Capítulo 2

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-azul-

YOEL

Es 14 de Febrero del 2014, San Valentín. Acabo de llegar a mi casa, ni siquiera he saludado a mi madre, he ido a mi habitación corriendo y me he tirado en la cama, tapándome la cara con una almohada y ahogando un grito de emoción.

Sigo sin creerme que esté saliendo con ella, mi amor de la niñez y de lo que estaba siendo mi adolescencia. La preciosa, inteligente y querida niña del comedor de la escuela que conquistó mi corazón, Oriana.

Aún recuerdo esa mata de pelo a castaños tirabuzones desordenados con su lacito verde (a juego con sus ojos, ahora que lo recuerdo) que tenía cuando era pequeña.

La conocí por casualidad, nos sentaron al lado en el comedor del colegio cuando teníamos 5 años, ella me daría sus verduras y yo le daría mi fruta, era un trato justo. A partir de ese día siempre nos sentamos juntos, era mi mejor amiga. Jugábamos juntos todos los días y lloraba cuando era hora de volver a casa y me separaban de ella. Cuando teníamos unos 10 años ella se empezó a juntar más con otras chicas de su clase, especialmente con una llamada Serena.

Serena tiene el pelo negro, liso, largo, y es muy pálida. Ellas dos eran inseparables, tanto que Oriana empezó a olvidarse de nuestra amistad, aunque mis sentimientos por ella nunca desaparecieron.

Empezamos a sentarnos en sitios distintos y a juntarnos con otras personas, pero nunca dejé de observarla mientras hablaba, reía, respiraba...

Estoy enamorado de Oriana, joder.

****

Estábamos en una fiesta en la casa de campo de una chica llamada Stefanía, conocida de uno de mis amigos.

Divisé a Oriana a la distancia, iba acompañada por dos chicos. Uno era su mejor amigo Miguel. Sabía que eran mejores amigos porque desde el primer día de clase empezaron a ser inseparables. El otro chico que les acompañaba no sabía quién era, pero llevaba un gorro y el flequillo le tapaba la cara. La forma en la que Oriana le miraba era distinta a como miraba a cualquier otra persona, supongo que de la misma forma en la que yo le miraba a ella.

Conforme pasaban los minutos, algo dentro de mí me gritaba cada vez más fuerte que me acercara y le hablara de lo que fuera. Realmente tenía ganas de abrazarla muy fuerte y llevármela para evitar que nadie la mirara, tenía ganas de… de mirarla a los ojos, acariciar su mejilla y darle un suave beso en los labios, como uno de esos de película tan bonitos y especiales que hacía que los protagonistas estuvieran juntos y fueran felices para siempre.

Pero todas mis esperanzas se destruyeron al ver que iba borracha. Teníamos 13 años, ¿como habían conseguido alcohol? ¿a caso ese amigo suyo tan extraño lo habría conseguido? ¿la estaría emborrachando a propósito para poder aprovecharse de ella?

Un sentimiento de decepción se apoderó de mí al ver que la inocente, inteligente y bellísima Oriana había caído en las redes del alcohol a tan temprana edad…

Le empecé a dar vueltas sobre lo que debería hacer. ¿Voy a hablar con ella? ¿debería avisar a sus padres? ¿debería cuidarla? joder, la quería muchísimo como para ignorarla.

¡¿Qué narices hago?!

Cuando me quise dar cuenta, estaba a 2 metros de ella, así que le hablé.

Los ojos del otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora