Año 7

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Hubo un hueso roto, pero no por intervención del cielo o el infierno. En realidad fue por el genuino interés que Beelz mostraba por los pájaros que anidaban en el árbol de duraznos del jardín. La nueva casa de Beelz era el complejo con el que todos los niños soñaban: áreas llenas de pasto por el cual rodar, setos de flores que en invierno se cubrían de nieve y en otoño se volvían naranjas, balcones con vitrales de múltiples colores que mostraban escenas sacadas de algunos pasajes propios de un cuento de hadas, una habitación para ella sola donde abundaban los muñecos de peluche y pares de zapatos para usar uno diferente cada día. Cosas que la vida le había negado y que pensaba ella le estaba devolviendo, como un error de paquetería o algo así. No había ratas, pero sí un viejo gato que al cabo de poco tiempo se sentaba en su regazo y le pedía trocitos de comida. De eso último había mucho, como médicos y profesionales los padres primerizos habían comprado y adaptado el refrigerador para cantidades exorbitantes de vegetales, frutas, legumbres y todo ingrediente que en conjunto pudiera necesitar su futuro hijo y comprendieron que habían hecho lo correcto cuando midieron y pesaron a Beelz, cuando las cálidas manos de Rachel la lavaron con cuidado y sus labios bromearon sobre lo delgada que estaba. Lo que no era una broma considerando que las costillas y la columna se marcaba debajo de la pálida piel, donde aún se llegaban a notar ciertos moretones; Rachel se convenció de que habían hecho lo correcto al sacar a su hija de ese lugar, llamarla por primera vez su hija fue la alegría más grande que tendría en vida luego de haberse matriculado en la escuela de medicina y al mismo nivel que casarse con su alma gemela por muy extrañado que estuviese respecto a la niña. Claramente los padres no eran como las madres, ni siquiera aquellos que se llaman postizos; Rachel era más abierta a la idea de tener un hijo que no llevara por las venas parte de su material genético, sin embargo Jason provenía de una familia sumamente conservadora, adoptar a esa niña había roto uno de sus tantos estigmas, más aún cuando empezó a tomar cariño. Era fácil querer a Beelz cuando uno dejaba de lado la extraña sensación de estar al lado de un ente capaz de ver lo que está oculto en el corazón de la gente y cuyos ojos... Mejor ni mencionarlos. 

Beelz no tuvo pesadillas ese año, tampoco tuvo recuerdo alguno  sobre un maestro llamado Gabriel ni visitas inoportunas aunque de vez en cuando podía jurar que un sujeto con una rana en la cabeza la miraba de reojo al pasar por la calle, pero pronto se dio cuenta de que un sujeto así sería ridículo y quizá un producto de su imaginación. Durante ese año conoció como eran las clases en una escuela, hizo carios amigos y les contó las mentiras que ella y su madre habían entretejido mientras miraban un programa de televisión y comían palomitas; Beelz sabía que el mundo era cruel, por consiguiente Rachel lo sabía aún mejor así que solo sugirió que en caso de preguntas dijera que su familia recién se había mudado de algún sitio llamado Noruega. Beelz no reconocía algún lugar con ese nombre pero estaba intrigada, el nombre le sonaba a altos picos y a nieve, quizá un poco a magia y vuelo. 

Beelz tomó confianza desde el primer día de escuela, algo un tanto extraño, pero que consideró propio de cualquier niño que por primera vez en su vida tiene buena suerte por tener todo lo antes negado. Hizo amigas, corrió y sorprendió a todos con lo buena que era leyendo y dibujando en las páginas de los libros. No hubo dolor ese año y si hubiera podido compararse con algún evento terrestre podría usarse una pequeña etapa de verano en medio de un otoño permanente. Beelz resultó ser bastante buena en arte y aunque su padre no estuviera muy conforme siguió jugando con insectos y naturaleza muerta, ese pasatiempo solo hacía que Rachel se encogiera de hombros, no era como si su hija fuera un asesino o un demonio ¿O sí? 

Comprobó que Beelz no tenía nada que ver con esos hombres y mujeres que aman destruir ni con esos retablos de las iglesias donde se veía a San Miguel expulsando a un ente con cola y cuernos al vacío cuando en su primera fiesta de cumpleaños Beelz se pasó riendo y comiendo pastel de crema con chocolate al lado de varios niños de su salón. Rachel también le había dicho que había cosas que uno debía guardar en secreto por su propio bien, esas palabras fueron el motivo que llevó a Beelz a negar la entrada a su habitación, donde mantenía frascos con insectos muertos, pegamento y un cuadro a base de hojas secas que representaban varios pares de alas. Fue su primer cuadro y la primera fiesta de cumpleaños que tuvo en su vida. 

Hubo regalos. El mejor fue un par de ratones que nadie supo de donde vino y un collar que tenía un par de alas, también hubo una pulsera por parte de sus ahora padres con su nombre grabado en ella, tenía una falta ortográfica que no se reparó a tiempo pero que a Beelz le agradó, las letras cuando se miraban más fijamente podían dar la impresión de decir dos cosas distintas, la primera era Beelz, la segunda (por muy extraño que pareciera)  Ba al adjuntado a un extraño rayón que podía ser una z o algo más, Beelz dejó de pensar que había algo escondido en su nombre luego de que las niñas del salón empezaran a admirarlo y a no ver más allá del simple nombre. 

No hubo incidentes mayores; no luego de la fractura de una mano que sanó en un par de semanas para sorpresa de ambos padres, tampoco hubo sustos, solo una rutina cotidiana y perfecta donde Beelz era amada y se sentía así. Hubo insectos, una bonita navidad y el único rechazo que sufrió Beelz en época navideña al conocer a los hermanos de su nuevo padre pero que no fue por parte de ellos. Beelz mantenía un poco de gracia dada por Gabriel, era casi difícil no quererla o encontrar algo malo y de hacerlo quedaba relegado cuando hacía efecto (su padre siempre olvidaba si había algo malo en ella tan solo unos segundos luego de pensarlo); la sospecha vino de parte de un perro pastor alemán dos veces del tamaño de Beelz, quien lloró y corrió cuando el animal trató de morderla en la cena de Navidad. 

Rachel exigió que le colocaran una correa al perro y lo dejaran fuera del alcance de su hija. Jason frunció el ceño de forma curiosa; el perro tenía diez años siendo propiedad de su hermano (un antiguo alpinista) y nunca en todos esos años, le había ladrado a nada más que a un par de ardillas y de patos. Beelz fue la primera persona a la que había ladrado y la primera a la que trató de morder. El perro no hablaba, de haberlo hecho hubieran notado el tono de miedo que advertía que algo iba mal. 

No hubo reuniones el séptimo año, solo un duque del infierno que mantenía oculto a su antiguo amo y un arcángel en el cielo llenando papeleo importante; el último sostenía el informe de Dagon escrito en papel de la tierra y suspiró cuando leyó sus palabras "Sin novedades" Luego de leerlo un poco de la ansiedad disminuyó. Gabriel pensó en cómo habría cambiado en ese tiempo el rostro de Beelzebub, si ya sabía leer con fluidez, si tendría dulces sueños y ya se le habían caído más dientes de leche, en silencio había eliminado todo rastro que lo comprometiera con la compra de un dije que recordaba a sus alas de ángel, del mismo modo, guardó la compostura al esconder el mensaje y al eliminarlo con fuego. Las llamas del mundo mortal le apretaron en corazón y se llevaron la evidencia y la culpa. 

Era el séptimo año de la vida mortal de Lord Beelzebub y el segundo donde la caída de Gabriel se había detenido. 

Angelus (ineffable bureaucracy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora