El instrumento de cuerdas color caoba se alzaba, como triunfal, entre mis infantiles brazos. Los mantenía en alto insistentemente alejando el violín del suelo y del charco de sangre bajo mi cabeza.
No recuerdo con claridad cuánto tiempo estuve recostado, pero si el horrible dolor en mi nuca y la agobiante opresión de mi pecho, no obstante, lo más agobiante y aquello que recuerdo con más claridad eran... las risas a mi alrededor. Aparentemente nadie sentía la mas mínima compasión por el pobre huérfano maldito, por el pobre Gato Negro, que estaba medio muerto en mitad del pasillo, de hecho, mi sufrimiento era un simple entretenimiento para los otros alumnos. En ese punto verdaderamente pensé que era la persona más miserable del mundo... y quizás lo fuera, pero tal vez no.
De pronto repare en el cómo termine en esa situación, y el porqué acabe en ella. Con mucho dolor, y acallando repentinamente las risas, me incorpore. Arrastrando los pies me acerque lentamente a la escalera, hasta la única niña que había mantenido una cara de horror entre el repugnante coro de burlescos rostros a nuestro alrededor. En cuanto coloque el instrumento de vuelta en las temblorosas manos de su legítima dueña, fue como desprenderme de la razón de estar vivo, luego de un excelso momento contemplando esos atemorizados ojos chocolate al momento siguiente todo se volvió negro.
···
"Infante de 9 años de edad masculino quien posterior a caída de un piso de altura es traído a esta institución. Al examen físico se evidencia trauma craneoencefálico moderado, fractura en 4º arco costal izquierdo, neumotórax homolateral..."
Las palabras sonaban distantes y francamente no me apetecía para nada entender su complejo significado. Mis ojos se mantenían cerrados mientras la voz femenina seguía hablando, al parecer al hablaba de mi, pero no estaba seguro. En la nebulosa de mis pensamientos poco a poco fui cada vez más consciente de todos los dolores que me acaecian, a su vez que esa voz femenina seguía entonando palabras ininteligibles para mi joven mente.
"A propósito doctora" hablo entonces una voz masculina y grave "Esto que observo en la radiografía..."
"Así es doctor, lo confirmamos al hacer el electrocardiograma. Este niño es dextrocárdico"
"Y eso es algo malo? Voy a morir por eso?"
Había abierto los ojos lo más posible, y entonado lo mejor que pude sobre mi dolor, esa última palabra sonaba grave. Repare en que estaba en un cubículo de la sala de emergencias (un ambiente bastante familiar en los venideros años), rodeado de tres adultos variopintos: un hombre bajito, canoso incluso en su poblado bigote, regordete, de rostro severo y una bata blanca sobre ropas formales; una mujer joven, morena, de tez oscura, una expresión de alegría en su cara y con una similar bata blanca pero sobre uniforme de medicina; además, sentada a mi lado, un mujer asiática, bastante guapa, con traje formal y expresión de profunda contrariedad que poco a poco se iba relajando.
"Voy a morir por ser dex... dextro... eso que dijo" repetí más firmemente, para dejar en claro mi inquietud. Ante toda respuesta los mayores me dedicaron una mirada de soslayo.
"Por supuesto que no campeón. Eso solo significa que tu corazón está apuntando al lado derecho. Te aseguro que todos estamos haciendo lo posible para que nada malo te pase" dijo el hombre anciano dedicándome una cálida sonrisa, y diciéndole algo al oído a la otra medico se retiro del cubículo.
"Iré a hablar con mi hija, le alegrara mucho saber que despertaste joven Giovanni" dijo alegre la mujer asiática haciendo otro tanto y dejándome a solas con la medico morena
Confundido, asustado y profundamente adolorido trate infructíferamente de incorporarme de la cama, un dolor punzante en algún punto de mi pecho fue suficiente para disuadirme.
"Por favor pequeño, no te esfuerces" dijo rápidamente la medico acercándose a mi cama y poniéndome cómodo. "Yo soy la Dra. Carlotta. Cómo te llamas angelito?"
"Mi nombre es Giovanni Villari. Doctora en serio no voy a morir? Porque la verdad creo que debería..." me sincere. Lagrimas brotaban involuntariamente, algo en el tono preocupado de esta mujer me recordaba a mi mama. Eso verdaderamente me perturbaba.
"Pero que estás diciendo Giovanni? Por qué estás diciendo esas cosas tan feas?" el terror se manifestó claramente en la cara de la joven médico.
"Porque es lo que siento. Ya no tengo porque estar vivo. Soy pobre. No tengo papá. Mamá murió cuando empecé la escuela. Mi tía siempre está durmiendo. Tengo una maldición y por eso todo el mundo me odia. Yo solo soy... un puto gato negro" termine y me quebré. Llore todo aquello que no podía permitirme y jure en mi interior que nunca lo haría de nuevo.
Dicen que los niños y los ebrios son propensos a decir la verdad. Siguiendo esa lógica y guiándose por la fuente de lágrimas que se derraman en la impoluta almohada, la Dra. Carlotta debió creer mis balbuceos. Hasta el día de hoy me intriga saber si alguno de los sueros que estaban conectados a mi no contendrían algo como una pócima de la verdad, quiero decir por qué mi yo de 9 años buscaba en una completa extraña el consuelo de mi difunta madre...
"Debe ser algo muy duro para ti" dijo finalmente la morena después de un largo silencio, su tono no era de lastima sino más bien de comprensión "Todo lo que me cuentas es una carga que ni las personas mayores deberíamos cargar. Pero te diré un secreto" continuo en un tono más de complicidad, captando mi atención "Me parece que hay dos razones por las que deberías estar vivo"
"Me las diría?" pregunte tímidamente secando las lagrimas de mis mejilla.
"Haber... sabes que es lo que hacen los médicos?"
"Curar personas?"
"Curar personas que la mayoría del tiempo no conocemos. En el momento en el que tu llegaste, aquí todos dimos lo mejor nosotros para curarte. Si eso hacemos los que no te conocemos, imagínate cuanto le importaras a las personas que te conozcan" finalizo sonriendo nuevamente.
Me tomo un tiempo asimilar lo me estaba diciendo, de todas formas mis pensamientos aun estaban confusos.
"Y la otra?" pregunte atontado después de unos minutos. Por alguna razón el dolor en mi pecho era menos intenso.
"Pues..." la doctora Carlotta se puso de pie, su tono de voz era más jocoso, y tenía una sonrisa extrañamente... picara "Escuche por allí, el cómo te caíste, o debería decir el por qué te lanzaste imprudentemente de un primer piso. Me parece que hay alguien que aun desea darte las gracias".
Dicho esto la doctora corrió la cortina del cubículo y salió, dejando entrar a su vez a la última persona que espere ver en esos momentos.
Una niña asiática, sus ojos chocolate me miraban húmedos por las lágrimas, repare entonces por primera vez en el lunar debajo de su ojo derecho. Una sonrisa tímida se dibujaba en sus finos labios y su delicada mano, aquella que tan grácilmente manejaba el arco, sostenía la de esa hermosa mujer igualmente asiática que ahora comprendía debía ser su mama.
Song Hye-jung se acerco a mi cama lentamente, me senté lo más pronto posible. El monitor entonces mostraba 140 latidos por minuto, no estaban relacionados con el esfuerzo.
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24 Caprichos de un Amor
RomanceLa música es capaz de trascender el tiempo, justamente como el amor. Hye-Jung y Giovanni entrelazaran sus vidas con un poco de ambos. O tal vez...