Poco a poco todo desvanecía, ya no había esperanza en ella. Solo existía esa pequeña fe, que también desaparecía como el tiempo que pasaba mientras ella estaba sentada en las sillas de espera del hospital.
— ¿Myeong? — Una mujer de los cuarenta, se acercó a la chica, quien, aterrorizada, se empezaba a poner demasiado nerviosa. — Cariño, ven, levántate, es hora.
Como respuesta, alzó la mirada. El corazón de la mayor se encogió al ver todo ese acumulado dolor que había en los verdes ojos de la pobre joven.
Nunca había visto algo así.