Parte 2 La Muerte

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Eva e Isaías se miraron fugazmente, se levantaron y admiraron su muerte. María Luisa comenzó a retorcerse en el suelo, agonizando, vomitando sangre y quejándose de un terrible dolor abdominal, que luego de unos alaridos estruendosos y estremecedores, concluyó su muerte inmediata.

Unos días después de lo sucedido, Eva comenzó a oír una voz en sus sueños que le eran muy familiar. Cada noche solía decirle que "te libraste de mi cuerpo, pero no de mi alma". Claramente concluyo en que era su abuela quien le hablaba. Decidió ignorarla, y así pasaron meses, y tanto ella como Isaías no veían que milagros lloverían a sus vidas. Así fue como Eva comenzó a sospechar que había cometido un error. Quizás su abuela no era la causa de sus desgracias, sino alguien más, y por supuesto que ella misma no lo era, así que solo quedaba Isaías como culpable.

Una madrugada, ella silenciosamente se levanta y se dirige al lavadero, donde estaba su arma mortal con la que rociaría a Isaías. El acido. Lo que el trabajador del taller no dijo es que dentro de la caja vería no solo las instrucciones escritas en un papel, además del envase, sino que ese papel decía los peligros que se corrían en caso de ser ingerida, olfatearlo y de contacto con la piel.

Rápidamente Eva se dio cuenta de que no iba a poder engañar a Isaías para que lo tome, pero si podía echárselo encima. Luego de meditarlo por mucho tiempo, fue a su cuarto y lo hizo.

Sobre saltado, se despertó y gritó:

— ¡Eva! ¡Qué haces!—.

—Es por vos. Nos traes desgracia a mi vida—. Dijo fríamente.

Entre los gritos del sufrimiento de Isaías florecían en su piel enormes Yagas a lo largo de su cuerpo, mientras Eva lo observaba con frialdad y crueldad. Luego de unos minutos, todo fue silencio y Eva pensó que se había desmayado de dolor. Para confirmarlo se acercó cuidadosamente a él y se percató de que no respiraba. Isaías había muerto. Pasaron días y meses y la vida de Eva dio un giro inesperado. Consiguió trabajo en una escuelita del pueblo para enseñarle a leer y escribir a los pequeños. Pero aun así, jamás hizo algún amigo.

Debido a las casualidades de la vida, una tarde volviendo de su trabajo, conoció a un dulce y amable sujeto. Un muchacho apuesto, alto y con un pelo opaco y voluptuoso. Ambos caminaban distraídos y al chocarse, cayeron juntos al piso. Luego todo fue risa.

— ¡Ay! Espero que me disculpes—. Dijo ella.

—Ni lo digas, fue mi culpa—. Admitió él.

—Quisiera saber su nombre—.

—Soy Moisés, no soy de por aquí, vivo en el pueblo vecino—.

—Entonces, fue una casualidad muy linda haberlo cruzado, Moisés— dijo, con una sonrisa.

—Me halaga— Comenzó a decir el, sonrojado— No quisiera perder contacto con usted, señorita...- dijo esperando que ella se nombre.

-Eva —dijo rápidamente— Soy Eva, y sí soy de aquí y sí, quisiera conocerlo—. Ambas sonrisas se entendieron, y así fue como con el paso de los días, siguieron conociéndose. Pero no todo era color de rosas. Una semana luego, Eva perdió su trabajo, su huerta comenzó a pudrirse, y poco a poco sentía como la desgracias volvían a apoderarse de ella..

Mórbido SilencioWhere stories live. Discover now