—Señorita Lapointe, el joven dice que sí puede venir—dice una voz monótona de tanto hablarnos a nosotros los "locos" como retrasados mentales, con aquella lentitud y énfasis insoportables.
—¿A la hora y fecha que indiqué?—pregunto alejada a algo de dos metros de ella mientras habla con Kilian por teléfono, no se nos está permitido realizar llamadas.
Mucho menos si eres declarada como peligro potencial y todos se alejan de ti como si predicaras la muerte de quien respire el aire que exhalas.
—Perfecto—sentencio y mis labios quedan sellados para no volver a liberar palabra alguna por el resto del día.
La mantis femenina se alza de su lugar y con sus tacos bajos resonando en la cerámica supongo que blanca o quizás de otro aburrido color. La silla de ruedas comienza a andar y yo con ella, suena el timbre del ascensor y subimos. Octogésima, quizás nonagésima planta, lo noté desde mi primera parada aquí.
El día en que el Lucero se dio a la deriva y su potencial de siempre me falló, aquel día que un virus invadió nuestras entrañas en un descuido, aquel día que por más que se quisiera eliminar todo rastro y registro de que alguna vez existió un navío de aguas rojizas cuagulosas, aquel día todo cayó.
Un descuido, un sentimiento humano lo hundieron entre su propia bazofia y a su capitana con él.
Caí, tan profundo que me dieron por débil, por muerta, por manipulable, por una simple joven que ni a la mayoría de edad llegaba...
Kilian, pagarás por esto y no, tu muerte no es el peor castigo.
Ese sería un regalo comparado con la agonía y sufrimiento que se te avecina encima.
"Vuela, querido, vuela, libera la melodía escondida y ultrajada por la tormenta de tus pensamientos. Siente, nadie se muere por sentir. Revive". Recién me parece graciosa tu frase viva en manipulación, eso querías, un arma.
Un objeto, uno más de los tantos que ya tienes.
Eras Lucifer y yo Azrael, el trabajo sucio siempre caía sobre mis espaldas, cargando tus tratos y desdenes, por eso siempre preferí a mi Lucero, mi inmaculada Lucero. Ahora soy Satanás y ti un simple diablillo.
Pero el corazón que creí muerto revivió a tu tacto, no era un aferro lo que sentia, no eran impulsos los que me movían.
Solo caminos enredados sin dirección alguna, de destino incierto y quizás hasta funesto, no importaba si la condición era en que cualquiera de las opciones el final fueras tú.
—¡Enfermera Saenz! ¡Enfermera! Una paciente se ha desvanecido en el piso nueve, necesito asistencia, está convulsionando, repito, ¡necesito asistencia!—suelta la practicante al verme caer de bruces entre temblores bruscos al suelo.
El móvil se le cae de la mano que imagino temblorosa y duda en acercarse a mí o no, en tocar, quizás, un futuro cadáver o dejarlo perecer. Mejor así, ¡amo las mentes frágiles! Son tan... fáciles.
No sé cuanto tiempo transcurre en el que me meto en mi papel hasta que cada poro de mi piel siente convulsionar y un dolor emergente estalla, lo ignoro, no es real.
La entrada al piso inferior está asegurada. No más correas sosteniéndome, no más vigilancia extrema... Una hora, una hora con él y el mundo caerá, saltaré a la superficie y lo hundiré en mi infierno
Zigor... el cielo tocará tus venas y sentirás dentro el dolor que me inflingiste.
Sabes de lo que hablo, cerecita mía.
Mañana te contaré otra pesadilla más desde tu futuro infierno.
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El Cielo es la Vainilla y las Estrellas el Chocolate
HorrorEs el ocaso de la vida y de los sentimientos El último aliento de vida robado Viajera de universos múltiples Artista de gamas lúgubres y de brillantes carmesíes Amante del rojo pasión y el negro vacío Solo hay una, solo una diosa Y está aquí para a...