojo de corsé y hoy es la noche indicada para hacerlo. Es una belleza carmesí con mangas gruesas y fruncidas que caen en mis hombros como una estola. Tiene un escote en forma de corazón que le deja espacio a mi collar para ser el protagonista en mi pecho. Me siento como una rosa rociada por lluvia, gracias a las líneas adiamantadas del corsé que indican los lugares por donde van la serie de varillas y el tul brillante de la falda que se asemeja a gotas de agua.

Francis me ha enviado una nota con Christine por la tarde. Una en la que dice que puedo sentarme en la mesa con los reyes, novias y consejeros reales. Soy una de ellas, ¿no? Es decir, una novia. Todavía el título me parece irreal. ¿Qué pensaría mi familia si supiera en la posición en la que me encuentro ahora? Y todo con el rey enemigo. Puedo imaginar la cara de asombro de Mia, el desconcierto de mamá y el desacuerdo de papá. Por todas las flores, como los extraño.

Atelmoff es el primero en saludarme cuando llego. No hay mucho que decir sobre el lugar. Estamos afuera, en los viñedos. Es una cena pulcra, con muchos nobles sentados en mesas circulares, hablando por encima de la música baja.

A la mesa nada más le faltan dos lugares una vez yo tomo el mío. Tengo en frente a los reyes Wifantere, quienes me miran con cierto recelo, como si entre mi falda tuviera un arma con el que pienso atentar contra ellos. Su gesto ceñudo es incluso divertido, parecen un matrimonio de abuelos malhumorados. Los Denavritz, por otro lado, son un par muy impar. Stefan ni me determina, sin embargo, Lerentia me reclama con la mirada el que esté aquí. Estoy segura de que todos fueron avisados de mi presencia, pues ninguno intenta echarme, así que muerden sus lenguas, padeciendo con el veneno que despiden. Lo mismo ocurre con el príncipe Lorian, quien pese a la sonrisa agradable que me regala su novia, él está más ocupado en querer dispararme y no solo por estar aquí, sino seguramente por ser la invitada de Magnus.

—Querida, estás hermosa —saluda Atelmoff después de sentarme a su lado—. Definitivamente, el rojo es el color de Emily Malhore.

—Confieso que no es mi favorito, pero son el tipo de cosas por las que uno cede.

—El cartero tocó a la puerta equivocada, porque no me llega el mensaje.

—Tengo novio —me inclino hacia él para susurrarle. Intento mantener mi tono tan bajo como pueda para que el resto de la mesa no me escuche—. Y tú lo conoces.

No tengo nadie más a quien contárselo y me parece maravilloso poder compartir mi felicidad con alguien más. Quiero que lo sepa otra persona, miles. Por ahora comencemos con Atelmoff y Christine.

—¿Ah, sí? —Levanta una ceja mientras busca la respuesta en mi mirada—. ¿Es rubio? —pregunta y asiento—. Eso no me deja muchas opciones. ¿Es un monarca? —Vuelvo a asentir. Este juego es divertido.

Finge buscar por la fiesta. Revisa por encima de mi cabeza a cada uno de los invitados como si de verdad no supiera de quién se trata.

—Tengo dos opciones. Puede ser el príncipe Lorian. Aunque si se trata de un rey, solo me queda una opción. El rey Everett.

—Muy gracioso, Atelmoff. Sabes bien de quién hablo.

—¿Y aun así tenías la osadía de decir que no te atraía, querida? Es una falta de respeto a nuestra amistad. Así que por él es el vestido rojo. Bueno —deja atrás los susurros—. Luces como una reina y toda soberana tiene su rey ¿Dónde dejaste el tuyo?

Las cadenas del Rey. [Rey 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora