Soy homofóbico (II)

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POV Joseph

Viernes, doce y media del mediodía, faltaba poco para que la clase de educación física terminara. La mayoría de los hombres exponían su cuerpo al sol y se dejaban bañar por una gran capa de sudor, jugando pelotita de goma en la cancha más grande y en la pequeña fútbol. Los demás hablaban con las chicas o comían a escondidas.

Yo podría seguir su ejemplo, en vez de eso llevo unos veinte minutos pegado de la reja de alambre grueso, intentando descifrar a lo lejos qué contenía el almuerzo de Michael. Mi vista no es la mejor, y no uso anteojos aún.

No negaré que me siento como un idiota, además que mis leves pensamientos extremistas comenzaban a aparecer, tales como que alguien se diera cuenta e hiciera todo un escándalo, o que Michael se diera cuenta y me terminará de tachar de anormal.

—¿Qué haces? —la pregunta repentina a mis espaldas hizo que me sobresaltara, logrando calmarme al reconocer la voz familiar.

Sinceramente no podía esperar no llamar la atención de nadie, al menos agradecía que solo fuera él.

—No es nada —respondí, tragándome el susto y los nervios de poder ser descubierto.

Oliver ignoró mis palabras, y se acercó a la reja para averiguar qué era lo que veía. Está de más decir que rogaba para que no se diera cuenta.

—Ajá, ahí hay una chica poniendo una pancarta y la falda se le sube a cada rato —inmediatamente me vió de reojo, no pude ni contestarle cuando prosiguió—; pero no tienes cara de andar viendo pantaletas, debe ser algo más.

《¿Cómo es una cara de estar viendo pantaletas?》Una nueva pregunta junto al montón que siempre me provocaban nuestras conversaciones.

—No es nada —insistí, esta vez desvié la vista por los extraños comentarios de su parte.

—Hay una pareja que se quiere dar, unas carajitas y... —no terminó de pronunciar, me miraba a mí y luego otra vez a donde antes y así sucesivamente por unos segundos. Luego tomó aire y me vió seriamente—. Yo no sé si quieres matar o pedirle matrimonio a ese chico.

—¡Deja de decir tonterías! —exclamé, dándome la vuelta para ir hacía los bancos. No entiendo por qué debe sacar conclusiones tan raras— Tal vez solo tengo hambre —solté una mentira sin necesidad, de todas formas él ya me descubrió.

—Arroz, es posible que pollo a la plancha y creo que chocolate —me dijo de la nada—, eso es lo que estaba comiendo Michael. Ya te lo dije, puede ser que quieras envenenarlo o hacerle la comida, no importa lo que sea, yo te apoyo.

La mezcla de vergüenza y agradecimiento era casi indescriptible, siendo incluso un poco conmovedor para mí.

—Aunque si tienes hambre —pasó por mis hombros rodeando mi cuello, atrayendome hacía el y dejándome en una posición realmente incómoda—. ¿Tienes dinero que nos des? Es pa' comprarle comida a este pobre niño.

Y así fuimos pasando por todos los integrantes de nuestro curso. Recibimos una buena cantidad de dinero, pero eso no quitaba el dolor de espalda que tenía por caminar inclinado, y que cada vez me costaba más respirar por su agarre. Finalmente, obtuve piedad y me liberó para contar el dinero.

—Con esto nos compramos dos empanadas y algo de beber —dijo emocionado—. Esto es lo bueno de ser popular.

—O tal vez de dar lástima, cualquiera de las dos —dije, mientras el asentía aceptando mis palabras.

El timbre no tardó mucho en sonar, y salimos corriendo a la cantina antes de que esta fuera invadida por todos los demás alumnos. Por suerte, logramos llegar a tiempo y nos atendieron de inmediato.

No soy lo que creen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora