Muñeca Liberada

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Un olor nuevo embarga mis fosas nasales, mis sentidos despiertan y buscan a tientas su origen, es cuando me reincorporo del suave colchón y siento la textura suave de unas sábanas que me cubren. Suspiro, ya es viernes ¡no tienes idea de cuanto te esperé todos estos años!

Mi olfato sigue hurgando en la habitación, hasta que el dulce té de ayer es identificado. Es cuando siento suelas de zapatos contra el suelo.

—¿Se encuentra mejor? Siéntese, voy a dosificarle un calmante?—¡¿Qué?! Maldita mantis, necesito estar lúcida—. Si no hubiera atacado al personal de esa manera no sería necesario.

Asiento con la cabeza, escucho el sonido de un paquete abriéndole y luego un cajón, la jeringa. ¿Que hice qué? Maldita sea. ¡Más estúpida no puedo ser! Pensé que esos ataques habían terminado, no recuerdo nada, como de costumbre.

—Micaela, te ves bien—irrumpen unos pasos sobre el suelo seguido del abrir de la puerta, aquella melodía de querubines negros de antaño florece—. Debo hablar con ella. Podría...

—Solo la sedo y...—el impacto de piel contra piel suena y luego un sonido seco contra el piso lo acompañó. Después, más golpes de piel dañada y chillidos bajos de dolor retorciéndose bajo una mano sobre su boca se dieron a conocer.

—Gracias, ¿harías otro favor por mí? Sé que te parece estúpido, pero...—con voz cohibida.

—Nunca lo olvidaría—acaricia mi rostro con el dorso de su mano y la retira de un movimiento brusco. Amo que me conozca tanto.

Escucho el sonido de cosas sonar dentro de algo impactar contra la cama, aquel sonido de siempre, delicioso ante mis sentidos y mi corazón da un vuelco de alegría, mis estuches de maquillaje.

Siento la barra labial delinear mis labios, me pregunto por qué estilo se decidirá. Luego un olor familiar a químico me llena de recuerdos, añoranzas y misiones; un pincel se posa sobre mis párpados cerrados, dándoles color y luego compartiéndolo con los bordes de mis ojos actualmente opacos y ciegos.

Más trazos se le unen junto a la labor de esponjillas, nuevas texturas, nuevos colores, mi rostro lleno de trazos en casi toda su totalidad, luego una línea característica se extiende desde una de mis comisuras de mis labios hasta casi el pómulo para luego ejercer líneas cortas y verticales perpendiculares a ella.

Y por eso somos tan jodidamente idénticos y diferentes.

Reconozco mi máscara enseguida y vuelo entre imágenes de mi memoria, recordando la pintura en mi rostro, la expresión, su mensaje, mi máximo esplendor y mis gemas robadas, maldito ácido muriático.

Maldita y amada Lucero.

Siento un apretón familiar en uno de mis hombros, quiere que espere y eso hago, me mantengo quieta sobre mi cama mientras unos pasos veloces salen a los pasillos y se funcionan con muchos más... No puedo creer que haya llamado a los Híbridos, una banda o secta a la que pertenecíamos hace mucho.

Unos cuantos disparos no tardan en hacerse notar fuera de la habitación conjuntamente con las pisadas resonando en el suelo, un escalofrío me invade. Suena exagerado, pero este nicho de locos está muy bien custodiado, sobre todo después de mí.

La puerta se abre de un portazo y no tengo idea de quien sea, mi universo es negro y late alternamente entre fúnebres colores y óperas siniestras. Me guío en un mundo adverso, tanteo todo cuanto a mi alrededor y logro coger algo de vidrio que lanzo sin meditarlo ni un segundo.

—Gracias—dice alguien tras otro sonido de la puerta al abrirse—. Me quitaste un peso de encima—¿Massiel? El sonido de un cuerpo siendo pateado aparece.

El Cielo es la Vainilla y las Estrellas el ChocolateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora