=Rumores de un corazón roto=

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"¿Oíste? Dicen por ahí que Brown y Wilson terminaron".

"Ya era de esperarse. Daniel se merecía a alguien de su altura".

"¿Viste lo demacrada que luce ella? Si antes daba lástima, ahora es peor".

"Esta es mi oportunidad para intentar algo con él. ¡Mis amigas estarían tan celosas!".

"Ahí viene la muñequita de trapo. ¿Qué pasa, niña? ¿Tu ex ya terminó de usarte?".

Esos y muchísimos otros comentarios atacan a Lucy ni bien llega a la escuela el día siguiente a su ruptura.
De alguna forma ya se lo esperaba, pero la crueldad con la que esas palabras atraviesan su débil corazón duele, duele como no tienen idea.

Se encamina hacia su casillero, intenta no hacer caso a todas las miradas puestas en ella. Siente cómo siguen sus pasos, oye los muchos cuchicheos en los que su nombre aparece como si de una firma importante se tratase.

Es fascinante como funcionan ciertas cosas.

Un día eres la chica invisible, la marginada social, esa a la que vagamente recordarán como una cara más en los anchos pasillos.
Pero después algo pasa, te pones en ridículo frente a una multitud de personas malvadas, y tus problemas se vuelven un rumor que logra expandirse más veloz que el virus.

Tus lamentos e inseguridades son diversión para los demás.

Y eso a Lucy le ha quedado claro más de una vez.

Al estar frente a su casillero, arma la combinación para que se abra, sólo para hacer que un montón de papeles de carpetas caigan a sus pies.

Aún sintiendo los ojos pegados a su nuca, se agacha lentamente para recogerlos.

Puta.

Eres una zorra.

Te lo tienes bien merecido.

Ojalá sufras por habernos quitado a Daniel todos estos años.

Ahora él estará con alguien que sí valga la pena.

Sus manos comienzan a temblar, la mandíbula permanece algo tensa.

Puede escuchar ligeras risas, tanto de chicos como de chicas.

Levanta cada uno de los espantosos carteles; espera poder olvidar lo que dice cada uno de ellos.
Levanta la mirada y nota las cuantas fotos que adornan el interior del rectángulo metálico. Fotos en las que Daniel y ella sonríen, se están tomando de las manos, e incluso se besan.

Fotos que ahora no significan absolutamente nada.
De esas que hoy sólo son un triste recuerdo.

Las lágrimas ya amenazan con salir de sus cuencas, desean acariciar sus suaves mejillas y formar un limpio recorrido hasta su cuello; aquel donde luego de unos minutos lograrán desaparecer por completo.

Sin embargo, se abstiene al recordar que hay personas que todavía le miran, como a un mono de circo, intentando no carcajearse. Sabe y entiende, no tiene por qué ponerse otra vez en ridículo... Al menos no más de lo que ya han conseguido.

Cierra la pequeña puerta de un golpe seco que retumba a lo largo del pasillo, haciendo que los presentes miren de reojo a aquella rubia con la cabeza gacha y los ojos acuosos.

Se pasa la manga del suéter que lleva puesto por los ojos  y bota los papeles en el primer cesto que se le cruza por el camino.

Y hoy, sólo por lo que resta del día, fingirá que todo anda bien.

***

—Son todos una gran bola de inmaduros —masculla Michael al instante en que pincha con rabia su carne asada—. Poner en tu casillero esos mensajes tan mierda, ¿tan cobardes son que no te lo dicen de frente? ¡Diablos! Esos muy hijos de...

Di que me amas [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora