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Saoirse se empezó a remover, inquieta. Quiso gritar, pero no era tonta, no abriría la boca.

—Mientras más te resistas peor va a ser.

La rubia veía como varios hilos de saliva colgaban de los pedazos de lechuga y pollo que habían en el tenedor. Era desagradable. La sonrisa santurrona en los labios de California la inquietaba, pues le hacía saber que por más que se resistiera terminaría comiéndoselo. Vio como aquella manita se acercaba a su rostro, intentaba con furia abrirle la boca, pero Saoirse se resistía. Hasta que tocaron la puerta.

—¿California? —escuchó una voz tímida desde fuera.

—¿Qué semióticos quieres?

—Se solicita su presencia inmediata en recepción.

—Pues dígale a la señora Rose que no todo en esta vida se puede obtener de inmediato —exclamó, volteándose hacia la puerta. La chica no pudo ver la expresión de Calie a través de la puerta, pero por sus pasos acelerados luego de eso, Saoirse empezó a dudar de aquello.

—Perdí la paciencia contigo.

Le metió el tenedor de un plástico indestructible como todo en esa habitación en los labios, abriéndoselos a la fuerza, la de ojos marrones se resistía, pero los abrió, y Saoirse se tragó la porción como pudo. Tosió segundos después. California le aventó el plato y salió sin despedirse.

La rubia no se sintió segura hasta que el sonido de los tacones desvaneció por completo del pasillo y lo único que escuchó fueron los gritos incesantes del hospital...Y segundos después una alarma, Saoirse se preocupó.
«Mierda, mierda, seguro algún maldito psicópata salió de su puta habitación y yo con la puerta abierta y atada. Me cago en todos los antepasados de California y sus futuros descendientes. Maldita perra» pensó. Pero sin dejarla terminar de despotricar a la millonaria, entró una chica al cuarto acompañada de un guardia gigante, la chica cerró a puerta al poner un pie dentro y se despidió amablemente del guardia. Le dedicó a Saoirse su azulada mirada y levantó una ceja.

—¿Que mierda hiciste?

—Nada que te interese.

Juliette rió y se sentó en su cama, de su abrigo gigantesco sacó dos tazas que contenían takis y dos con doritos junto a una coca-cola de litro.

—Mira lo que te traje —le lanzó una bolsa de cada uno, las cuales cayeron en el suelo, y luego le indicó que el refresco era para compartir, que no fuera una perra egoísta como ella no lo fue y accediera, porque Eros se lo regaló con todo el cariño del mundo. Y Saoirse frunció el ceño —. Ya sé lo qué pasó, la cosa es que quería ver si tú dejabas de ser tan agria y me lo contabas, pero por lo visto, eso no va a ser posible.

Se levantó y desató a Saoirse, la cual la seguía mirando despectivamente. Analizaba su rostro, sus ojos claros, sus pocas pestañas claras, sus pecas esparcidas levemente por su nariz y su cabello de nieve.

—Soy hermosa, lo sé —respondió—, pero tampoco tienes que ser tan sucia y mirarme de esos modos, tienes novio ¿o no? Es ese machote rubio con carita de ángel que atiende a los del segundo piso. Una verdadera belleza.

Saoirse se levantó de la cama y agarró la taza de doritos a sus pies. Luego la miró con expresión neutra.

—Él es un sucio ser humano, un hijo de perra que quiere hacer que todos vivan a su puta manera. Lo odio. No vuelvas a mencionarlo o te aseguro que...

—¿Qué? —la interrumpió —¿Que me aseguras? ¿Me vas a asesinar? Por Dios, señorita Gigleone, mejor vaya a ver discovery kids a la sala infantil y déjese de jueguitos. Estoy tratando de ser amable contigo, deja de ser una arpía por una vez en tu vida y agradécemelo porque te aseguro que nadie te soporta además de tu noviecito revienta ovarios y yo, ¡porque ni tu madre ha preguntado por ti!

El rostro de la bajita se descuadró ¿que había dicho? ¿Se había atrevido a mencionar a su madre? Vamos, Saoirse la odiaba, eso seguro, pero no permitía que nadie la odiara más que ella.

—Eres un maldito monstruo. Te odio —mentira —. Te odio, te odio —mentira, mentira —. No te soporto, deja de intentar ser amable porque nadie te lo está pidiendo.

Saoirse se acercaba más y más a Juliette, hasta que llegó a estar parada frente a su cama. Le jaló un mechón de cabello y gruñó, estaba dispuesta a seguir pero la otra se levantó rió. La empujó y la cacheteó por segunda vez en un día, Saoirse retrocedió unos pasos, pero se volvió a acercar.

—Perro que ladra no muerde, bonita. Así que déjame ser como me salga del culo ser, porque no quieres saber qué pasará cuando quieras pasar a grandes ligas siendo una amateur.

—Eres una maldita —gritó Saoirse, Julie se acercó hasta que sus narices rozaban.

—Lo sé —murmuró.

Julie la besó fugazmente, un toque casi imperceptible, y se alejó. Se metió en el baño y no salió de ahí hasta la mañana siguiente, sin importarle los gritos y maldiciones que Saoirse le lanzaba.

•••

—¿Cómo estás? —preguntó la psicóloga Rosalie.

—Bien.

El salón era de un tamaño normal, para Saoirse era pequeño. La mujer de cabellos oscuros se acomodó el cabello de un lado al otro, y Saoirse hizo lo mismo, imitando su expresión.

—¿Has hecho amistades? —preguntó, escribiendo cada acción que la chica realizaba en una libreta que estaba posada sobre su regazo. La rubia miró a la psicóloga mal.

—Claro.

—Eso es increíble, señorita Gigleone. ¿Te apetecería ver una película conmigo? Aquí tengo un Blu-Ray que seguro amarás con una película asombrosa —señaló a otra parte del salón donde había un mueble pequeño.

—Eres una maldita presumida, no quiero nada de ti ni ninguna de tus películas de mierda ¡cerda! —escupió Saoirse al ver el televisor
—¡Eres una maldita zorra! ¡Zorra de mierda!

Se levantó más rápido que un rayo y agarró la silla de madera en la que estaba sentada y se la lanzó a Rosalie, la cual estaba sentada frente a ella. La rubia falló el tiro, y eso la enfureció aún más. La psicóloga se encogió en su asiento al momento del impacto y se levantó de la silla al terminar, buscó con la mirada su celular. Estaba encima de su librero.

—Solo te interesa dañarme, porque eres una maldita perra y te odio. Te vas a morir por perra y zorra —le decía Saoirse con desdén, pero al ver que estaba tenía la mirada en otra parte se acercó trotando a la psicóloga y le dio una cachetada —¡¿Me estás oyendo?!

Rosalie retrocedió. Un paso más cerca de su celular. Subió la mano y lo agarró, con presionar un botón ya el número de California estaba en pantalla.

—Por favor, siéntate, Saoirse.

Chains [#3] [EN PROGRESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora