Soy homofóbico (I)

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Mientras el profesor explicaba los últimos ejercicios, la atención de los estudiantes se iba hacia el reloj de la pared, viendo las manecillas moverse hasta que era la hora. El escandaloso sonido del timbre resonó por todo el instituto, y junto a él, también el chirrido de los pupitres moviéndose rápidamente.

Aquellos que entraron como alumnos formados, de ya penúltimo año de liceo (cuarto año), salieron como una manada de animales. Entre los pocos que se quedaron para acomodar el salón y hablar con el docente, se encontraba un joven de hebras castañas y piel mestiza, siendo sus ojos grisáceos lo que más resaltaba de su apariencia, aparte de su gran cuerpo.

Su tamaño podría parecer amenazador, sin embargo, los maestros ya conociendo la verdadera naturaleza de este joven, lo utilizaban para arreglos en el aula. En eso se encontraba, limpiando la pizarra cuando un violento golpe en sus glúteos lo detuvo.

—Mira qué me provocas —comentó la culpable entre risas, logrando salir corriendo antes de recibir algún regaño.

—Mierda, le gustas a Susan, Joseph —dijo un joven de color, apoyando su codo sobre los hombros del nombrado—. Está loca, pero, muy buena también.

—¿Y por qué debo yo sufrir por eso? —preguntó, soltando un suspiro pesado— Lo poco que tengo me lo quiere aplanar.

—Si me pusiera a pensar en por qué la gente loca está loca, no podría dormir en las noches —contestó de forma burlona, mostrando una brillante sonrisa.

—¡Epa! ¿escucharon? Este marico no puede dormir en las noches pensando en él —intervinó un estudiante de otro grado en la puerta.

—Espérate, este pana es tipo serio, metele su coñazo, ¿no ves que se te andan chanceando? —se entrometió otro del grupo.

El castaño solo sonrió incómodo, y continuó con su tarea de limpieza. Por suerte, el grupo de chicos encontró a alguien más para fastidiar, dejándolos en paz.

—Recuerdo cuando podía estar contigo con tranquilidad, o sea, yo soy hermoso y llamo la atención, pero antes estando contigo hasta me ignoraban —dijo Oliver haciendo uno que otro gesto dramático.

Estas palabras eran muy ciertas, hace unas semanas Joseph podía realizar sus actividades sin ser molestado, y menos ser víctima de una nalgada. Aunque el cambio fue muy repentino, y por razones desagradables, él logró acostumbrarse rápidamente.

—Parece cómo si de verdad necesitarás que te dé un golpe... —murmuró Joseph entre dientes.

—¡Oh, Dios! Regresame esos tiempos —continuó la dramatización, ignorando la amenaza de su amigo. Con esta acción, el profesor finalmente salió del aula, notando una gran pérdida de esperanza en la generación que tanto se esforzaba por enseñar.

—Oliver, eres mi amigo y no te puedo insultar... porque eres negro y luego dicen que soy racista —se quejó el mestizo.

Guardó el borrador y tomó sus cosas. Apenas salió del salón, el sol resplandecía justo como si quiera quemarles el rostro, por culpa de ser un instituto que en su mayoría era abierto (a excepción de los salones) no había algún techo que les diera ayuda; además que el clima tropical tan conocido de Venezuela golpeó sus cuerpos, siendo mucho peor en el mediodía.

Estuvieron a punto de regresar al salón, si no fuera porque la señora de la limpieza llegó en ese momento y los sacó.

—Hola —saludó Ana acercándose a ellos, una chica de cabello liso color avellana y buenos atributos—. ¿Cómo están?

—Pues yo, al menos de mí parte, voy a bendecir al mundo mostrando mi abdomen perfecto, por culpa de este calor —las manos de Oliver ya iban hacia adentro de sus pantalones para sacarse la camisa, sino fuera por que más personas se acercaron.

No soy lo que creen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora