El delicado sonido se hace sentir bruscamente, pero, sin violencia. Se va abriendo paso a través de la sala de espera y vibra en el interior de cada persona que lo escuchaba. Les transmite (o eso deseo) el profundo sentimiento con el que interpreto esta pieza: una angustia inquietante. Deslizo el arco sobre las cuerdas con firmeza y dulzura, dejo que mi mano derecha, quien a su vez marca el tempo con mi pánico, ejecute autónoma los movimientos mientras los dedos de mi mano izquierda se organizan cual soldados para dictar las notas de la melodía.
«El Trino del Diablo»... una melodía verdaderamente idónea para expresar lo que estoy sintiendo, y acorde, irónicamente, al lugar donde voy. Si, esta es la pieza ideal en la cual mis temores pueden ser inmortalizados en el arte de un fugaz destello emocional. Pero... siento que hoy no me son suficientes cuatro movimientos para desahogarme por completo.
La última nota se va perdiendo lentamente en el fondo de la estancia, no obstante el silencio que le siguió no duro mucho. De repente un eufórico mar de aplausos estallo, y una gran parte de la sala me dedica una radiante sonrisa o lanza dinero en el estuche de violín que yace a mis pies otros, como mi novio, duermen plácidamente, un molesto efecto secundario de la música clásica bastante común entre las personas. De pronto me percato del lugar donde estoy y lo que acabo de hacer. Me inunda una increíble vergüenza y me arrepiento de mi súbita efusividad que me llevo instintivamente a tocar el violín como sustitución del llanto. Seriamente debo hacer algo con respecto a ese hábito.
Hago todo lo posible por no sonrojarme demasiado mientras doy las gracias a los cumplidos que me dedican (asumo que son cumplidos pues no sé nada de alemán) a la vez que intento devolver el dinero a quienes lo lanzaron. Ellos se niegan rotundamente, aun después de explicarles (en mis mejores intentos de ingles) que no soy una artista viajera. Les dedico a todos una ligera reverencia, cuando un hombre en sus cuarentas me obsequia unas flores recién cortadas (sí, mis mejillas ya brillan de color escarlata en este punto) y reparo en su reloj. Alarmada, escucho una voz proveniente del altavoz más cercano:
"Pasajeros del vuelo 1802 con destino a la ciudad de Roma por favor abordar por la puerta 13. Pasajeros..." la voz femenina repite su mensaje en alemán e inglés dos veces más. Sin embargo no les prestó atención, el nudo en mi estómago se ha tensado de tal forma que de seguro no volveré a probar bocado por el resto de mi vida.
Instintivamente endurezco el agarre al arco y sostengo con firmeza el violín, entonces algo hace clic en mi cerebro. Conduzco la mirada hacia mi novio que sigue recostado a mi lado en la banca, aparentemente dormido, el color escarlata de mi rostro debe ser patente a estas alturas. Tomo el dinero del estuche, guardo arco y violín con sumo cuidado, solo para cerrar la caja con suma violencia.
"Vas a despertar ya o debo pagar otros boletos por culpa de tu insensibilidad. En serio, si tanto te aburre pudiste haberte negado a venir!" le grito aun con el portazo del estuche retumbando en mi oído. La sala de espera del aeropuerto nuevamente fija su atención en mí, esta vez por mi arranque de genuino mal humor; algo que, debo confesar, es poco usual en mí.
"Puedes comprar algo con esas propinas, sabes? O si no, puedes tocar otra vez y seguro conseguirás un poco más de pasta. Por cierto amor, el avión sale dentro de 20 minutos y la puerta 13 esta 10 metros hacia allá, luego de perder 5 minutos en los controles podremos sentarnos en nuestros asientos para que calmadamente hagas las cuentas de cuan alto me has gritado como para atraer la atención de todos aquí" sus ojos aun están cerrados y su voz es monocorde, la forma típica en la cual disimula el enojo. El se incorpora lentamente y despereza un poco, luego toma su mochila y camina rumbo a la dirección que había señalado sin esperarme. Yo me quedo de pie, temerosa, con una piedra de 4 toneladas aplastando mi vientre, y un estuche de violín sostenido con ambas manos. Tomo aire lentamente, me aferro al instrumento musical, cuelgo mi bolso al hombro e igualmente salgo en dirección al chico que hasta hace un minuto, estaba junto a mí.
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24 Caprichos de un Amor
RomanceLa música es capaz de trascender el tiempo, justamente como el amor. Hye-Jung y Giovanni entrelazaran sus vidas con un poco de ambos. O tal vez...