Besos y silencios

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Gabriel estaba paralizado. La sorpresa lo había tomado desprevenido al conocer la razón de esas miradas, y de ese encuentro.

No sabía bien que hacer a continuación, se debatía entre salir huyendo de allí y olvidar que eso había pasado, o entre aceptar la flor y esperar a que pasara algo a continuación.

La confesión aun hacía eco en su mente, haciéndole preguntarse si acaso había pasado, o su mente lo había imaginado en un intento desesperado de escapar de la realidad. Pero era cierto, la flor extendida hacia él y la expresión de vergüenza en rostro ajeno se lo confirmaron.

Sin estar convencido de los hechos, lentamente salió de su trance al percatarse del sutil temblor en el brazo de Norman. Con una lentitud casi tortuosa, levanto el brazo y acepto la flor.

Al volver la mirada al chico frente a él, le dedico una corta sonrisa sin tener muy claro que decir, y sin saber el porqué, respondió lo primero que se cruzó por la mente:

- ¿Quieres acompañarme a casa?

El asombro en la expresión del chico de tatuajes, solo se comparaba con la suya, apenas termino de decir aquello. Con la misma sorpresa que Gabriel, Norman asintió, antes que ambos comenzaran a caminar en dirección a la casa del más bajo.


Tras una larga e incómoda cena con María, la madre de Gabriel, al fin se vieron completamente solos en la intimidad de la habitación de este, protegidos entre esas cuatro paredes.

Sin saber muy bien de qué hablar, ambos se sentaron en la cama en silencio, evitando hacer contacto visual, como dos chiquillos asustadizos. Sin tener una razón aparente, ambos comenzaron a reír como si hubieran escuchado el chiste del año, alivianando así el ambiente por cada segundo que pasaba.

Gabriel se giró hacia Norman, y antes de dejarle procesar la situación, guiado más por la curiosidad que por otra cosa, junto sus labios con los de Norman. El beso duro poco, pero fue bastante intenso.

- Fue mi primer beso

Confeso Gabriel casi en un susurro, logrando enternecer más a Norman.

- Me alegro haber sido el primero...


Después de ese día, no volvieron a tener esa clase de contacto, como si ese beso les hubiera bastado por unos meses, para saciar esa ser de curiosidad y amor que tenía cada uno.

Ese encuentro en confidencia, les había servido de excusa para volverse amigos. Fue una sorpresa ver el contraste de personalidad y posición social en el instituto, al comenzar a verlos juntos por los pasillos, charlando y riendo como si no existiera nadie más, dejando florecer cada día mas esa extraña amistad, de la que casi nadie podía explicar la existencia. Pero a ellos les bastaba, se la pasaban tan bien juntos, que las horas se les hacían más cortas, y los fines de semanas casi infinitos.

Pasaron exactamente cinco meses, antes que Gabriel volviera a notar en Norman, sutiles gestos de intereses románticos hacia el: sonrisas disimuladas, miradas discretas, y despedidas más largas con besos en la mejilla, cada vez más cerca de los labios.

Mentiría al decir que le era indiferente, porque lejos de incomodarle o causarle rechazo, en esos meses de amistad conociéndolo, se había atrapado más de una vez, pensando en el de esa forma. Solo en la intimidad de su habitación se imaginaba desde los escenarios más románticos posibles: enganchado en la ilusión de poder probar sus labios en la oscuridad, viéndose atrapado en sus brazos, despertando en la cama por las mañanas para quedarse allí todo el día, compartiendo palabras, besos y caricias; hasta imaginarse las situaciones más estremecedoras y eróticas que su mente podía procesar, y su cuerpo podía aguantar antes de sucumbir al placer.

De hecho pensó que no había ningún impedimento para que ellos pudieran intentar tener algo, así que, siguiendo su escondido impulso, se lo comento a Norman, a penas lo vio.

Este, sin disimular ni un poco su felicidad acepto. Estaban en el patio del instituto, en pleno centro del lugar, con varias personas transitando y algunos ojos curiosos sobre ellos por la cercanía. A ambos chicos, poco les importo el lugar o la audiencia, al acercarse más, mirarse a los ojos y unir sus frentes en un silencio cómplice que expresaba todo lo que las palabras no podían decir. Sin dejar pasar más tiempo, juntaron sus labios en un beso delicado, lento y lleno de sentimientos, desesperados por salir.

Gabriel no sabía si aquello duraría, pensaba que el mundo era impredecible, y siempre existía la posibilidad de terminar casados y morir de ancianos en medio de la felicidad y las arrugas, tanto como lo era que solo duraran unos días antes de separar sus caminos. Pero no le importo pensar en el futuro ese momento, porque fuera como fuera que sucedieran las cosas, estaba seguro que quería que ese momento con Norman, durara para siempre.

Debajo de la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora